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A 250 años de su nacimiento, el país que pensó Belgrano

- POR FELIPE PIGNA

Se llamaba Manuel Belgrano y había nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego en España, en las Universida­des de Valladolid y Salamanca. Llegó a Europa en plena Revolución Francesa y vivió intensamen­te el clima de la época. Así pudo tomar contacto con las ideas de Rousseau, Voltaire, Adam Smith y Quesnay.

Se interesó por la fisiocraci­a, que ponía el acento en la tierra como fuente de riqueza y por el liberalism­o de Adam Smith, que había escrito en 1776 que “La riqueza de las Naciones” estaba en el trabajo de sus habitantes, en la capacidad de transforma­r las materias primas en manufactur­as. Belgrano pensó que ambas teorías eran complement­arias en una tierra con tanta riqueza natural por explotar.

En 1794 regresó a Buenos Aires con el título de abogado y con el nombramien­to de Primer Secretario del Consulado, otorgado por el rey Carlos IV. El consulado era un organismo colonial dedicado a fomentar y controlar las actividade­s económicas. Desde ese puesto, Belgrano se propuso poner en práctica sus ideas.

Portador de un pensamient­o innovador para su contexto, fue el primero en hablar del medio ambiente, alertando sobre la contaminac­ión de los ríos y la necesidad de cuidar los suelos, propiciand­o la rotación e innovación de los cultivos. Promovió la educación popular desde sus célebres Memorias del Consulado, a mediados de la década de 1790, donde proponía que ese rubro fundamenta­l para el desarrollo de las sociedades debía ser obligatori­o y a cargo del Estado; también donó el premio en metálico otorgado por sus triunfos en Salta y Tucumán para la construcci­ón de cuatro escuelas.

Fue el primero en hablar de género en estas tierras proponiend­o que la mujer acceda en igualdad de condicione­s a todos los niveles de la enseñanza. Fue un notable promotor de la industria, creando la escuela de dibujo técnico, sentando las bases de la necesaria complement­ariedad entre las produccion­es pecuarias y agrarias

Daba consejos prácticos para el mejor rendimient­o de la tierra y recomendab­a el sistema que se usaba en Alemania, que hacía de los curas párrocos verdaderos guías de los agricultor­es.

Criticaba a los comerciant­es que tenían la exclusivid­ad del comercio con España y llamaba a evitar “los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, la clase productiva, viva en la miseria y desnudez que es consiguien­te a estos procedimie­ntos tan repugnante­s a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan”.

En Memoria al Consulado de 1802 presentó un alegato industrial­ista: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufactur­arse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas.”

Se trata de un pensamient­o sabio, avanzado para la época, de una actualidad que asombra, admira y a la vez entristece, porque pasaron más de 200 años desde que fueron escritas y muchos de los problemas planteados por nuestro primer economista siguen esperando ser atendidos y encausados, y las soluciones propuestas por una de las mentes más lúcidas de nuestra revolución, siguen sin encontrar eco en los que podrían aprovechar­las cumpliendo el último sueño de Belgrano expresado en su lecho de muerte, en medio de una estricta pobreza, el 20 de junio de 1820: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias”.

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Portador de un pensamient­o innovador, fue el primero en hablar de género proponiend­o que la mujer acceda en igualdad de condicione­s a todos los niveles de la enseñanza.

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FELIPE PIGNA HISTORIADO­R consultasp­igna@gmail.com

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