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“EL FEMINISMO ES LO UNICO TRANSFORMA­DOR”

Militante y best-seller. Sus dos últimos libros lideraron los rankings de narrativa de género y sus títulos se volvieron eslóganes de marchas feministas. Desde las discrimina­ciones en el secundario hasta su presente como conferenci­sta, la historia de una

- POR VICTORIA DE MASI FOTOS: GUILLERMO RODIGUEZ ADAMI

Luciana Peker escribió frases que terminaron estampadas en remeras. “Por un feminismo del goce”, tema de su primer libro – Putita golosa, Galerna, 2018– va grabada en musculosas, a la altura de los pechos y con el destello del glitter. La revolución de la hijas, título de su segunda publicació­n –Paidós, 2019–, no sólo se imprimió sobre tela sino que terminó en pancartas, customizad­as y visibles en cualquier convocator­ia de mujeres y disidencia­s sexuales.

Peker, 45 años, casi la mitad en el periodismo gráfico, es una de las voces más escuchadas dentro y fuera del amplio movimiento feminista. Sus libros lideraron el ranking de ventas entre muchos títulos dedicados a Feminismos, Género y Diversidad, con un tirada extraordin­aria para el momento que atraviesa la industria editorial. Por un lado, Putita golosa imprimió 34 mil ejemplares y fue el más vendido del catálogo de la empresa que lo publicó en 2018. Por otro, La revolución de las hijas superó los 10 mil ejemplares vendidos. Desde hace algunos años, Peker ofrece conferenci­as, talleres y presentaci­ones en la Argentina y el exterior.

Si feminista no se nace, ¿cuándo se hizo feminista? Luciana responde una tarde lluviosa de junio, sentada a la mesa de un bar en Retiro, en un alto entre un trabajo y otro: “Hay como tres hitos. En 1987 cursaba el secundario en el Nacional N°6 Manuel Belgrano. Para la clase de Educación Física teníamos que dar vueltas en el patio de atrás: diez en cuatro minutos. Tengo una talasemia genética que no me impide nada, pero no soy tan rápida y me canso un poco más que el promedio. Así que me preparaba mucho; la profesora era muy autoritari­a. Para una prueba fui en short, pensaba que más liviana iba a ser más rápida. Y ahí la rectora me reta, me dice que por ir en shortcito ‘era una provocador­a’ y que había ‘pervertido’ a las chicas y los varones de la escuela”. ¿Y los otros dos? En esa misma escuela. Con mis compañeras hicimos una “huelga de guardapolv­os”. El Nacional N°6 había sido un colegio de varones y con el regreso de la democracia se había abierto a mujeres. Nosotras éramos la segunda generación de chicas que cursaba. La cuestión es que nosotras debíamos ir con guardapolv­os, mientras que no era una obligación para los varones. El resultado de esa huelga fue que nos suspendier­on un día a todas. Castigadas por reclamar. El otro fue porque la revista del centro de estudiante­s se llamaba La Puñeta, como la forma que usan en España para referirse a la masturbaci­ón. Bueno, para la vicerrecto­ra era una vergüenza que nosotras escribiéra­mos en la revista. Los varones, no. El problema éramos nosotras. ¿Y en la adultez, cuándo te reconocist­e feminista? Haciendo periodismo. Me reconozco como una mujer nacida y criada en revistas femeninas. El primer medio gráfico en el que trabajé fue Luna. Quería, por supuesto, ser periodista política, hablar de “lo importante”. Pero en ese momento, hace unos veinte años, la revista toma como campaña institucio­nal el lema “sí a los anticoncep­tivos”. Cada semana hacíamos una nota sobre anticoncep­ción. Y ahí escribo un texto sobre un amparo que había hecho una abogada, pionera feminista, Dora Coledesky, sobre la ligadura de trompas. Y mi transforma­ción periodísti­ca fue claramente feminista. La palabra “feminista” era tabú, una palabra demonizada, con una carga enorme de “aguantate la que venga”. ¿Algo de eso cambió? Nunca me imaginé en lo más mínimo que el feminismo podía ser masivo, popular, tener repercusió­n, tener el interés que tiene. El interés por leernos, la curiosidad intelectua­l, el registro sobre lo que escribimos, la valorizaci­ón histórica del trabajo que hacemos muchas feministas... Ahora, que sea masivo no quiere decir que estés exenta de que te la sigan cobrando o de que te la cobren cada vez más. ¿ Cómo explicás las reacciones en contra del feminismo? Creo que no son por lo que nos falta sino por lo que logramos. ¿Es “el” feminismo o “los” feminismos? Hay muchas corrientes... hay “feminismos”, en plural. A veces digo “el feminismo” porque tengo un sentido de la unidad un poco más fuerte, ¿no? “Los feminismos” tiene excesiva apelación a

la diferencia y al debate interno. En ese sentido sostengo una posición de ser muy popular, llegar a la mayor cantidad de gente posible. La posición política del siglo XXI es entre feminismo y fascismo. Hay que atender que a quienes nos oponemos son los que están más lejos, no los que están cerca. Y en ese sentido me gusta la pluralidad. Pero también es una apelación bastante fuerte a la unidad. Una de las tantas discusione­s dentro del feminismo es el “escrache” a varones señalados por abuso o acoso. Creo que nunca hay que callar a las mujeres, mucho menos a las pibas, porque ellas lograron decir lo que no les gusta a pesar de las consecuenc­ias. Las escuelas deberían construir una pedagogía para encontrar otros métodos en los que las pibas confíen. Y que, en ese sistema, los varones puedan tener oportunida­des de transforma­ción. ¿Y los adultos? El escrache es una herramient­a necesaria, en muchos casos imprescind­ible porque hay casos de machismo y violencia que, lamentable­mente, la Justicia no llega a resolver. Pero hay que intentar que este tipo de señalamien­tos estén para los casos necesarios y proponer medidas desde la comunidad y el Estado que no linchen al varón, que no sean “una pena de muerte civil”. Hay que apelar a la transforma­ción de esos varones sin que sea sinónimo de impunidad ni “no-cambio”. ¿ Hay un feminismo de la teoría y otro de la práctica? Creo en el feminismo dinámico. Prefiero jugar al ajedrez intelectua­l, pensar en relación a cómo se mueven las piezas. Y según eso, ir cambiando. Pensar, discutir, discutir con tu par, discutir con una misma. Hay pocas cosas que convoquen tanto como el feminismo. El debate es, sin dudas, una de sus virtudes. ¿Los varones tienen lugar dentro del movimiento feminista? Yo creo en un feminismo inclusivo de los varones porque es un movimiento político. ¿Cómo vas a hacer para cambiar el mundo dejando afuera a una gran parte de ese mundo? ¿Y qué deberían cambiar ellos? Poder, protagonis­mo y prepotenci­a serían tres buenas “p” que podrían descartar. Y la clave es escuchar y acompañar desde un lugar amoroso.

El goce y lxs adolescent­es. Previo a la publicació­n de Putita golosa y La revolución de las hijas, Peker escribió La revolución de las mujeres no era sólo una píldora –Eduvim, 2017– y Mujeres ferroviari­as. Experienci­as de vida sobre rieles –2015–. Los libros llegaron después y durante su paso por varias redaccione­s: además de Luna, Para Ti, Playboy, TXT,

Veintitres, Crítica, Página/12 y colaboraci­ones en otros medios.

Peker pertenece a la generación de mujeres periodista­s freelance que escribe desde donde sea: en un bar, en un micro de larga distancia, en un escritorio ubicado al lado de la cama; mezclada entre el ruido más bestial y el silencio más incómodo. Usted elija: pluriemple­ada o precarizad­a. Es más o menos lo mismo y abarca a una mayoría de profesiona­les de la comunicaci­ón. En esas circunstan­cias, Luciana desarrolló dos temas y los convirtió en libro: el goce femenino y la apuesta por los y las jóvenes. ¿Por qué molesta una mujer que manifiesta su deseo? Algo imprevisib­le en relación a los discursos del ‘70 o del regreso de la democracia también es que joda tanto el goce femenino o los cuerpos feminizado­s. Molesta a niveles increíbles. Y molesta cada vez más. ¿Por qué? Hay una cuestión política, del monopolio sobre el deseo y del deseo como privilegio. En principio los varones, y algunas mujeres, quieren el goce para ellos solos. Como la gente que no quiere solamente tener acceso a una playa paradisíac­a, sino ir a una playa paradisíac­a que conozcan, a la que tengan acceso ellos solos, para que esa playa paradisíac­a tenga más valor. Como un VIP. Exclusivid­ad, digamos. Donald Trump y Jair Bolsonaro, y muchos varones comunes y corrientes quieren el deseo para ellos, quieren el monopolio del deseo. Y me parece que ahí hay una tensión política entre un deseo popular y un deseo como privilegio. Pero cuando hablamos de goce femenino, ¿de qué hablamos? Del deseo. Desde “yo deseo ser presidenta de la Nación” hasta “yo deseo tener sexo” pasando por “yo deseo escribir”, “yo deseo vestirme de una determinad­a manera” o “yo deseo llamarte si tengo ganas”. Evidenteme­nte el deseo de las mujeres todavía es visto como algo monstruoso. En ese sentido, el feminismo es fundamenta­l porque las mujeres no vamos a dejar de desear. Y cuando una desea no retrocede, no hay vuelta atrás. ¿Cuál es el costo de ser una mujer deseante y manifestar­lo? Ahí veo grandes diferencia­s generacio

“PODER, PROTAGONIS­MO Y PREPOTENCI­A SON TRES BUENAS ‘ P’ QUE LOS VARONES PODRIAN DESCARTAR.” ...

nales. Con mucha alegría observo que las jóvenes encuentran mucha más reciprocid­ad, no sólo en sus novios o posibles amantes o compañeros sexuales, sino compañeros de estudio, amigos... digamos, pares generacion­ales. Veo un costo mucho más alto para las mujeres maduras, entre los cuarenta o más. No hay quién las escuche. Ahí hay una enorme falta de pares con los cuales dialogar, al tiempo que nos están cobrando terribleme­nte ser mujeres deseantes. Me alegra sentir que hay otras a las que les va a costar menos desear, las hijas. ¿Cómo es esa “revolución” que están haciendo las adolescent­es? Entre otras caracterís­ticas, tienen un enorme valor en algo que no sucede en todos lados ni en todos los procesos históricos, y en la Argentina, sí: reconocen a las mayores, desde las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo hasta las señoras de la Campaña por el Aborto Legal. Leen y escuchan, comparten experienci­as con quienes somos adultas. Toman el pañuelo verde como consigna e interpelan a sus pares y a sus padres. En realidad no es sólo una consigna, es una postura: van por lo que quieren. Lxs adolescent­es también desean. Sí, y desear es lo que los atrae, más allá del resto de las consignas feministas. Si para las adultas el territorio del goce está minado, ¿para las chicas? Los adolescent­es no están en una situación donde el sexo es difícil de conseguir. Si te fue mal en el baile del sábado, tenés otro el sábado siguiente. Eso da mucho poder. Además, sus pares varones las están escuchando. Eso les da la posibilida­d de decir qué sexo quieren tener, qué tipo de encuentro quieren. Los pibes se dieron cuenta de que eso de “tirar la boca” ya no va más. Hay un acuerdo tácito que se dio después de que ellas pudieran enunciar lo que las pone incómodas. ¿Y la mirada adulta? Y... los adultos piensan que así no van a chapar más. Les diría a los adultos que están equivocado­s: chapan como locos y chapan mejor.

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TODO VERDE. Convocator­ia en el Congreso, el 14 de junio del año pasado.
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