SUEÑOS DE ARENA -
Nada más porteño que querer vivir en otro lado. En lo posible junto al mar, a puro relax. Buenos Aires nos mata, ¿no? Deberían advertirnos con carteles callejeros alarmantes –útiles para matizar embotellamientos–, onda atado de cigarrillos. Igual reconozcamos, con el medio vaso lleno, que la ciudad hipertensa nos ofrece un conjuro contra tanto acelere, tanto nervio, tanta locura. El clonazepam, dicen ustedes, ja. Queríamos ser más líricos y solemnes. Hablábamos del arte. ¿Alcanza para no sentirnos hámsters en la ruedita? No. Tienen razón. Tampoco para evitar días de furia, ajena o propia. Días en que terminamos como espectadores, actores de reparto o incluso protagonistas de Relatos salvajes, sin cobrar como Darín. ¡Momento!: tal vez el arte sí pueda salvarnos de inminente burnout. Miren, al costado, lo que hizo un puñado de artistas lituanos en la última Bienal de Venecia. Una maravilla, y encima del país de Jonas Mekas, el cineasta más luminoso que pasó por la Tierra. Tiemblen, psicoanalistas, maestros yogui, mercaderes de ansiolíticos. Si no podemos ser ciudadanos dignos, seremos performers. ¿Que los playeros lituanos son como animalitos de bioterio, con tanto fisgón arriba? ¿Y? Yo daría todo (si me quedara algo) por ser el tipo de malla gris ajustada de abajo al centro, encallado a lo cetáceo, con una revista o un libro. La panza ya la tengo; la paz interior, no.