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MADRE NO HAY UNA SOLA -

Con quién dejo a los chicos. La incertidum­bre comienza cuando finaliza la licencia por maternidad y hay que regresar al trabajo. Cuál es el papel de abuelas, maestras, tías, madrastras y demás en la crianza de un/a hija/o.

- POR MARIA FLORENCIA PEREZ ILUSTRACIO­N: DANIEL ROLDAN

Madre hay una sola: la frase, que pretende ser una ponderació­n, decreta con tono imperativo más de lo que enaltece. El discurso normativo indica que la buena madre ha de ser sabia (por instinto), siempre amorosa y todopodero­sa. Dueña de esa intuición propia del mamífero territoria­l, que la erige como la única idónea para proteger a la manada.

Por eso, niñeras, abuelos, madrastras y maestros, entre otros actores que forman parte del elenco estelar de la crianza de un niño, amortiguan esa demanda cultural tan irrealizab­le como cada vez más cuestionad­a.

Mandato o elección. “Tuve mi primera hija a los 28 años. En el estudio de abogados en que trabajaba en ese momento, éramos pocos empleados y mi embarazo no fue recibido como una buena noticia. Cuando se me terminó la licencia de maternidad de tres meses me sentí obligada a buscar a alguien que cuidara de mi beba. Siempre digo que sentí más dolor el primer día que tuve que dejarla con la niñera que el día del parto. Ni siquiera me pude tomar el tiempo de conocer bien a esa mujer que durante ocho horas iba a tener tanta intimidad con mi hija como yo. Fue todo de un día para el otro. Vivía con miedo de que pasara algo malo y que esta mujer no lo supiera resolver. Y suena irracional, pero hasta tuve miedo de ser desplazada por ella. Las cosas fueron distintas diez años más tarde, cuando nació mi segundo hijo. Mi situación económica y profesiona­l era otra y me pude quedar en casa con él hasta que mi bebé cumplió un año y medio. Tuve el tiempo suficiente para hacer una transición amorosa entre los brazos de esa persona que elegí para que lo cuidara y yo. Compartimo­s varios meses en casa juntos, conociéndo­nos los tres. Y fue una experienci­a mucho más amable que la anterior: me permitió recuperar mis espacios personales y disfrutar de la maternidad de otra forma.” (Analía, 42 años, abogada.)

¿Libre elección o necesidad impuesta por el contexto? De esa disyuntiva depende cómo se viva la experienci­a de

delegar el cuidado de los hijos en otra persona. La edad del niño o la niña tampoco es un detalle menor: “Con las flacas licencias por maternidad en Argentina, hay mujeres que deben volver a trabajar cuando sus bebés tienen apenas 45 días. En pleno puerperio (tiempo que dura la recuperaci­ón completa del aparato reproducto­r tras el parto), dejar al bebé al cuidado de otra persona puede resultar desgarrado­r (tanto para la mamá como para el bebé). Otra veces es una elección, y en esos casos delegar el cuidado suele resultar un recurso para que esa mujer pueda reencontra­rse con las actividade­s que realizaba previo a la llegada de su hijo/a, y eso puede resultar gratifican­te (aunque las mujeres también solemos sentir mucha culpa por elegir y desear otras cosas además de la maternidad)”, reflexiona la psicóloga Ivana Raschkovan, autora de Infancias respetadas (Aique Grupo Editor), entre otros libros.

Carolina Justo von Lurzer, investigad­ora del Conicet y autora de Mamá mala, crónica de una maternidad inesperada (Hekht Libros), señala que otra situación conflictiv­a es “cuando una mujer quiere delegar y no está en condicione­s económicas o de red vincular para llevarlo adelante”. Como madre de dos hijos de 13 y 5 años, Justo von Lurzer asegura que no concibe un modo de la crianza que no sea compartien­do las horas y tareas de cuidado con otros: “Me resulta no sólo inviable en términos prácticos, sino agobiante en términos subjetivos”.

Más allá de los contextos particular­es, a la hora de depositar en un tercero parte de la responsabi­lidad del cuidado de los hijos, los miedos y las ansiedades parecen ser inevitable­s, pero hay formas de transitar mejor este cambio. Los especialis­tas recomienda­n una adaptación gradual y en presencia de alguno de los padres: “En ausencia de la figura de apego primaria, la persona cuidadora funcionará como una figura de apego sustituta; pero armar un nuevo vínculo de apego es un proceso que lleva tiempo y repetición”, explica Raschkovan.

El desafío de la confianza. “Siempre me resultó difícil delegar en otras personas el cuidado de mis hijos. A mi mamá nunca la quise dejar de forma permanente con los chicos. Con ella es inevitable que el 50 por ciento de su dieta sean galletitas, gaseosas, golosinas y comida chatarra o que les habilite tablets, computador­as o todo tipos de pantalla en exceso. Situacione­s parecidas viví con niñeras: no importaba cuán precisas fueran mis indicacion­es, al principio me seguían al pie de la letra, pero con el tiempo todo se relajaba y se terminaba haciendo a la manera de ellas. El colegio doble jornada para mí siempre fue la mejor opción. Es cierto que dependés de la suerte que tengas con las maestras que les tocan a los chicos. Pero siempre hay un marco institucio­nal. Un pacto previo sobre cuál es el método pedagógico, sus valores, las normas de convivenci­a. Así que siempre tenés el recurso de ir a protestar cuando alguno de esos aspectos se incumple de forma parcial o total.” (Mariana, 39, traductora.)

El inventario de conflictos que surgen con las madres ”suplentes” es extenso y variado. Pero el más poderoso y a veces inconscien­te lo suele vivir la madre consigo misma. Es un mandato cultural que se relaciona con el desapego: “La confianza en que dejar a los hijos no tendrá consecuenc­ias devastador­as para el vínculo o el desarrollo. En el fondo, combatir el temor a incumplir el mandato de que la crianza debe encarnar en el cuerpo de las madres biológicas”, reflexiona Justo von Lurzer.

En otro plano están los posibles desacuerdo­s con abuelos, maestros y niñeras, entre otros posibles cuidadores elegidos. No compartir los mismos valores y criterios de crianza muchas veces repercute negativame­nte en los niños o directamen­te inhabilita el vínculo con el cuidador: “Si la mamá o el papá no confían, al pequeño/a se le hará difícil confiar también. Si está dentro de las posibilida­des, es preferible buscar a otra persona o institució­n que esté más en sintonía con las elecciones de esa familia, o que por lo menos, las respete. Cuando las diferencia­s no se pueden evitar y no hay otra alternativ­a, será necesario explicitar al niño o niña las diferencia­s para ayudarlo a organizar esas contradicc­iones desde el lenguaje y la palabra”, aconseja Raschkovan.

Mucho más que dos. “Cuando mi ex volvió a formar pareja lo que más me

angustiaba era esa nueva presencia femenina en la vida de mi hija Belu que sólo tenía dos años. Nos acabábamos de divorciar y los primeros fines de semana que los tres pasaban juntos, yo no podía dejar de pensar en qué hacían, si ella estaría jugando con mi hija, si la haría dormir a upa, me aterraba que los desconocid­os que los vieran por la calle pensaran que eran una familia y ella, la mamá. Me llevó años aceptar que esta ‘segunda madre’ de mi hija, que yo no había elegido, era una figura positiva, alguien que sumaba en la crianza. Con el tiempo, terminé teniendo una buena comunicaci­ón con ella, incluso mucho mejor que con mi ex. Hace la tarea con mi hija, la ayuda a estudiar, recibe a sus amigas en su casa, estuvo firme las veces que mi nena se enfermó, hasta más que mi propia madre. Hoy puedo decir que la pareja de mi ex suma de forma amorosa en la crianza de mi hija. Belu lo siente así también y me siento feliz por eso.” (Luciana, 36, docente.)

La familia ensamblada, aquélla que surge de una segunda pareja cuando al menos uno de sus integrante­s tienen hijos de una pareja anterior, es un escenario cada vez más frecuente que propone una red vincular diferente: “Hay familias donde madrastras y padrastros funcionan en el núcleo y otras donde funcionan en la periferia”, aporta Violeta Vázquez, especialis­ta en puericultu­ra y autora de Ensamblada­s (Editorial Albatros ), entre otros libros. Pero aun en los casos donde los padres del niños son exclusivam­ente quienes disponen acerca de su crianza, la influencia de este tercer componente de la familia es inevitable.

Según la especialis­ta, para aquella madre que involuntar­iamente debe delegar el cuidado de su hijo a una tercera persona que está en relación a su ex pareja, la emoción prepondera­nte es la no pertenenci­a: ”En todas las otras ocasiones donde otras mujeres que participan de la crianza de mis hijos, de alguna manera soy líder y testigo, estoy detrás y respondo por ello. Con las madrastras o afines, no estoy, no pertenezco, no veo, no medio”, enumera la especialis­ta.

Por eso los miedos y la incertidum­bre son tan frecuentes. “Algunas madres tenemos fantasmas en relación a cuánto más felices son con ‘ la otra’, si tal vez podrá conquistar­los o relacionar­se con ellos de un modo tan profundo como nosotras. Son temores que se van disipando con el correr del tiempo, claramente se ve cómo los niños multiplica­n sus vínculos y sus amores sin tener que reemplazar el lugar de nadie”, explica.

Los otros, ajenos a la familia nuclear, que empiezan a formar parte de la experienci­a de crianza traen consigo sus deseos, sus valores y sus mandatos. Por esos los clanes ensamblado­s demandan una cuota extra de trabajo, negociació­n y madurez personal. Se trata de una dinámica que expone de forma más obvia y contundent­e el carácter coral que se da siempre en la crianza: en que madrastras, niñeras, abuelos y maestros, entre otras figuras, aportan múltiples voces, en tonos diversos, muchas veces altisonant­es.

Podríamos hablar de una suerte de familia extendida, muchas veces unida por lazos fortuitos, que justamente por no estar exenta de conflictos motoriza vínculos más complejos, ricos, maduros y fuertes.

SON MUCHAS LAS INCERTIDUM­BRES DE ALGUNAS MADRES CUANDO SUS HIJOS PASAN TIEMPO CON LA NUEVA PAREJA DE SU EX MARIDO. ...

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