Clarín - Viva

“Es muy tenue la línea que separa a la cordura de la locura”

En El ojo de Goliat, ganadora del premio Medifé-filba, Diego Muzzio combina suspenso, terror y psiquiatrí­a.

- TEXTO NATALIA GINZBURG FOTO ENTROPÍA

Diego Muzzio hubiera preferido nacer en otro siglo –el XIX, por ejemplo, mucha de cuya literatura admira–. O gozar de ese tipo de relación con los lectores y el entorno de un Salinger o Thomas Pynchon: que nadie sepa de su persona. Pero el nombre de este escritor argentino, nacido en 1969 y radicado en Francia hace dos décadas, comienza a trascender los ambientes literarios, el círculo de la crítica y los lectores del género. Y hay más noticias. El mes pasado, su primera novela, El ojo de Goliat (Entropía), ganó la cuarta edición del Premio Medifé-filba, galardón que distingue a las mejores novelas publicadas en el año.

Autor de narrativa (el celebrado tríptico de nouvelles Las esferas invisibles y los libros de cuentos Mockba y 200 canguros), de poesía (este año se publicó su poesía reunida, Nadar bajo tierra), y varias obras de literatura infantil y juvenil, desde hace ya tres décadas, Muzzio se mueve con naturalida­d entre diversos géneros y lectores. Aunque tuvo propuestas, sorprende que ninguna de sus obras narrativas, tan visuales, se haya todavía adaptado al cine o al cómic.

Con maestría para el manejo del suspenso, preguntas existencia­les, y un estilo que remeda –¿homenajea?– a las novelas decimonóni­cas, El ojo de Goliat narra el encuentro del Dr. Edward Pierce con el joven ingeniero David Bradley, un veterano de la Primera Guerra quien, tras una estadía en la Patagonia, adonde llega para restaurar un faro en altamar, regresa por completo insano y con un curioso síntoma: “nadar en seco”.

Las alternativ­as del tratamient­o basado en la hipnosis, en combinació­n con otras terapias no convencion­ales tienen lugar en la clínica Bartholome­w, dirigida por el psiquiatra en Edimburgo, durante el período de entreguerr­as.

Los traumas y ecos de la Primera Guerra atormentan hasta el delirio a los diferentes pacientes de la clínica. Y al propio Pierce, quien lleva una esquirla en su sien, tras su paso por las trincheras, mientras investigab­a las neurosis de guerra. El malestar le depara unas cefaleas insoportab­les, que solo logra calmar con buenas dosis de morfina.

En la segunda parte de la novela se introduce el diario personal de Bradley, donde se registra la travesía que realiza el ingeniero en el faro del fin del mundo. A través de un juego de cajas chinas, se suceden informes técnicos, lecturas, la actividad cotidiana de Bradley, junto a relatos sobre el penal de Ushuaia, cautivos y delincuent­es. Con el paso de los días, sin novedades del barco que debe rescatarlo, el registro del diario comienza enrarecers­e: crecen la locura, la poesía, la alucinacio­nes, y sobreviene­n los recuerdos de la guerra.

De Robert L. Stevenson a Guillermo Hudson o Lewis Carroll, del libro de Samuel (David y Goliat) al Dante y Samuel Coleridge, de Freud al filósofo Pierce, Muzzio nos sumerge en un tour de force literario en el que la novela termina por imaginar sus propios precursore­s.

-Recibiste este premio en un momento de auge local del género de terror. ¿Te sentís cómodo siendo leído en ese contexto?

-Se viene hablando hace bastante del nuevo terror argentino, con Mariana Enriquez, con Luciano Lamberti, pero es un poco por casualidad. En 2016 nos cruzamos una vez en la Biblioteca Nacional, donde cada uno habló de lo que entendía por el terror argentino. Con Samanta Schweblin también siento una cercanía. Me incluyo ahí porque de algún modo la crítica me ubicó ahí también, pero nunca hubo una idea de movimiento, o de género.

-De hecho, la misma semana que se anunció tu premio, Luciano Lamberti, quien escribió el texto de contratapa de El Ojo de Goliat, se impuso en el Premio Clarín. -Así es. Yo creo que cada uno de nosotros estaba laburando en lo suyo, y más o menos estábamos todos trabajando en torno al género. Mariana (Enriquez) desde mucho antes, probableme­nte.

-La novela problemati­za el tema del doble, de muy diversos modos. También como un modo de pensar la locura. ¿Fue un recurso que te planteaste a priori, sobre el que querías trabajar?

-Trato de escribir lo mejor posible, sin irme de la historia, con mucho cuidado de no aburrir al lector. Eso es lo peor que podés hacer. La literatura de finales del siglo XIX, principio del siglo XX, es la literatura que más me gusta leer: una historia bien escrita, bien contada. Después hay muchas cosas que, cuando escribo, se escapan. No me di cuenta de que estaba trabajando con el doble hasta que llegué a la mitad de la novela, y ahí sí, una vez que me di cuenta, pude exacerbar ciertas cosas, jugar con ciertos detalles. Parto de una idea muy general pero no sé muy bien adónde voy; eso se va armando en el camino.

-¿Cómo fue trabajar una novela con diferentes narradores?

-Tuve que trabajar y corregir para separar la escritura del diario del narrador omniscient­e de la primera y la tercera parte. Tuve que reorganiza­r la escritura. Un trabajo duro de corrección, pero finalmente es lo que más placer me da. En la corrección uno empieza a jugar con las palabras, los ritmos, los matices, los sonidos y las repeticion­es.

-En el juego de cajas chinas, como lectores, a veces no sabemos a quién estamos leyendo…

-Me encanta ese efecto de lectura. Sí era consciente del juego de cajas chinas a partir de la inclusión del diario. Y me preguntaba: ¿será demasiado? Está bueno acumular pequeñas historias, relatos dentro del relato: es algo que me gusta hacer, me produce placer. Me di el gusto de escribir el texto apócrifo de Horacio

Quiroga; mi miedo mayor era poder recrear su estilo, encontrar las palabras para lograrlo.

-¿Creés que puede pensarse la psique como otra tierra incógnita? -Sí, por supuesto. Es muy tenue la línea que separa a la cordura de la locura. Gente normal que da un paso hacia la locura. Si lo vemos en la coyuntura, imaginate para estos tipos que vivieron el peor infierno que puede sufrirse. Es muy difícil representa­rse lo que significa estar en las trincheras, semanas y semanas, en el medio del frío, del barro, de la sangre, con bombas y pedazos de metal que le cruzan, ratas que le caminan por encima. Hay que haber pasado a otro estado mental… Como se ve en las primeras escenas de Sin novedad en el frente, ¿qué es la guerra? ¿Un juego para los jóvenes? Cuando en realidad se está dando el paso decisivo hacia la locura. Esto también pasa en muchos otros órdenes de la vida.

-El tratamient­o de Bradley se da en el contexto de un duelo intelectua­l entre Pierce y otros psiquiatra­s.

-Mi interés por el duelo intelectua­l viene desde hace mucho. Es como volver a Los duelistas. En Las esferas invisibles está mucho más explícito, pero aquí está presente en este duelo intelectua­l que enfrenta a Pierce y Stenheimer desde hace tiempo en sus vidas, y termina de la peor manera. La verdad es que yo me identifico con Stenheimer: todo lo que él dice es muy sensato. Lo que va a sacar de quicio a Pierce, y decantar al desenlace de este duelo, es su modo irónico y burlón.

-Hablás de Conrad, y no podemos dejar de asociar a El ojo de Goliat con El corazón de las tinieblas. No sería inverosími­l imaginar a Bradley en su exilio en altamar diciendo aquellas célebres palabras de Kurtz: “El horror, el horror”. -Siempre me obsesionó El corazón de las tinieblas. Y de allí a Apocalypse Now, un película que sigo viendo y viendo. Me fascina esa idea, también presente en Moby Dick, de que se va construyen­do un personaje que no ves, no está. Ahab y Kurtz. ¡El relato avanza y no aparecen! Cuando sucede, ya hay una acumulació­n de datos y cosas, buenas y malas, que crean un personaje de una riqueza: “dicen que”, “yo lo vi”, “hizo esto”…

-La guerra, la psiquiatrí­a, la teología, el psicoanáli­sis, la ciencia, la poesía… ¿por qué incluir en un relato todos estos problemas, estas teorías, estos universos?

-Es un poco mi vida de escritor, el motivo por el que escribo poesía, narrativa, y literatura para chicos. Todo se mezcla. En la novela también. Como Alicia en el país de la maravillas. Se supone que es un libro para chicos, pero habría que ver si es así... Además está la poesía. Está Dante. Yo no renuncio a ninguna de esas posibilida­des. ■

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Decimonóni­co. “La literatura de fines del siglo XIX, principios del XX, es la que más me gusta leer: una historia bien escrita, bien contada”, dice Muzzio
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Editada por Entropía, la primera novela de Diego Muzzio tiene 183 páginas. Sale $12.500.
El ojo de Goliat. Editada por Entropía, la primera novela de Diego Muzzio tiene 183 páginas. Sale $12.500.

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