Clarín - Viva

Una historia que es de novela

Gustavo Abrevaya es psiquiatra y psicoanali­sta. Un libro que escribió en los años ‘90 y que circuló poco en la Argentina fue elegido por The New York Times como uno de los diez mejores del género de terror de 2023.

- TEXTO AGUSTINA DEL VIGO

Gustavo Abrevaya acaba de terminar de atender en su consultori­o del barrio de Belgrano y se apresta a la charla. Además de psicólogo y psiquiatra, es escritor. Hay que hablar de una de sus novelas, El criadero, y de su largo y curioso recorrido.

Escrita en los años ‘90, ganadora de un premio en 2003 (otorgado por un jurado notable: Liliana Heker, Pablo de Santis y Héctor Tizón), publicada en 2017 por Revólver, un sello independie­nte argentino que se especializ­a en novela negra, circuló poco y nada. Pero Abrevaya no es de los que bajan los brazos. A los 71 años, decidió darle a su libro una chance más. Consiguió que fuera traducida al inglés y en octubre de 2023 salió a la venta en los Estados Unidos. Ya estaba feliz con esa nueva puerta abierta, hasta que, en noviembre, The New York Times lo eligió como uno de los diez mejores en el género del terror editados en 2023. Esto cambió la ecuación: The Sanctuary, como se llama allá El criadero, está siendo un éxito y ya va por su segunda edición.

Abrevaya es un hombre romántico. Dice que no, pero también reconoce que ve una película por noche desde que conoció a su mujer. La primera salida de la pareja fue hace cincuenta años y al cine. Desde entonces no concibe terminar el día sin ver un filme, sea en una sala, a la vieja usanza, o en casa.

Admirador de Dante Alighieri y de su Divina Comedia, se conmueve contando que el poeta florentino era tímido y que por amor a Beatrice, la que solo le sonrío una vez, le dedicó su obra.

“Yo no soy muy romántico”, aclara, “pero cuando me meto con el romanticis­mo también se me llenan los ojos de lágrimas”. Ahora que lo piensa de nuevo, a su mujer -confiesale sigue diciendo que la quiere y que es la más linda. “Mi vida sin ella me resulta impensable”. La voz se le acelera, lo aleja de la angustia. “No tengo concepto para eso”, dice el psicólogo más que el escritor.

El criadero es una novela donde hay cine y donde hay una pareja que se ama. Álvaro y Alicia son dos jóvenes que salen de viaje al sur en una cupé Chevy roja modelo ‘76. Él va con su cámara (es cineasta independie­nte), ella con su melena castaña y enrulada. En el capítulo uno, Álvaro es el que habla, filma, dirige la escena que bien podría ser la primera de su próxima película. Pero algo sale mal. El auto se rompe y están solos en el desierto. Aunque no tanto como creen: a pocos kilómetros hay un pueblo llamado Los Huemules y un hotel. Pasan la noche allí, pero cuando Álvaro despierta, Alicia ya no está. Hablará con el intendente, con el encargado de la morgue, con la Policía, va al hospital, pero nadie sabrá nada de ella. Lo único que le dirán es que no salga de noche. Álvaro deberá descubrir esa verdad sin ayuda y será estremeced­ora.

Gran parte de El criadero fue elaborada en el taller del escritor Hugo Correa Luna: “Debo haber empezado en el ‘87, ‘88… Hugo era un maestro extraordin­ario. Yo siempre le decía que él enseñaba lo que no sabía, porque no venía a decirme lo que yo tenía que hacer. Me hablaba de lo que yo estaba haciendo y de mi técnica, y yo me reía: ‘¿De qué técnica me estás hablando?’”.

Correa Luna falleció en 2020 y a Abrevaya todavía le cuesta pasar por la casa del escritor. Dice que la única copia de The Sanctuary que regalará será para la viuda de su maestro.

Nociones de diván

El psicoanáli­sis y la literatura tienen mucho en común. Freud decía que era un escritor disfrazado de médico. “La frase me la dijo a mí. Él sabía que yo iba a aparecer en el mundo y yo la tengo guardada ahí”, ironiza Abrevaya. Los escritores y los psicoanali­stas están en “el mismo barro del lenguaje”, precisa, solo que buscan diferentes cosas.

Ahora que The New York Times lo puso en un equipo de elegidos, en el que también sobresale la consagrada argentina Mariana Enriquez, la emoción lo desborda. Sueña con tener más tiempo para escribir, pero eso implicaría reducir la cantidad de pacientes, a quienes acompaña desde hace mucho.

“Siento por ellos un aprecio enorme. Ha sido muchísimo tiempo de hablar cosas muy íntimas. He vivido cosas conmovedor­as en este consultori­o”, dice Abrevaya.

Si quisiera retirarse debería decirles que no los puede atender más y para eso, asegura, “no le daría el alma”. Por ahora se está limitando a no tomar pacientes nuevos, una forma de ganar más espacio para la literatura y no pagar un costo emocional alto.

El criadero no es el primer libro de Abrevaya. Como ver sus textos publicados es una necesidad para él, trabajó con editoriale­s chicas, de Argentina y de España, y participó de distintas antologías. Dos de ellas fueron con aquellos amigos escritores con los que suele juntarse en la librería Yenny de Cabildo y Juramento.

“Nos llamamos El Grupo Juramento, medio es un chiste, pero bueno, nos conocen de esa manera”, dice. Ahora están preparando una Jornada de Literatura Negra. “Nos vemos ahí para tomar café, para discutir, para ver qué se puede inventar”.

Podría decirse que a los 71 años “pegó el batacazo”. Pero tiene sus reservas. Este es un momento para “no dejarse tomar por la anécdota; en psicoanáli­sis diríamos ‘por lo imaginario’, sino más bien para tratarlo con un cierto juego que permita que caigan otros sentidos”.

En definitiva, se trata de seguir escribiend­o y Abrevaya continúa. Ahora está con algo nuevo, aunque naturalmen­te (y quizás por cábala), dice que prefiere no dar más detalles.

Hacer la América

A veces se trata de no soltar. Hay que insistir, buscar nuevos caminos. Abrevaya siempre supo que El criadero era buena, pero como les sucede a tantos, el camino hacia las grandes editoriale­s es muchas veces incierto. En su caso, la clave fue animarse a mandar un mail.

La destinatar­ia de ese mail fue la traductora Andrea G. Labinger, quien leyó la novela y quedó fascinada. La tituló The Sanctuary. “Sanctuary”, además de significar “santuario” de iglesia, se usa para definir un lugar donde se busca protección. La sugerencia fue muy acertada, admite Abrevaya, porque, en efecto, en la novela hay un hogar dirigido por una monja que es una de las piezas claves del misterio. Lo siniestro es que en ese lugar nadie encontrará refugio.

Aunque a Labinger no le gusta que le digan que además oficia de agente literaria, para Abrevaya definitiva­mente lo fue. Un día le mandó un mensaje: “Bueno, ¡aleluya! Conseguí editor”. Hoy, Schaffner Press es la primera editorial norteameri­cana en apostar por la literatura de Abrevaya.

“Hubo una condición que le puse al editor que fue como graciosa. Yo le dije: ‘Quiero que Stephen King reciba mi libro. Sueño con que lo lea’. Los tipos se reían, pero al final se lo mandaron”.

The Sanctuary está ahora en la biblioteca del autor de Carrie: “Si Stephen King llega a leer mi novela, me muero”. Ahora que apareció en la lista de The New York Times tiene “esperanzas ciertas” de que su sueño se cumpla. ■

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FOTOS EMMANUEL FERNÁNDEZ Hombre de diván. Abrevaya ya no toma más pacientes para poder dedicarle un tiempo mayor a la literatura.
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Edición norteameri­cana de El criadero, la novela de Gustavo Abrevaya.
Made in USA. Edición norteameri­cana de El criadero, la novela de Gustavo Abrevaya.

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