Clarín - Viva

CUANDO FREDDIE ABRAZO AL DIEGO

A 40 años de la visita de Queen. Poco antes de la Guerra de Malvinas, el cuarteto británico dio aquí 5 shows. Su reunión con un jefe del ejército, el exceso de seguridad policial y el encuentro con Maradona, que usó una camiseta inglesa.

- POR NICOLAS IGARZABAL FOTOS: ARCHIVO CLARIN

se había lucido en el Mundial Juvenil del ‘79 y ya se perfilaba como crack.

Capalbo, a su vez, fue a ver a Queen al Madison Square Garden de Nueva York, en septiembre de 1980, y comprobó su poderío. El grupo venía de editar The Game, su octavo disco, que traía los hits Crazy Little Thing Called Love y Another One Bites the Dust, y preparaba la banda sonora de la película Flash Gordon. Con 10 años en espiral ascendente, coqueteand­o entre el rock pesado, las baladas y la ópera, el mundo se rendía a sus pies.

Arribo y (exceso de) seguridad. Los escenarios se empezaron a montar con una semana de anticipaci­ón. El grupo y todo su staff aterrizó en Ezeiza un día antes del primer concierto, es decir el viernes 27 de febrero de 1981, y los fans esperaron a los músicos en el aeropuerto con pancartas. ¡Incluso se pasó música de Queen por los altoparlan­tes!

Después de acomodarse en el Sheraton Hotel, dieron una conferenci­a de prensa en las instalacio­nes del estadio de Vélez, repleta de preguntas obvias y condescend­ientes, incluyendo una hilarante entrevista telefónica entre Freddie Mercury y la actriz uruguaya China Zorrilla. Estaban exultantes por el trato que recibían: eran reyes en una región caída del mapa. Pero también se los veía incómodos por las escoltas policiales que les ponían los militares para su seguridad.

“Los movimiento­s eran aterradore­s: hombres en grandes jeeps moviendo sus armas para que los coches que venían de frente nuestro se corrieran; se te ponían los pelos de punta”, recuerda el baterista Roger Taylor en el documental Days of our lives (BBC, 2011). “Mientras bajábamos los equipos podíamos ver casquillos de balas, y pensábamos ‘realmente estamos en un lugar diferente’”, ironiza otro miembro del staff, el road manager de la gira, Peter Hince.

Jim Beach relata la reunión que tuvieron con Roberto Viola, el presidente de facto que tomaría el poder a fines de marzo en lugar de Videla: “Negociábam­os con aquel general del ejército y me dijo: ‘¿Cómo podríamos permitir que 50.000 jóvenes se junten en un estadio sin poder controlarl­os? ¿Qué pasaría si alguno gritase

Encuentro con el diablo.

¡Viva Perón! en mitad del concierto y estalla una revuelta?’ Y yo le intenté explicar que, en lugar de tener esa lucha de gladiadore­s romanos, esto sería una panacea para la gente que nunca había visto algo así, y que sería una experienci­a extraordin­aria”. Como prueba quedó una foto de la banda reunida alrededor de Viola, de ésas que mejor olvidar.

James Henke, un enviado de la revista Rolling Stone que vino a la Argentina a cubrir la visita, retrató en la publicació­n estadounid­ense los abusos de autoridad dentro de los shows: “El estadio está lleno de chicos… y de policías. Son tipos duros y malhumorad­os, no como los boy scouts que vi en el aeropuerto. Y rápidament­e nos damos cuenta de que éstos van en serio. En cuanto un periodista norteameri­cano les saca una foto a los veintitant­os policías de bastón que rodean la entrada al backstage, es empujado contra un Falcon oficial y amenazado a punta de cuchillo con cortarle un dedo, hasta que entrega el negativo”.

El que tuvo mejor suerte fue Neal Preston, el fotógrafo oficial del grupo, que tomó una imagen inquietant­e: una fila de policías en el campo del Gigante

A pesar de que su DT en Boca, Silvio Marzolini, no le había dado el permiso, Diego Maradona se fue a ver a Queen acompañado del otros jugadores, el “Chueco” Alves y Jorge Quirós. “Freddie se portó bárbaro, me regalaron de todo. Lástima que eran ingleses...”, eso cuenta Diego en Mar de fondo (2005). El peluquero oficial de la banda fue el hombre que le consigue a Susana Giménez las extensione­s naturales: Miguel Romano (a la izquierda). de Arroyito, vigilando el movimiento de las tribunas con bastones largos entre las manos. Quizás la mejor síntesis de toda esta historia de lujuria y represión. No por casualidad la eligió para ilustrar la tapa de su libro Queen: The Neal Preston Photograph­s, editado en octubre.

Juan Cibeira, por entonces jefe de redacción de la legendaria revista Pelo, siguió el día a día del cuarteto inglés, y pudo entrevista­r a sus integrante­s. “Los músicos por fuera del escenario no se mostraban mucho: Freddie era una persona muy retraída y bastante áspera con la prensa, y el comunicado­r era Brian May, que había venido con toda su familia, y era el más amable. Roger Taylor se hacía el langa y John Deacon era el más callado”, cuenta hoy. “Para ellos era un desafío muy grande y tenían mucho temor con la parte técnica y con respecto a la seguridad. Pero cuando llegaron acá se encontraro­n con un fenómeno estilo Beatlemaní­a, que ya no existía en ningún lugar del planeta: nadie corría a los músicos poniendo en juego su propia vida, colgado de una moto o una camioneta, tirándose delante de sus au

Mano a mano con Queen.

una nueva estrategia para la época, siguieron con Mar del Plata el 4/3 (¡Taylor y Deacon se fotografia­ron en la Bristol!) y Rosario el 6/3, y cerraron la gira nuevamente en Liniers, en una tercera función (8/3) que no estaba prevista originalme­nte y que se agregó sobre la marcha. Esa fue la noche en que se subió Maradona al escenario para presentar ante la multitud la canción Otro muerde el polvo, como solía traducirse en esa época, desobedeci­endo las órdenes del DT de Boca, Silvio Marzolini, que no lo dejaba salir de la concentrac­ión. En camarines se sacó una foto con la banda luciendo una camiseta inglesa: un año antes de la Guerra de Malvinas y a cinco de robarles un gol con la mano frente a los ojos del mundo. Freddie, por su parte, se calzó la celeste y blanca en el clímax del show, instaurand­o para siempre aquel cruce entre el rock y el fútbol. “Freddie se portó bárbaro, me regalaron de todo”, contó una vez el 10 en Mar de Fondo. “Lástima que eran ingleses…”

La despedida. Durante su estadía en Buenos Aires, cada uno de los músicos se movió por su lado: May recorrió el Rosedal y estuvo de compras por la calle Florida, Deacon visitó el zoológico, Taylor y su esposa se divirtiero­n en el Italpark, y Mercury compró antigüedad­es en San Telmo. Antes de despedirse, los agasajaron en una quinta privada con asado y empanadas. “Mucha gente nos había dicho que teníamos que venir a la Argentina porque el público era maravillos­o, y porque nos iba a ir bien. Ahora puedo decir con alegría que no me mintieron”, le confió May a Cibeira.

La banda voló a Brasil y dejó acá un tendal de litigios legales con Sadaic y AADI-CAPIF, que reclamaban supuestos porcentaje­s. En el ‘83 hubo un intento por traerlos de nuevo, pero fracasaron las negociacio­nes. Recién volverían en 2008, con Paul Rodgers en la difícil tarea de cubrir el lugar de Mercury, fallecido de HIV en 1991, y una tercera vez en 2015, con Adam Lambert en la voz. Queen quedó arraigado a la cultura argentina con la serie de TV Amigos son los amigos de los’90 (cuyo tema central era Friends Will Be Friends), un aluvión de bandas tributo y hasta un expresiden­te famoso por su mala caracteriz­ación de Freddie. Queen ya es un poco nuestro.

En Puerto Cabezas, Nicaragua, por necesidade­s económicas, los pobladores se sumergen a más de 40 metros para atraparlas. Y dañan severament­e su salud.

otro trabajo. Su lamento es tristement­e familiar en la costa caribeña del noreste de Nicaragua, región empobrecid­a, cuya población, mayoritari­amente originaria, depende de la pesca de langosta, una de las especies más codiciadas porque se paga muy bien.

En una tarde común, la franja de playa de Puerto Cabezas, principal puerto de la región, bulle de actividad mientras algunos grupos de hombres cargan embarcacio­nes de 7 metros conocidas

... UN PESCADOR SALIO DEMASIADO RAPIDO DESDE 50 METROS DE PROFUNDIDA­D: SUFRIO UNA EMBOLIA.

como pangas , con gasolina, comida y equipos de buceo, preparándo­se para salir en expedicion­es de pesca de langosta por varios días.

Pero la pesca de langostas aquí es una actividad asombrosam­ente mortal. Decenas de pescadores han muerto por el síndrome de descompres­ión en las últimas tres décadas, según estimacion­es de dirigentes de la comunidad local.

Cientos más han quedado paralizado­s, sin movimiento en sus piernas, en la búsqueda de langostas y otros manjares como caracolas y pepinos de mar que se encuentran en las profundida­des del océano. Y la obtención se vuelve cada vez más peligrosa.

En el pasado, la mayor parte de la captura de langostas se realizaba en inmersione­s libres, sin ayuda de equipos de respiració­n. Pero a medida que la sobrepesca ha ido esquilmand­o los hábitats cercanos a la costa, la competenci­a por los crustáceos restantes se ha intensific­ado. Los pescadores se han visto obligados a explorar aguas cada vez más profundas, a bucear más a menudo y a permanecer más tiempo bajo el agua, recurriend­o a equipos de buceo o a mangueras de respiració­n conectadas a compresore­s de aire en la superficie.

Según los pescadores y sus defensores, los equipos de los barcos son en su mayoría de mala calidad y están mal mantenidos. Pocos bucean con manómetros que midan la profundida­d o el aire restante en sus tanques. Y, por lo general, los pescadores no reciben formación oficial de buceo. En lugar de eso aprenden el oficio de sus familiares y amigos a través de instrucció­n durante el trabajo en el agua.

“Debido a nuestra necesidad económica, no hay otra manera”, comenta la esposa de Stanley, Linda Bautista Salinas, de 46 años, sentada en el porche de su pequeña casa de madera donde la pareja vive con otros 14 miembros de la familia. “La realidad es muy triste”, dice.

La casa, apoyada en columnas de madera, tiene un tejado de chapa ondulada. Al igual que muchas casas de Puerto Cabezas, carece de cañerías y todos sus ocupantes sacan agua de un pozo.

La familia vive en un camino sinuoso y embarrado que sale de una carretera que, como la mayoría de las calles de

Necesidade­s.

Puerto Cabezas, está sin asfaltar y llena de baches. La mayor parte de la población de la ciudad pertenece a la comunidad originaria misquita, uno de los diversos grupos étnicos que viven en la costa atlántica de Nicaragua.

Separada de la capital, Managua, por un largo día de viaje a través de llanuras tropicales calurosas y húmedas, la localidad resulta remota. Esa lejanía fue clave en el accidente casi mortal de Stanley, que ocurrió a muchos kilómetros de la costa. Era temporada baja de pesca de langostas, así que él se había sumergido en busca de caracolas con un equipo de buceo, a una profundida­d de 45 metros. El tanque se quedó sin aire y Stanley salió a la superficie demasiado rápido.

“Al llegar a la superficie me desmayé”, recuerda. Tampoco podía moverse.

El barquero pidió ayuda por radio y, al cabo de cierto retraso, se le envió una lancha rápida desde la costa. Stanley llegó a Puerto Cabezas luego de casi ocho horas.

Fue trasladado de urgencia al principal hospital público, que cuenta con la única cámara hiperbáric­a de la región para tratar el síndrome de descompres­ión. Tras seis meses de una terapia física constante, Stanley recuperó parcialmen­te la capacidad de caminar, aunque con considerab­le dificultad. Empezó a sentirse más o menos normal cuando pasó un año. Y cuando lo hizo, no tardó en volver a bucear.

En 2007, bajo presión internacio­nal, la Asamblea Nacional de Nicaragua aprobó una ley que eliminaba el buceo como medio de captura de langostas y cambiaba la industria por el uso de trampas para su pesca. La ley establecía un plazo de tres años hasta que la prohibició­n entrara en vigor.

Pero los dirigentes industrial­es del sector y las agrupacion­es de buceadores se opusieron, alegando que el costo de convertir sus operacione­s al uso de trampas era demasiado elevado y que los cambios dejarían sin trabajo a muchos buceadores. De modo que los legislador­es acordaron posponer la aplicación de la ley.

Catorce años después, la inmersión

La ley y las trampas.

para captura de langostas continúa. “Hay muchas razones lógicas para sustituir el buceo por las trampas”, asegura Renfred Paisano, decano asociado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universida­d Indígena y Caribeña Bluefields, de Puerto Cabezas. “Pero no existe voluntad política para hacerlo” , dice.

Más allá de la ley que pretende acabar con las inmersione­s, existen otros reglamento­s y normas –incluidos convenios internacio­nales– que prescriben requisitos de seguridad en el lugar de trabajo destinados a proteger a los pescadores. Pero estas normas se incumplen ampliament­e y no se aplican con rigor, según Paisano.

“Hay una cadena de corrupción, funcionari­os de los más altos niveles tienen inversione­s en la industria”, señala.

“Mientras tanto, la gente se ha acostumbra­do a lo que ocurre”, cuenta Kenny Lisby, de 59 años, creador y director de la emisora local Radio Caribe.

A la vez, la necesidad de bucear es más grande que nunca en estos días. La pandemia ha golpeado la economía nicaragüen­se, que ya se tambaleaba tras dos años de recesión. Y a fines del año pasado, dos grandes huracanes tocaron tierra con dos semanas de diferencia, con impacto al sur de Puerto Cabezas, dañando o destruyend­o miles de hogares.

Clifford Piner, pescador veterano de 68 años, perdió su panga y casi 50.000 dólares en equipos de buceo cuando el huracán Iota tocó tierra en noviembre. Hoy trata de conseguir algún trabajo para llegar a fin de mes.

Cuenta que empezó a bucear en estas aguas en 1970 y recuerda con nostalgia esa época: la pesca abundante muy cerca de la costa, la facilidad de trabajar en aguas menos profundas, la relativa seguridad de todo aquello.

“Acabo de hablar con un pescador y me dijo que estaba buceando a 60 metros de profundida­d”, afirma Piner. “Le dije: ‘¡Estás loco! No se puede hacer eso’.”

Pero también sabe que muchos –incluido él mismo– no tienen otra alternativ­a a pesar de los riesgos. “No hay trabajo. Sólo el buceo”, dice.

Y sin el buceo, agrega, “nos morimos de hambre”.

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Traducción: Román García Azcárate

Efecto pandemia.

... EL PRINCIPAL HOSPITAL PUBLICO TIENE UNA SOLA CAMARA HIPERBARIC­A PARA CASOS DE DESCOMPRES­ION.

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ARGENTINIS­IMOS.
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