LA GRAN TRAGEDIA DEL POP
En los ‘90, uno de los más famosos lacanianos de Slovenia, el casi argentino Slavoj Zizek, señaló que nuestra relación con los filmes “retro” depende menos de una atracción por temas del pasado, que de la fascinación ante la mirada ingenua que teníamos cuando los vimos por primera vez. Es decir, el retro supone una “regresión”. ¿Acaso consumimos una serie como Stranger Things porque nos interesa el mundo como era tratado en 1985, o debido a una necesidad de volver a ver las cosas más ingenuamente, recuperar esa mirada perdida con la infancia? Los portales llenan caracteres revelando citas y referencias a fetiches de los ‘80 en la serie. Los directores, los hermanos Duffer, no paran de diseminarlas y subrayarlas adrede. Con una vuelta más. En esta tercera temporada se llega a reflexionar sobre qué es el “nerdismo”, sobre todo en boca de Dustin, una fisonomía leporina cuyo nombre, por lo menos, inquieta: Gaten Matarazzo. Entonces, si uno es tan consciente de que todo lo que pasa ahí es puro “deja vu”, por qué se sigue enganchando un episodio tras otro . Ok, una razón es técnica: el modo de dejar la hilachita de suspenso en cada final. Pero sin dudas, la razón es la alternancia entre el reconocimiento nerd ( uy, mirá el monstruo es como Alien) y la necesaria regresión de la mirada, ese ponerse en “modo niño”. Pero hay un detalle sospechoso: el uso excesivo del walkie talkie. La preocupación por la comunicación y la “señal” de estos chicos se parece demasiado al presente de los celulares. De ahí el éxito de la serie entre los centennials de hoy, quienes no vieron Volver al futuro en su momento. Primer punto entonces: el objetivo de Stranger Things es igualar “para abajo” a padres e hijos. Pero vayamos a otro detalle. Cuando la superdotada Eleven entra en un trance visionario, ingresa a un espacio negro, una especie de mar de tinta que remite a la zona adonde descendía Scarlett Johansson en la película Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013). Por lo tanto, no sólo cuando aparece un ciber-sicario soviético (foto) en la serie, recuerda al vintage Terminator. También se puede citar un imaginario del cine Baficero más reciente. Así los Duffer plantean un diagnóstico de la Cultura Pop : lo que el cine imagina una vez queda “grabado” en el inconsciente de la industria cultural y de la gente para siempre. Es la tragedia del Pop, su fatalidad. Parecido a lo que pasa con los epónimos, cuando decimos “Curita” en lugar de apósito. Hay “marcas” en el imaginario Pop, huellas con copyright. Al final, la serie debería llamarse “Less Strange Things”. Nada es extraño. Hasta lo más siniestro resulta una cita inocua.