EL TURISTA BLINDADO -
EL TURISTA BLINDADO ...
La del turista es una condición existencial que cierra la válvula del fastidio. Sobre todo si uno pagó mucho dinero por el viaje y, más aun, si acaba de llegar a un lugar al que le costará bastante volver. El turista perfecto se cuelga la sonrisa y sale a caminar no cuadras sino kilómetros, se vuelve refractario a rayos y centellas, evita la calculadora mental si el tipo de cambio le juega en contra, se arriesga con una audacia inusitada al papelón fashionista calzándose bermudas, gorros o remeritas que jamás usaría en su barrio de origen. Cada dólar invertido debe ser defendido con un espíritu zen, incluso con un entusiasmo bobo, pero también con una acrítica contemplación de las maravillas que le han dicho que tiene que ver sí o sí. Porque necesita ofrecer una respuesta afirmativa cuando regrese y los amigos viajados le pregunten con la tenacidad de un fiscal: ¿ hiciste el Louvre (o la Tate Gallery o la Galería de la Academia o lo que sea)? El verbo utilizado no es inocente: uno no va a esos sitios, los “hace”, como si la sola presencia del turista los corporizara. Pero, en verdad, se trata de un juego dialéctico, porque al “hacer” una atracción el turista se hace a sí mismo. Un Rasti cosmopolita que tal vez no lo convierta en un ser más inteligente o sensible, pero sí seguramente en alguien que aspira a cierto modelo trivial de sofisticación.