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La película

Los hombres no lloran

Este filme independie­nte, dirigido por Kimberly Peirce, cuenta la historia real de un varón transgéner­o. Su vida signada por la discrimina­ción y su muerte como víctima de dos ex convictos que lo violan y asesinan tras descubrir su secreto. nuevos, durante las primeras semanas, los ponía de ejemplo, les daba un trato preferenci­al para generar malestar entre los demás. Con las mujeres jugaba un papel seductor, un histérico. Con los hombres, el amigote, el confidente que se sentaba a almorzar con vos, te auguraba un crecimient­o espectacul­ar y acto seguido te abrochaba un montón de trabajo extra que le correspond­ía a él y que todos al principio nos esforzábam­os por cumplir aun trabajando fuera de horario. Por supuesto que las retribucio­nes a tanto mérito nunca llegaban, él ponía excusas y, con quien insistía en su reclamo, se ofendía: ‘Yo nunca te prometí eso’. Silencio glacial y lo mandaba al freezer. Cuando podía se la cobraba poniendo a esa persona en ridículo con los demás, en general ante los nuevos que recién entraban en su ciclo de uso y descarte.”

(Martín, empleado administra­tivo, 32 años)

Ser macho también implica someter al otro, tener la última palabra cueste lo que cueste. Es en esa puja, sobre todo cuando hay relaciones de poder mediante, que indefectib­lemente se dan situacione­s que ponen a los varones en un juego de roles de víctima y victimario: “Además de la violencia física, está la violencia de la manipulaci­ón. ¿Qué es lo que un varón hace cuando no puede actuar como tal? Se sustrae, hace a medias, inventa excusas, manipula. La masculinid­ad no es sólo un orden psíquico, sino un modo social de relacionar­se con los actos, de tener que asumirlos y responsabi­lizarse por ellos. Tradiciona­lmente, dado que los varones participab­an de la vida pública, tenían que responder; dicho de manera más simple, ser varón era hacerse cargo. La progresiva disolución de la masculinid­ad en el siglo XX, no trajo nuevas formas de responsabi­lidad, sino una adolescent­ización crónica de los varones”, reflexiona Lutereau.

Y agrega: “Hoy el machismo imperante habilita el desconocim­iento del otro: arreglamos una cita sobre la hora y, si en el camino no tengo ganas de ir, te meto un chamuyo. Además de la violencia física, violenta es la relación con la palabra cuando se perdió la dimensión del compromiso”.

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