Clarín - Viva

La falsificad­ora más talentosa de la literatura

Lee Israel. En los ‘90 comenzó a falsificar cartas de autores como Ernest Hemingway o Dorothy Parker. Así le dio un vuelco a su vida, cuando la acechaban la soledad, el alcoholism­o, la pobreza y el olvido.

- MIGUELFRIA­S EDITOR REVISTA VIVA

Eldíaquecu­mplió 50 años, la escritora y periodista Leonore Carol Lee Israel (Nueva York, 1939) tenía un amplio porvenir a sus espaldas. Sola, olvidada, deprimida, sintrabajo, sin dinero para el alquiler ni para tratar a su gata enferma, pensó en los buenos viejos tiempos. En sus notas comof re e lance durante los ‘60: artículos para The New York Times, Esquire, Soap Opera Digest y otros medios. En sus libros biográfico­s, delos‘70y‘80, sobre mujeres populares, fuertes y rebeldes. En su nombre en el rankingd el asno ficciones más vendidas. En las ofertas laborales. Ahora, al filo de los ‘90, de proa ala vejez, imaginó que sólo navegaría un mar de mis antro pía. Y sin embargo, la parte más intensa de su vida estabapore­mpezar: suetapadel­ictiva.

Para entender esta conversión a la delincuenc­ia, al arte de la delincuenc­ia, diría ella, apretemos rewind hacia sus años clave. 1967: viaja a Los Angeles para la primera gran nota, sobre Katharine Hepburn, tras la muerte de su amor prohibido, SpencerTra­cy. 1972: publica Miss TallulahBa­nk he ad, biografía de una actriz de escándalos y buenas frases (“Mi padre me advirtió sobre los hombres y el alcohol, pero no me aclaró nada sobre las mujeres y la cocaína ”).1979: saca el libro Kilgallen, la historia Dorothy Kilgallen, columnista de TV de palabras filosas y final trágico. 1985: lanza Más allá de la magia, biografía no autorizada de Esté e Lauder,unamagn ate del a cosmética.

Pause. Con este libro se mete en problemas. Según Israel, Lauder intenta sobornar la, en vano, para que no lo publique. Lauder cambia de táctica: decide lanzar su autobiogra­fía al mismo tiempo que Más allá de la magia, para bajarle lasventas. Lologra.“MacmillanP­ublishing me había dado un adelanto para el libro. Querían que incluyera hasta las verrugas de Lauder, aunque sus verrugas me importaban una mierda. Me equivoqué. En cambio de aceptar dinero de una mujer rica publiqué un libro malo”, explicará Israel veintitrés años después, en la cúspide del afama.

Play. El fracaso de Mas allá ... eselprimer­o de una cadena. Su autor a intenta publicar otros libros: la rechazan. Lo mismo con nuevas notas: nada. Prueba escribir ficción: tampoco. Está bloqueada. Su carácter –hosco, huraño– la aísla de todo. Ni siquiera habla con su único hermano, del que está distancia da. Toma ginebra. Mucha. Se em borracha a menudo. Recibe asistencia social. No quiere un trabajo en relación de dependenci­a. Ve todo oscuro. O todo claro: “Miré con lástima y desdén a los esclavos asalaria-

dos que trabajaban en oficinas. No tenía razón para creer que la vida mejoraría”, recordará algún día. La desespera no tener un dólar para tratara su gata.

Forward. Cambia, todo cambia

A principios de los ‘90, la bisagra. Israel visita la Biblioteca Pública para las Artes Escénicas, en el Lincoln Center. Averigua sobre la actriz Fanny Brice. Le dan, entre el material de archivo, tres cartas mecanograf­iadas. Las lee y alza la vista: no ve vigilancia. En un movimiento casi reflejo, esconde los sobres y vuelve a su departamen­to del Upper West Side de Manhattan. Al llegar, relee los textos, triviales, con manos temblorosa­s. Debajo de la firma de Brice queda espacio para inventar una posdata o algo más, se le ocurre. “Recibí una vieja máquina de escribir y agregué un par de frases que mejora ron el texto y elevaron el precio .”

No tanto. Vende las cartas en la librería Argos y, sin que le pregunten mucho: 40 dólares cada una. Sabe que no siempre podrá robar originales. Su idea es falsificar. Para eso, estudiará a fondo: qué artistas mantuviero­n correspond­encia( elige, desde luego, a los que están muertos ), a quiénes les enviaba n las cartas, con qué estilo, en qué papel, con qué tipografía. Compra, en tiendas de antigüedad­es, máquinas de escribir. Las etiqueta con el nombre de cada futuro plagiado. Practica, una y otra vez, firmas. Piensa en frases o ideas–ni insignific­antes ni muy llamativas–que podrían haber escrito otros. Inventa.

Elespectro­deimitados­esamplio: narradores, dramaturgo­s, actores. La importanci­adesusnomb­res–DorothyPar­ker, Ernest Hemigway, Humphrey Bogart, NoëlCoward, EugeneO’Neill, Edna Ferber, Louise Brooks, Lillian Hellman, entre otros– presagia que la estafa va a saltar más temprano que tarde. Arrebatada por su plan, por el alivio económico y por la excitación de lo prohibido, Israel sigue adelante. Procura que el precio de las cartas–que les vende a libreros y anticuario­s– no llame la atención. Cobra, en general, entre 50 y 100 dólares por pieza.

Durante un tiempo, todo funciona. “Mi éxito como falsificad­ora estaba de algún modo en sincronía con mi antiguo éxito como biógrafa. Durante décadas había practicado una especie de fusión con los artistas. Decir que en las cartas canalicé como una medium es apenas una ligera exageració­n .” Uno de sus preferido spara“c analizar” es el dramaturgo inglés NoëlCoward,qu eres ideen el más allá desde 1973. Israel le inventa un epistolari­o entero. En el libro Cartas de NoëlCoward,com pilado y editado por el experto Barry Da yen 2007, mucho después de que el engaño se hiciera público, figuran–por error–dos falsificac­iones de Israel .“Con quien más me divertí jugando fue conCoward; al final, creo que me divertídem­asiado”, admitiráel­la.

En 1992 ya sabe que está en la mira de coleccioni­stas ( uno, por ejemplo, sospecha de una carta en la que Coward habla de su homosexual­idad). Cambia, entonces, demodusope­randi. Visitaarch­ivos y biblioteca­s (desde la Pública de Nueva York hasta las de Columbia, Yale, Harvard yPr in ce ton ), ya nota cada detalle de cartas de ilustres. Ensucasa, con esa informació­n tomada, las clona. Deja pasar un tiempo. Vuelve y cambia las originales­porlas apócrifas. Finalmente, roba las originales –talento cleptómano en épocas de sistemas de detección menos sofisticad­os– y las vende. Mejor: se las hace vender aun ex convicto amigo.

La estrategia se termina cuando Da vid Lowenherz, experto en manuscrito­s y autógrafos, escucha que una carta de Hemingw ay que él había comprado era de la Universida­d de Columbia. Se comunica con las autoridade­s y les explica. En Columbia descubren que tienen archivada una falsificac­ión. El FBI se lanza sobre Israel, que, finalmente, en 1993 se declara culpable. Recibe seis meses de arresto domiciliar­io y cinco años de libertad condiciona­l. A esa altura, en menos dedos años, había adulterado, copiado o inventado unas 400 cartas. La sentencia incluye un tratamient­o de su alcoholism­o, que no cumple. Las cartas son de vueltas a sus lugares de origen, aunque es imposible rastrear las a todas.

Israel arde en la hoguera pública. Aun- que Naomi Hample, una de las dueñas de Argos y y ex clienta suya, declara :“Fue horrible, pero ella hizo cartas extraordin­arias”. Hasta Carl Burrel, el agente delFBIacar­god el caso, reconoce que las falsificac­iones son“brillantes ”.

En 2008, la ex falsificad­ora da su último golpe exitoso; legal pero cuestionad­o: publica sus memorias, Can You Ever Forgive Me? Esta vez es acusada de hacer apología del delito y de lucrar con una historia políticame­nte incorrecta. Diez años después se estrena la película, llamada igual que el libro, con Melissa McCarthy como protagonis­ta. La reciben bien: Israel tomó la precaución de morirse en 2014, cuatro años antes, por un mieloma, a los 75. Estaba trabajando como editora de la revista S cholas tic. Seguía sola. No se arrepentía de nada :“Creo que las cartas fueron mi mejor trabajo. Fui mejor escritora al falsificar que lo que había sido como escritora a secas ”.

En menos de dos años, adulteró, copió o inventó unas 400 cartas. “Creo que fueron mi mejor trabajo”, escribió en sus memorias.

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