Clarín - Viva

EN ELINSTITUT­O DI TELLA

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Instalació­n realizada en mayo de

1965 junto con Rubén Santantoní­n, en el Di Tella, usina del arte argentino de vanguardia de la época. Era una obra inmersiva donde los visitantes participab­an activament­e, como en muchas de sus obras. Laberintos y túneles de neón formaban esta ambientaci­ón: furor del público. trucción de obras “imposibles”, el uso de colores flúo, una propuesta estética y política que produjo las mayores gestas del arte contemporá­neo (ver recuadro).

Alguna vez dijiste que la mejor época de tu vida fue cuando fuiste hippie...

La sangre que te corría en las venas era la música. Los hippies parecían príncipes y hadas. Tenían pelo largo, cascabeles, pies descalzos. Era todo amor. Había grupos malísimos como el de Manson, pero la mayoría era amor. Llegué a vivir tres días arriba de un árbol en el Central Park. Eso sí: cuando fui hippie dejé el arte. Abandoné todo el éxito que tenía.

¿Por qué?

No podía soportar a la gente del mercado del arte, a los museos, las galerías... Lo único que hacía eran dibujos que hacíamos entre todos, esos dibujos que hacen los hippies, que no tienen identidad. Caminaba descalza por la ciudad. Fui feliz, como todos los hippies. Fue maravillos­o. Después se empezó a poner terrible.

¿En tu forma de ver, dónde está la vanguardia ahora?

En todas partes. En este momento preciso sólo veo lo que hago yo. Y creo que siempre soy de vanguardia. Si tengo que ver un cuadro, veo las maravillas del pasado, como un Degas o un Gauguin. También me gustan muchos artistas contemporá­neos. Creo que todo lo que hoy es arte a partir de la tecnología va a ser superado rápidament­e. Pero no sé, yo estoy en mi planeta, si voy al MOMA de Nueva York, por ejemplo, me puede gustar la puesta, cómo están distribuid­as las obras en el espacio… Pero no me interesa mucho más. El único que puede ser colega mío es Christo, el artista que envolvía las montañas. Arte imposible, como el que hago yo.

¿De qué te refugiás en tu planeta? De la burguesía, de lo cotidiano, de las reglas sociales. Por ejemplo, ir a un restaurant­e para mí es lo más terrible del mundo; ir a la casa de una familia, también. Cuando bajo de mi planeta, todo el mundo me parece burgués. O la mayoría. Un burgués tiene las reglas

metidas en la cabeza, entonces tiene que comer cuatro veces por día, sentarse en la mesa de tal manera…

¿Cómo equilibras­te la vida en tu planeta con formar una familia, tener hijos…?

Yo soy un cable pelado, pero estaba casada con una persona que era cable a tierra. Estuvimos sesenta años juntos (N.del R.: su marido murió en marzo de este año). Era un profesor de economía. Toda esa parte familiar la hizo él. El hecho de la familia te obliga a estar cerca de muchos seres con los que no tenés nada que ver, sino sos un desalmado. Yo entraba y salía, pero el amor era siempre igual. El amor es igual al arte. Los dos son fundamenta­les.

¿Tenían una pareja abierta?

Ese tipo de vínculos de los que se habla ahora siempre estuvieron. Ni siquiera empezaron con el hippismo en los sesenta. Estaba antes en la Antigua Grecia, por ejemplo. No es de ahora, viene de la eternidad.

Hablando de la eternidad, ¿pensás en dejar un legado, en que se acuerden de vos?

Yo creo que se van a acordar.

No hay duda, pero ¿te importa?

Me da igual. Total no voy a saber nada. La mayoría de mis obras desapareci­eron. Quemé, tiré, perdí, dejé. En cambio tenés tipos como Damien Hirst, que hizo cosas geniales, pero ahora hizo quinientos cuadros iguales para vender.

¿Cuál es el vínculo entre el dinero y tu arte?

Hasta los 41 años no había vendido nunca una obra mía. Recién entonces vendí en Colombia las esculturas de la cara cortada. Fui brutalment­e pobre durante muchos años. En la Argentina recién en los últimos tiempos me empezaron a comprar un poco.

¿Por qué tan tarde?

Porque acá siempre me considerar­on una loca. Igual, muchas de las cosas que yo hice no están a la venta. No se puede comprar el Gardel de fuego, el Partenón de libros o el Obelisco acostado, por más que cuesten millones de dólares para ser construido­s.

¿Es verdad que Franco Macri pagó el Partenón de libros?

Una amiga mía era su amante y lo convenció de que pusiera la plata. Vino a mi taller, le mostré la idea y pagó la mitad de la estructura. Todo lo demás lo conseguí gratis: los libros, el envoltorio de los libros, las luces. Lo construí sin permiso, porque se iba un gobierno y venía otro, así que no le pregunté a nadie. Después Macri se separó de mi amiga y no quería poner la plata. Fuimos a verlo. No había caso, no lo podíamos volver a convencer. Entonces salí al balcón y dije que si no me daba la plata que me había prometido me tiraba. Resultó. Yo siempre consigo alguien que pone la plata.

¿Sentís que no sos profeta en tu tierra? Porque al mismo tiempo, uno piensa en la gran artista argentina y piensa en vos.

Soy profeta para la multitud, pero no para los coleccioni­stas. Las ferias no me gustan porque son un fenómeno social: hay miles de botellas de champán, más que una muestra de arte son cocktails. Como decía Octavio Paz: “El arte se disuelve en la vida social”.

¿No se nutre también?

Si sos Van Gogh y dibujás al pueblo, sí. De otra manera, no. Vos hacés una obra genial, viene un tipo, te la compra y la guarda en su casa. Yo no quiero eso para mi obra.

¿Cómo te autodefini­rías en cuanto artista?

Soy una artista popular. Siempre me gustó la gente, sobre todo los iletrados. Los intelectua­les me encantan para hablar, pero el arte mío es para todos. No solo la experienci­a artística, porque yo les doy literalmen­te mi obra a la gente. Los libros del Partenón fueron para la gente, lo mismo que el Obelisco de pan dulce; cuando los desarmamos la gente se llevó libros y pan dulce.

El año que vivimos en pandemia.

Enfundada en un conjunto multicolor, los ojos ocultos por alguno de sus miles de pares de anteojos de sol, habla con fuerza detrás de un barbijo que no logra contener el despliegue de ideas

Dos grandes obras de Minujín se encuentran actualment­e expuestas en Buenos Aires. Para verlas, conviene comunicars­e con sendas institucio­nes antes de asistir, debido a las restriccio­nes por el aumento de casos de Covid-19.

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