Carolina Muzilli, una vida en defensa de derechos laborales
Lashabíavistotrabajar durante un año, bordando una a una las piezas hasta completar el ajuar de una dama rica. La señorita en cuestión iba a casarse con un funcionario y quería que sus prendas tuviesen muchas puntillas, bordados diminutos, casi filigranas.
En la escuela taller de las congregaciones y monasterios ese tipo de pedidos eran frecuentes. Esto, sumado a lo insalubre que resultaba la labor para estas mujeres: sus ojos quedaban debilitados –en algunos casos hasta la ceguera– e inutilizados para siempre para el trabajo.
De todo eso había sido testigo Carolina Muzilli, y de muchas otras arbitrariedades y abusos. En la Buenos Aires de 1889 en el que había nacido un 17 de noviembre, eran moneda frecuente. Desde chica había visto el esfuerzo que hacían sus padres, inmigrantes italianos, por sobrevivir. Había soportado el hacinamiento y las penurias del conventillo. El mundo no era un lugar justo, ella lo sabía. Sabía lo que era pertenecer a una familia obrera y tener que achicar los sueños.
Pero Carolina decidió desafiar ese destino y se acercó a la que parecía la única puerta de salida: la educación. Mientras trabajaba como modista, se puso a estudiar en el Profesorado de Lenguas Vivas.
Al mismo tiempo, empezó a ir a conferencias socialistas donde se hablaba de todo eso que ella veía desde siempre.
A los 18 años se afilió al partido y empezó a publicar notas en las que denunciaba las condiciones de trabajo de las mujeres, las niñas y los niños. Dicen que el escritor Manuel Gálvez utilizó sus artículos como base para escribir su famosa novela Nacha Regules, aunque Carolina no llegó a verla ni leerla.
Muzilli realizó un muy completo informe sobre la situación de las mujeres en las fábricas para que el legislador Alfredo Palacios pudiese denunciar ante el Parlamento la situación de opresión e inequidad a la que eran sometidas. Puso todo su empeño en publicar el periódico independiente Tribuna Femenina, con conciencia de que las mujeres necesitaban tener voz y voto.
Para que la Patria sea grande se llamaba el folleto en el que se animaba a ir más allá de las denuncias y proponía soluciones, pidiendo reemplazar los conventillos por barrios obreros y dar superficies sin cultivar para levantar viviendas con una huerta, para poner “a los padres en condiciones de asegurar la vida del niño, la del hijo, la del futuro hombre, despertando en éste el amor a la tierra”.
Al enterarse, en 1907, que
Uruguay había proclamado una ley de divorcio, elaboró, junto con su camaradas del Centro Socialista Femenino, un proyecto que no llegó a ser tratado en el Congreso. En 1915 se incorporó al Departamento Nacional de Higiene y Trabajo. Se tomó muy en serio su empleo y recorrió talleres y fábricas cuidando la salud de mujeres y niños que desarrollaban sus labores en pésimas condiciones de higiene y seguridad.
En uno de sus informes señalaba: “El menor se halla obligado a trabajar por las necesidades de la familia. La máquina ha hecho que él se incorporara al ejército de asalariados colocándolo en las mismas condiciones de labor y de horarios de los hombres, con el agravante de que para su capacidad física, tan distinta a las del hombre adulto, esto acarrea graves perjuicios a su salud”.
Fue entonces cuando contrajo una tuberculosis se la llevó, con solo 28 años, el 23 de marzo de 1917.
Decía Carolina: “No queremos a la mujer esclava de prejuicios, no la deseamos presa codiciable para la explotación del taller. Queremos que obtenga los derechos que le corresponden como ser humano y que pueda participar en el elevado banquete del espíritu. ¡Ojalá no esté lejano el día en que adquiera ese derecho!”.
A los 18 años Muzilli se afilió al Partido Socialista y empezó a publicar notas en las que denunciaba las condiciones de trabajo de las mujeres, las niñas y los niños.
La queja es el primer recurso que desde niños se utiliza para buscar una ayuda de la mamá que calme todo reclamo o sufrimiento, recurso que quedará incorporado en el inconsciente como una forma de pedir ayuda.
En la vida ocurren cosas impredecibles, algunas buenas y otras problemáticas. Frente a estas, algunas personas toman actitudes proactivas intentando resolverlas, pero muchas eligen otro camino: el de la queja. Y aunque todos lo hacemos en algunas circunstancias, el problema surge cuando la queja se traduce en una actitud permanente.
La persona quejosa suele no mantener en reserva sus pensamientos, por lo cual quien esté cerca y se resigne a escucharla, puede llegar a sentirse abrumado. Es co