Cambiar, para no caer en estereotipos
Hay encuentros, como el que tuve con Roberto, en donde se tiene (y nos sucedió a ambos) la sensación de que ya nos conocemos, si bien sólo nos habíamos visto ocasionalmente un par de veces. Esto se debe generalmente al establecimiento de un puente, una empatía espontánea, que abre la puerta de la franqueza. En nuestro diálogo no tuvo lugar la formalidad o la seriedad rígida que naturalmente inhiben la fluidez de una conversación. Así le sucedió a Roberto, y así en esas ocasiones ambos festejamos el logro. Roberto sabía de su actitud para el humor, ese don misterioso, y lo ejercía. Pero admite no haber llegado a imaginar que esa versión más íntima o –si se quiere– doméstica, que eran sus stand ups en fiestas o eventos (yo tuve la oportunidad de verlo en una de ellas hace bastantes años y ahí me tomó el pelo y todo), se convertiría en una convocatoria que hoy en día es realmente enorme: teatro lleno todas las funciones. Eso le ha permitido crecer. Además, sin perder su espíritu original, se animó a exigirse un poco más para otorgar una mayor variedad a su espectáculo. Como cuenta él mismo, fue comerciante del Once, en donde trabajó desde pibe y es miembro de una familia judía clásica, pero usa estas circunstancias como ingrediente para construir su personaje: una especie de anti héroe, confesor de falencias y frustraciones. Pero sabiendo convertirlas en humor, ironía y con una visión particular de la realidad. Casado, divorciado, padre muy presente de sus hijos, sabe cuándo es necesario tomar la distancia suficiente con personas o acontecimientos para poder observarse, corregir, aprender e intentar nuevas combinaciones para no caer en estereotipos.