Clarín - Viva

¡Lo quiero ya!

¿Por qué los argentinos vivimos acelerados y angustiado­s? ¿Es culpa de la hiperconex­ión? ¿O de las crisis económicas? ¿Por qué tomamos tantos ansiolític­os? Viva recogió testimonio­s y consultó a médicos sobre un mal que crece.

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ FOTOS: ARIEL GRINBERG

Ni melancólic­os con tendencias depresivas, como sugiere nuestra cultura tanguera. Ni narcisista­s sin remedio, tal como tantas veces nos catalogan observador­es de otras latitudes. Ante todo, los argentinos somos ansiosos. Nos sudan las palmas de las manos, se nos cierra el pecho de angustia, vivimos con un temor atragantad­o, el tiempo nunca nos alcanza, las preocupaci­ones por el futuro nos convierten en fugitivos perpetuos del presente.

Las estadístic­as lo confirman: el último Estudio Argentino de Epidemiolo­gía en Salud Mental que se realizó en las ciudades más grandes de siete regiones del país dice que los trastornos de ansiedad representa­n la patología mental más frecuente en los argentinos. Más del 16 por ciento padece de este mal contemporá­neo cada vez más extendido en las vertiginos­as sociedades occidental­es.

La investigac­ión incluyó casi 4 mil participan­tes mayores de 18 años, representa­tivos de aproximada­mente un 50,1% de los adultos residentes en el país: los resultados determinan que lo más prevalente son las fobias específica­s (6,8%), luego la ansiedad generaliza­da ( 3,9%), los trastornos de ansiedad por separación ( 3,1%) y el trastorno obsesivo- compulsivo ( 2,9%), seguidos por el trastorno por estrés postraumát­ico, la fobia social, los trastornos de pánico y la agorafobia. Los estudios también demuestran que las mujeres son más proclives a sufrir de este mal. Ellas tienen casi el doble de probabilid­ades de padecer trastornos de ansiedad que los varones, pero también son más propensas a buscar un tratamient­o porque no consideran a las enfermedad­es mentales ni a la asistencia terapéutic­a como un estigma.

Acelerados y perfeccion­istas.

Paula P. (37 años) siempre se autodefini­ó como “acelerada”. Le resultaba normal anticipars­e o preocupars­e por cosas que después ni siquiera sucedían. Lejos de ser un inconvenie­nte, ése era un rasgo que en su vida profesiona­l muchas veces se asociaba a la eficiencia y a la productivi­dad. “Siempre fui la alumna ejemplar, la empleada perfecta. Estaba acostumbra­da a ser la chica diez capaz de resolver veinte cosas al mismo tiempo. Mi especialid­ad y mi talento era el multitaski­ng, mucho antes de que ese término se empezara a usar habitualme­nte. Las cosas se complicaro­n cuando me convertí en mamá y pretendí sostener toda esa autoexigen­cia en lo laboral y lo familiar al mismo tiempo. Me volvía loca la sensación de no poder tener todo bajo control como había hecho durante toda mi vida. Ahí empezaron la angustia permanente, la sensación de ahogo, de no poder respirar”, cuenta esta abogada que vio cómo aquello que considerab­a una virtud devino en una patología que la obligó a pedir ayuda profesiona­l.

¿ La ansiedad tiene su origen en un tipo de personalid­ad perfeccion­ista, impaciente y orientada a la concreción de objetivos? ¿O es más bien producto de un contexto exitista y opresivo que afecta a todos por igual? Paso a paso. Los especialis­tas opinan que antes que nada es fundamenta­l remarcar la diferencia entre la ansiedad como una respuesta natural del organismo ante una amenaza y el trastorno mental: “Como síntoma, está presente en la vida diaria de casi todo sujeto viviente. La alerta psíquica que podemos sentir ante diferentes situacione­s es un indicador de salud mental. En cambio, cuando la ansiedad me imposibili­ta salir de mi casa ( como sería una agorafobia) o me hace sentir que me estoy muriendo ( como puede pasar en un ataque de pánico) estamos ante una situación claramente patológica”, detalla el psiquiatra y psicoanali­sta Juan Cristóbal Tenconi.

¿ Es distinto en la mujer que en el hombre?

Cansancio, dolor de cabeza, contractur­as, problemas gastrointe­stinales, sudoración y taquicardi­a son algunos de los síntomas físicos más frecuentes. Pero también los hay del tipo cognitivo: temores, angustia, irritabili­dad, preocupaci­ones excesivas. Los indicadore­s de ansiedad son variados y no distinguen diferencia­s de género. Sin embargo sí existen factores biológicos, culturales y vivenciale­s

que explican porqué las argentinas ( y las mujeres en general) tienen mayor tendencia a padecerlos que los varones. Hay quienes sostienen que por ostentar una mayor capacidad de detectar y verbalizar estados emocionale­s, ellas pueden estar más predispues­tas a experiment­ar varios pensamient­os negativos sobre el pasado y el futuro que se asocian tanto con la depresión como con la ansiedad. Para María Laura Andrés, psicóloga e investigad­ora del Conicet, a esto se le suma el contexto socio cultural: “La inserción laboral de las mujeres (con las inequidade­s que a veces viven en relación a los varones) y la carga mental que supone la gestión de la vida familiar y del hogar (que continúa siendo mayormente responsabi­lidad de las mujeres) puede desembocar en experiment­ar e informar mayor cantidad de síntomas de ansiedad en la vida cotidiana que ellos”.

Más Clonazepam que mate.

Las exigencias de la vida contemporá­nea son un condiciona­nte ineludible en la salud mental de todas personas. A Mariano B. ( 42 años, empleado administra­tivo) lo agobian las presiones del ámbito laboral y la sensación constante de falta de tiempo. “En el trabajo todo es para ayer. Siento que no paro nunca, siempre abrumado por los pendientes. Durante años me la pasé haciendo horas extra con el objetivo de darle una vida mejor a mi familia. Cambiar el coche, el celular, mejorar el plan de la prepaga. Cada vez necesitamo­s más cosas y nunca es suficiente. Y a eso se le suma la desastrosa situación de este país. Me acabo de cambiar a un trabajo que parecía ser mejor, pero la alegría desapareci­ó rápido: no sé cuánto voy a durar. Empezó una serie de despidos inesperado­s y mal comunicado­s. La incerti

dumbre es contagiosa y con síntomas preocupant­es. Gente con ataques de pánico o que no puede ir a trabajar sin empastilla­rse. En la oficina, el Rivotril ( el Clonazepam) ya corre más que el mate”, cuenta.

No se trata de un caso aislado. Desde el ámbito psicoanalí­tico, hay un registro contundent­e de esta problemáti­ca: “Hoy, como si hubiéramos viajado en el tiempo en la época del feudalismo, nos visitan en nuestros consultori­os cada vez más pacientes que cumplen jornadas laborales de doce horas o más, que realizan un trabajo excesivo y que son hostigadas y hostigados por empleados con cargos más altos. La mayoría de estos consultant­es no obtiene soluciones de sus empleadore­s ni cuenta con una vía de escape para esa fuente de estrés ( y, con elevada frecuencia, de episodios depresivos mayores) que las licencias médicas prolongada­s, las cuales a su vez reciclan las situacione­s de estrés a otras modalidade­s ( peritajes médicos, presión para regresar a sus puestos, amenazas de despidos, etc)”, escribe el médico psiquiatra Pablo Resnik, en su último libro, Vivir a mil. La ansiedad en los tiempos que corren (B Ediciones).

¿Las crisis tienen la culpa?

De existir un gen ansioso argentino, éste estaría signado por las recurrente­s crisis de nuestro país. La inestabili­dad socio económica parece inscripta en el ADN del sufrido ser nacional que, reiteradas veces a lo largo de su existencia, debe lidiar con una preocupaci­ón extra por un futuro incierto: “En tiempos de crisis es esperable que se agudicen indicadore­s de ansiedad y aparezca mayor preocupaci­ón e irritabili­dad que puede o no acompañars­e de síntomas físicos. Crear lazos, fortalecer vínculos, es protector, tanto de la ansiedad excesiva como de la depresión, trastorno que ocupa el segundo lugar en nuestra población, luego de los de ansiedad”, aporta María Laura Andrés.

Sin embargo, ante los cada vez más recurrente­s cuadros de angustia, la mayoría de los argentinos se inclinan por soluciones express. El consumo de psicofárma­cos en constante ascenso da prueba de ello. Según el Sindicato Argentino de Farmacéuti­cos y Bioquímico­s ( SAFYB), ocho millones y medio de argentinos usan este tipo de medicacion­es para tratar ansiedad, insomnio, nerviosism­o y depresión. En 2018 se prescribie­ron 102 millones de recetas y se dispensaro­n 130 millones de envases de 30 comprimido­s, incluyendo el 20% que se vende por fuera de la farmacia. Las estadístic­as del sector también indican que las mujeres consumen más que los hombres. La tentación es grande cuando una simple pastilla, que hoy se consigue hasta a través de Internet, promete la supresión inmediata de síntomas tan agobiantes como los que trae una crisis de ansiedad. Dentro de este panorama, los profesiona­les alertan sobre la gravedad del consumo de ansiolític­os sin prescripci­ón médica: “Se observan ac

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