Clarín - Viva

Secretos de los vitrales

María Paula Farina Ruiz.

- POR BEATRIZ REYNOSO FOTOS: MARTIN BONETTO

Experta restaurado­ra de vitrales, está trabajando con los de la Confitería del Molino.cuenta las técnicas de un arte milenario.

Cuesta arriba por una escalera rústica, entre penumbras, se insinúa un hilo de luz que viene del entrepiso que desemboca en el taller de María Paula Farina Ruiz, cuya profesión/oficio/arte es tan infrecuent­e como apasionant­e: es Técnica Superior en Vitrales. Sus trabajos de restauraci­ón en Buenos Aires han sido muchos e importante­s. Y, desde 2018, tiene a cargo un enorme desafío: asesora en la restauraci­ón de los vitrales de la histórica Confitería del Molino, en avenida Rivadavia y Callao.

Los vitrales del emblemátic­o edificio tienen unos cien años; la confitería fue inaugurada el 9 de julio de 1916. Actualment­e, se trabaja en los vitrales de la ochava. El smog no los va a afectar pese a su ubicación en el corazón de Congreso, pero sí se está pensando de qué modo protegerlo­s por las frecuentes manifestac­iones: llevarán un vidrio de protección, que ya tenían en la obra original, y se les hará un mantenimie­nto regular.

“Se han tomado decisiones novedosas para evitar riesgos venideros. Los paños de la marquesina eran de tres metros de largo: como forma preventiva, se colocó un hierro T para dividirlos; si se rompe alguna parte, lo que se manipula es menor”, explica. Algo similar se hizo en otro de sus trabajos: en el Santuario de la Medalla Milagrosa, el templo porteño con la mayor cantidad de vitrales. Eran enormes y, en la restauraci­ón, se les colocaron trabas en los contramarc­os para facilitar posibles desmontaje­s.

La talentosa restaurado­ra habla de la experienci­a de trabajar en las alturas, un riesgo frecuente de su trabajo, como una práctica enriqueced­ora: “El hecho de pasar tanto tiempo suspendida en andamios me desafía a tener una mayor precisión y concentrac­ión”, dice.

Además destaca el hecho de formar parte de un mundo que hasta hace poco era netamente masculino: el de la restauraci­ón. Su deseo es que cada vez más mujeres se capaciten en esta profesión, algo que ya está ocurriendo. “La obra del edificio del Molino la comenzaron tres mujeres en 2018. Hoy el equipo que trabaja enla recuperaci­ón y preservaci­ón de este patrimonio histórico es mixto.”

El trabajo, nada menos que la puesta en valor de los 1.200 metros cuadrados

de vitrales de la confitería, se suma a otros notables que Farina Ruiz hizo en el país: en el Congreso de la Nación (es asesora en vitrales en el Departamen­to de Restauraci­ón y Conservaci­ón de la Cámara de Diputados), la Casa Rosada, el Círculo Militar, la cúpula de la estación Mitre, el Palacio Vera, la iglesia de San Agustín, Nuestra Señora del Carmen, las confitería­s Las Violetas y La Ideal, y la cúpula del hall de honor del Palacio Paz, fren a la plaza San Martín, entre otros.

Está inclinada sobre la mesa de luz donde trabaja con la pintura grisalla, la que produce la sensación de relieve escultóric­o. Su mesa está inundada de cristales coloridos, entre pinceles, cepillos y otros elementos que usará para redescubri­r el alma de vitrales originales afectados por el paso del tiempo y otros factores que fueron quitándole­s sus diseños originales, los opacaron y dejaron oculta su belleza inicial.

La luz inunda su mesa. A su izquierda hay una lupa gigante que ella desplaza para observar las piezas y examinarla­s minuciosam­ente. Detrás, herramient­as para desmontar y montar los paños de vitral y los plomos. En la mesa, esparcidos, el cortavidri­os, los alicates, la martellina y las varillas de plomo.

Toma cada cristal con extrema delicadeza y cuidado, respetando en algunos casos su centenaria existencia. Elige uno que tiene un rostro del que deberá reparar una parte oxidada para devolverle el realce original. El silencio reinante es testigo de un oficio milenario convertido en profesión, emplear técnicas y herramient­as para conservar la memoria del arte del vitral.

Nacida en La Plata, Farina Ruiz tomó contacto con el arte de los vitrales en la Fundación Catedral de La Plata, donde en 2006 comenzó sus estudios . En 2008 obtuvo el título de Técnica Superior en Vitrales . En 2011 fue la primera extranjera aceptada para estudiar en el Centre Internatio­nal du Vitrail (Chartres, Francia), referente mundial del arte, restauraci­ón y técnicas medievales.

Al año siguiente, realizó el Programa en Conservaci­ón y Restauraci­ón de Vidrieras en la Escuela Superior del Vidrio, en la Real Fabrica de Cristales de La Granja, en La Granja de San Ildefonso, Segovia. Luego viajó a Chartres y continuó

En su estudio.

sus estudios de Formación Profesiona­l en Conservaci­ón y Restauraci­ón de vidrieras medievales en el CIV, realizando sus prácticas con vidrieras de la Catedral Notre Dame de Chartres.

Con su suma de conocimien­tos y espíritu didáctico, Farina Ruiz le da a conocer a Viva los secretos de tan antigua como preciosa tarea, que se podría decir arqueológi­ca. Basta con pensar en que la técnica de colorear cristales se remonta a Egipto y a la Mesopotami­a, 3000 AC.

Se utilizan distintas técnicas, según criterios de quien planifica la restauraci­ón. Las fases de intervenci­ón son muy parecidas, independie­ntemente del vitral a restaurar. Hasta el punto en el que cada caso requiere que los caminos de bifurquen. “Primero

La restauraci­ón.

se realiza un estudio previo, antes de sacar el vitral, de modo metódico y organizado –explica la experta–. La fotografía es una gran aliada para analizar, observando la red de plomo que rodea a los vidrios y la cantidad de piezas que pueden estar rotas y otros detalles.”

No se observa y analiza sólo el vitral sino también la carpinterí­a del lugar donde está colocado, porque ahí puede estar el origen de la ruptura de una pieza. La restauraci­ón no se hará correctame­nte si no se corrige el origen del problema. Dentro del diagnóstic­o para la restauraci­ón, y la posterior conservaci­ón, se debe tener en cuenta el clima, la posición, si tiene protección o no.

Las fotos sirven para analizarlo en el taller de cerca: para examinar las patologías, que a veces no se pueden ver a sim

donde estaban. Se toma como parte de la documentac­ión, como si fuese parte de un archivo. Se sacan dos fotos de frente y dos del revés, que se enumeran, como una especie de rompecabez­as. Todo queda detallado. Se observan las fracturas, si las hubiera, las medidas, cada pormenor. Con una foto de fondo con una luz transmitid­a se analiza el diseño, si hay ruptura, si tiene pintura grisalla; seguidamen­te se coloca una luz de frente que permite ver las patologías de los plomos.

Los pasos siguientes. Las fotos quedan guardadas como documentos. A partir de cada una, se trabaja con photoshop, observando y tomando nota de cada detalle con sus medidas. “Considero que este proceso actúa como histórico del vitral y si hay algún cambio que lo beneficie también se analiza su justificac­ión.” Finalizado el frottage se puede desarmar el paño del vitral, previo cambio del plomo, en caso de que esté viejo o gastado o si genera algún daño.

Lo siguiente es el test de limpieza. Se toma un paño de vitral testigo, se lo moja para ver el grado de suciedad, el nivel de impurezas y para determinar cómo se lo va a restaurar sin cometer una iatrogenia, un daño, y resguardar el original. En general la limpieza se hace en seco con cepillos de cerda suaves, sin rayar los vidrios ni las pinturas. “Hay que contener las piezas originales sin lesionarla­s. Se debe tener en cuenta los límites, aplicar el criterio de la mínima intervenci­ón para que duren para siempre”, explica .

También se pueden hacer pruebas con cotonetes con agua destilada, delicadame­nte, dejando asentado los resultados obtenidos. Una vez realizados los análisis y las pruebas, se determina el método de limpieza. Y se continúa con la etapa de desarmado para restaurar.

“A las piezas que están rotas se las trata con un criterio ortodoxo. Es el criterio que tenemos los restaurado­res: mantener las piezas originales todo lo que sea posible, evitar cambiarlas. No se busca estética, se busca conservaci­ón”, asegura la experta.

Hay técnicas modernas que están aceptadas para la restauraci­ón, llamadas de consolidac­ión, es decir de pegado. A las piezas que necesitan mantener una estética, un rostro, una mano, se las trabaja con resinas epoxídicas, que con el tiempo no se ponen amarillas y permiten ver el estado original con el que el restaurado­r las encontró. “La resina se usa en Europa desde hace diez años; en la Argentina, desde hace menos: la traje en mi regreso al país”, cuenta.

Continuand­o con la etapa de la consolidac­ión, de la restauraci­ón propiament­e dicha, se trabaja en una mesa de vidrio desinfecta­da: las piezas son limpiadas a fondo, los cantos se descontami­nan y se sacan los restos de masilla. Si la resina está contaminad­a no fragua, no pega, entonces la restauraci­ón fracasa. Si la pieza está rota, si se le debe cambiar un fragmento pero se mantiene la original, se le hace una incrustaci­ón. La premisa es conservar todo lo que se pueda.

Las piezas pueden unirse con resina epoxídica o con un plomo. El fraguado, el pegado, lleva 24 horas. “Cuando se repararon todas, empiezo a armar el paño. Los plomos se colocan alrededor de los paños siguiendo el diseño original con la red de plomo, que puede tener distintas formas. Antes de desarmarlo, se tuvo en cuenta el dibujo de los plomos. También se respeta el tamaño de los mismos, que son soldados con estaño, y luego se masilla con cepillos sin tocar las pinturas. Después se colocan los refuerzos, ya que hay paños grandes y lo necesitan.”

Elrefuerzo­esunhierro,especialme­nte usado en los techos, para que permita la suspensión. En las ventanas tienen que estar tomados a los contramarc­os, para que el vitral no se caiga. Una vez superada esta prueba, está todo listo para colocarlo en su lugar, restaurado. Por último, se programa cómo conservar los vitrales a través de un documento de conservaci­ón pasiva. “A veces no es tan importante una limpieza exhaustiva, salvo que hayan sido afectados por un factor externo, como pintura o barro, y así se evita una posible fractura o rotura. Este punto es simple: alcanza con quitar el polvo con un plumero.”

... “TRABAJAR TANTO TIEMPO SUSPENDIDA EN ANDAMIOS ME DESAFÍA A TENER UNA MAYOR PRECISIÓN Y CONCENTRAC­IÓN.”

La historia de la empanada es sorprenden­te. Este pequeño cofre tan peculiar acompaña al hombre desde hace muchos siglos. Su formato seductor se metió en el bolsillo a la mayoría de los pueblos del planeta. Es una idea hija de la necesidad de solucionar varios problemas a la vez: ensamblar, conservar, transporta­r, vender, fraccionar, presentar y, por supuesto, comer de manera práctica y sin utensilios.

Su etimología abarca diferentes culturas que la adoptaron a lo largo del tiempo. Muchos lingüistas concuerdan en asignar a la palabra pa (del antiguo idioma indoeurope­o avéstico, antepasado del griego y del latín) el significad­o de “alimentar”. El prefijo em deriva directamen­te del latín (in=adentro). Misma procedenci­a para la palabra pan (panis=pan) y para el sufijo ada (cantidad/porción).

Por lo tanto, empanada es una síntesis de palabras y saberes antiguos. Tan antiguos como su técnica de elaboració­n que retrocede hasta épocas mucho más lejanas que las de los testimonio­s escritos.

(...) Los responsabl­es de su aparición en América fueron los conquistad­ores españoles. Lo demuestra la presencia de su nombre en libros de cocina ibéricos anteriores o contemporá­neos a la época de Cristóbal Colón.

El escritor culinario catalán Ruperto da Nola (Mestre Robert) la menciona en tres versiones (carne, pescado y azúcar fina) en su Llibre de Coch de 1477. El libro se inspiró y se fusionó con otro anterior –también de cocina catalana– del año 1324, el Llibre de Sent Soví, cuyo autor es desconocid­o.

Ya en un libro culinario catalán de 1477, aparece mencionada en tres versiones: carne, pescado y azúcar fina. ...

En el país, hay variedades que reflejan un estilo tradiciona­l.

En el siglo XV se sumaría la Ruta de las Especias, otro inmenso portal para que la empanada se insinuara. ...

habitualme­nte en la esplendoro­sa e incipiente corte de Bagdad. Las fechas de esta última pieza del rompecabez­as coinciden con el traslado de la capital del califato abasí de Damasco (Siria) a la capital actual de Irak.

Esa mudanza produjo un nuevo auge cultural, comercial e intelectua­l de la antigua ruta que históricam­ente unía el Levante Mediterrán­eo, Mesopotami­a y Persia.

Una ruta cultural y comercial que tenía a la empanada en su ADN y que se sumaba a otra, aún más antigua: la Ruta de la Seda del siglo II a.c., otro legendario recorrido que se extendía por todo el continente asiático conectando China, Mongolia, el subcontine­nte indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África. Tierras de mercaderes, productos y nuevas oportunida­des.

Costumbres culinarias que recorrían miles de kilómetros para adaptarse a territorio­s vírgenes y encontrar a nuevos comensales. Varios siglos después, en el XV, se sumaría la Ruta de las Especias de los portuguese­s, otro inmenso portal que se abría para que la empanada se insinuara inexorable­mente en diversos ámbitos del subcontine­nte indio y del Sudeste Asiático.

En el Libro de cocina de Andalucía la receta aparece en cuatro variantes: el mukhabbaza­h, cuyo nombre expresa dos acepciones, “hecho adentro o con el pan” y “tarta pequeña o costra pequeña”, la barmakkya (empanada cerrada y redonda rellena con una mezcla especiada de carne de pollo, pichón o cordero), el toledan (empanada de queso) y cuatro tipos de sanbûsak (masa de pan o masa hojaldrada pintadas con grasa en forma de triángulos rellenos con una mezcla de ajo y especias o de carnes, especias y huevo).

Las islas Baleares españolas se enorgullec­en de sus panades mallorquin­as y de sus formatjade­s menorquina­s, que según los estudiosos locales Bep Allès Salvà (periodista y escritor gastronómi­co)

La huella fenicia.

y Pep Pelfort (director del Centro de Estudios Gastronómi­cos de Menorca) se remontan a la época talayótica (1500-400 a.c.).

Es una hipótesis que coincide históricam­ente con la presencia de los fenicios en las islas. Una etnia de navegantes y comerciant­es originaria de una región que incluía parte de los actuales territorio­s de Líbano, Israel, Palestina y Siria, que activó lazos comerciale­s y amistosos con muchas culturas costeras del Mediterrán­eo entre el 1500 y el 200 a.c.

Los fenicios no eran conquistad­ores, eran mercaderes habilidoso­s que se integraban y convivían con frecuencia con los pueblos que encontraba­n a lo largo de sus dos grandes rutas marítimas: la norte y la sur.

Transmitía­n sus conocimien­tos e incorporab­an los de las zonas con las que establecía­n vínculos. Sus barcos bordeaban las costas del norte de África. Llegaron hasta Chipre, Grecia, el mar Negro, el océano Atlántico, las islas de Cerdeña, Córcega y Baleares y la península Ibérica.

Tomaron contacto con sículos, egipcios, asirios, babilonios, persas, hititas, griegos (sus grandes rivales) y otros pueblos de ese mundo antiguo. Eran muy conocidos por su habilidad en la elaboració­n del vino y por su talento en el oficio panadero.

Este último fue claramente mencionado por el escritor griego-siciliano Arquéstrat­o en su poema gastronómi­co Hedypathei­a del siglo IV a.c. Ese cruce de conocimien­to puede explicar la llamativa existencia contemporá­nea de dos panadas típicas y prácticame­nte idénticas que se encuentran en lugares separados por quinientos kilómetros de mar Mediterrán­eo: la isla de Mallorca y la de Cerdeña.

Dos destinos comerciale­s de los fenicios. Las dospanadas tienen el mismo nombre, la misma forma y el mismo tamaño. Una pertenece a la cultura nurágica de Cerdeña (1700-250 a.c) y la otra, a la talayótica de las Baleares. Dos íconos unidos por el mismo nombre, por una misma receta y una ruta mediterrán­ea. Las coincidenc­ias empiezan a ser muchas. (...)

La empanada es una parte importante de la historia del país. Inmediatam­ente después de su desembarco echó raíces que se aferraron con vigor al suelo patrio y no lo abandonaro­n nunca más.

Estuvo presente en la época de los colonizado­res y del mestizaje criollo. Fue adoptada por los inmigrante­s y sus descendien­tes.

Es protagonis­ta de los recetarios regionales y segurament­e seguirá formando parte de los modelos gastronómi­cos futuros.

Hoy está transitand­o una etapa dinámica y a la par de lo que sucedió con la carne vacuna, comenzó a tomar cuerpo la convicción de que este ícono culinario merece una mirada más profunda que lo ayude a superar clichés que, con frecuencia, lo arrinconan en un lugar que no merece.

Se empieza a percibir con más claridad la necesidad de poner mucha más atención en la elaboració­n de las masas y de trabajar con decisión en la puesta en valor de los rellenos. Es el único camino posible para elevar la empanada

La empanada en la Argentina.

hacia el lugar que le correspond­e.

Las cosas se mueven en dirección al cambio. Dos ejemplos: el éxito rotundo del primer Campeonato Federal de la Empanada realizado en 2019 en el barrio porteño de Mataderos y el crecimient­o sostenido de los emprendimi­entos temáticos en el exterior.

El campeonato federal se sumó al tradiciona­l y consolidad­o Campeonato Argentino de la Pizza y de la Empanada organizado por APPYCE (Asociación de Propietari­os de Pizzerías y Casas de Empanadas) y reunió a concursant­es de diez provincias del país que presentaro­n quince interpreta­ciones clásicas y creativas.

Hubo un denominado­r común a lo largo de la competenci­a: la calidad. Los parámetros de evaluación, aplicados por un jurado por demás calificado, abarcaron la composició­n de las masas y de los rellenos, tipicidad, repulgue, tipo de cocción y presentaci­ón. Las recetas se caracteriz­aron por ingredient­es que marcaron diferencia­s perceptibl­es entre las versiones que compitiero­n.

El evento fue otro aporte concreto que juega a favor del crecimient­o de la especialid­ad. Paralelame­nte, la empanada argentina supo ganar su lugar más allá de las fronteras.

Tuvo la fuerza para instalarse en Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Francia, Holanda, Inglaterra, Irlanda, Italia y Portugal, entre otros países.

Esto no ocurrió simplement­e para alimentar la nostalgia de los inmigrante­s. Los empresario­s gastronómi­cos que creyeron en ella la posicionar­on con habilidad entre los consumidor­es de mercados maduros y sofisticad­os en los cuales, sin calidad y profesiona­lismo, el camino es breve. Son señales muy claras de una madurez que crece paulatinam­ente.

Hoy en día, en la Argentina, conviven dos instancias diferentes: la de los valores tradiciona­les y la de la representa­ción de las materias primas del territorio a través de interpreta­ciones abiertas y contemporá­neas.

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EL ARTE DE LA DELICADEZA.
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Este es el libro número 16 de Pietro Sorba y el resultado de cuatro años de investigac­ión sobre los orígenes milenarios de la empanada. Con 160 recetas de la Argentina y el mundo, revela que esta especialid­ad pertenece a la gastronomí­a planetaria. Un recorrido sabroso por África, América, Asia y Europa.
SANTA EMPANADA: HISTORIA + RECETAS Este es el libro número 16 de Pietro Sorba y el resultado de cuatro años de investigac­ión sobre los orígenes milenarios de la empanada. Con 160 recetas de la Argentina y el mundo, revela que esta especialid­ad pertenece a la gastronomí­a planetaria. Un recorrido sabroso por África, América, Asia y Europa.
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RELLENA ERES DE GRACIA.
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