Clarín - Viva

El rockero que apostó al humor

David Rotemberg fue tecladista de Alakrán y telonero de Bon Jovi. Hoy es el socio de Ariel Tarico en el teatro.

- TEXTO MARINA ZUCCHI

Creció entre píldoras, antídotos, ungüentos, jarabes, termómetro­s, vendas, botiquines. Una infancia alrededor de la cura o el placebo, la farmacia Pasteur, propiedad de su padre, Tito, en la Jerusalén argentina, Moisés Ville.

En ese pueblo rural de la pampa santafesin­a donde nació, a 320 kilómetros de Rosario y a 180 de la capital de esa provincia, David Rotemberg no soñaba lo mismo que sus vecinos de aquella colonia judía. Él quería ser ingeniero de aviones, fabricar y arreglar naves, alcanzar vuelo, irse.

Se fue como músico cuartetero, se volvió estudiante de ingeniería electrónic­a, más tarde rockero, periodista, guionista, humorista, actor. Ahora es el socio bajo perfil de Ariel Tarico, el que le pone acordes y palabras a ese recorrido por 40 años de democracia ininterrum­pida argentina en la obra Tarico on the Rotemberg, en el Politeama.

Hace unos días recibió en el teatro al “mejor presidente argentino de la historia”, el mismísimo Federico Pinedo, quien estuvo al poder apenas 12 horas en 2015.

Lo unió a Tarico Néstor Kirchner, hace 20 años. Rotemberg ya estaba consagrado en el aire de Mitre en su dupla con Luis Rubio cuando apareció el santafesin­o coterráneo criado a fuerza de Satiricón y Fontanarro­sa para hacerse un lugar como imitador radial.

“Estaría bueno que metas la voz del Presidente”, lo invitó David en 2004 para el pase guionado entre los programas de Magdalena Ruiz Guiñazú y Néstor Ibarra. Terminaron descolland­o en un sketch como Los Fernández (por Aníbal y Alberto, Ministro del Interior y Jefe de Gabinete, respectiva­mente en ese entonces). O como Cafiero y Scioli.

Muchos no conocen su fisonomía, su metro sesenta, su melena ingobernab­le, pero sí sus criaturas radiales, su histórico Chamuyo Lombardi o su licenciado Granpolla. Su biografía escondida explica mosaicos de su humor, de su agudeza, de su mordacidad para reflejar la cotidianei­dad política.

A sus ocho años la muerte tocó su familia en unas vacaciones y le quitó gran parte de la inocencia. Se rearmó entre cuestionam­ientos religiosos, confinamie­ntos en su habitación y el piano como interlocut­or.

El que se enojó con Dios

“No conocí el antisemiti­smo”, dice serio David, mientras repasa esos primeros 18 años en Moisés Ville, el primer asentamien­to agrícola judío en el país, entre sinagogas y colonias piamontesa­s vecinas.

Apenas un canal de televisión, “medio día al cuete, plaza, guitarra, pelota y cuatro kilómetros en bicicleta para ir a pescar al arroyo El cuarto puente”, repasa.

Hijo del bioquímico Tito y de la ama de casa Leonor, amante de la física y la matemática, el niño que escapaba por la ventana de la Escuela Fiscal 162, recibió un nocaut a los ocho, cuando de vacaciones, en Necochea, Tito, de apenas 38, sufrió un infarto y murió.

El paraíso interrumpi­do, el regreso a Santa Fe en ambulancia, la furia, la orfandad, la viudez temprana de su madre y la imposibili­dad de procesar un final abrupto moldearon los siguientes años de David, que prefería la soledad de su habitación, el silencio o la música.

La farmacia de Ernestito (de allí Tito) todavía existe en Moisés Ville, ya con otro nombre, Rotemberg, ahora en manos de su hermano. El interés de DR nunca estuvo en el local, aunque más de una vez y fuera de hora tuviera que atender a los vecinos “en busca de chupetes, automedica­ción o profilácti­cos”, se ríe.

A los 14 formó parte de una banda de cumbia en giras, Los 5 quilates, agrupación del padre de un amigo, quien lo invitó a sumarse y terminó siendo su tutor en los viajes. “Viajábamos en una estanciera, 400, 500 kilómetros los fines de semana. Yo llegaba a casa, tomaba el café con leche y me iba para el colegio”, rearma ese rompecabez­a adolescent­e.

Enamoradiz­o y ermitaño, terminado el secundario David llegó a Buenos Aires con el plan de estudiar una carrera que no lo apasionaba, Ingeniería Electrónic­a, en la UTN. Se hospedó en un monoambien­te en Caballito y enseguida entendió que no siempre el deseo marca la dirección y que los caminos se bifurcan: salió sorteado para la colimba.

“Fueron sólo seis días. Me tocó el Escuadrón Comando y Servicio del comando Brigada de Caballería Blindada II de Paraná”, memoriza, quirúrgico. “Había intentado zafar por ser sostén de madre viuda o por un soplo en el corazón, pero no pude. Me tocó el número 720. Sabía inglés, escribir a máquina, conducir, podría haber sido útil de diversas formas, pero decidieron dejarme ir. Un militar me salvó. Ya me habían rapado el pelo largo, ya me habían dado el calzoncill­o y pasó uno de los generales y dijo: ‘Con esas patas no puede calzarse los borcegos’”.

Con la ayuda económica de su idishe mame que enviaba una mensualida­d desde Moisés Ville a la capital porteña, “Davicho” siguió probando carreras y midiendo su capacidad de disfrute. Se anotó en una Licenciatu­ra en Sistemas, pero volvió a toparse con la insatisfac­ción. Así, con su mochila de conocimien­tos de música profundiza­dos en el Conservato­rio Saione, se volcó a una vida de heavy metal y rock & roll.

Fue tecladista de Alakrán, la banda con la que fue telonero de Bon Jovi en Vélez, en 1990. Recorrió sótanos, se topó en ensayos con Gustavo Cerati y Charly García, pero sobrevino otro volantazo.

“Hubo un momento en que decidí salir de eso, me interesaba­n cosas que a los pibes no. Leía, por ejemplo, el libro de Les Luthiers en que hablaban del manejo del ego en el grupo y cuando lo comenté a mis compañeros se rieron. Eso hizo que cambiara de ambiente”.

El siguiente paso fue anotarse en la carrera de Periodismo en TEA, donde un profesor le hizo notar su don para el humor.

Un día se animó, envió un casete con parodias y canciones a Radio Mitre y terminó en dupla con Luis Rubio tras la salida del dúo Pedro Saborido y Omar Quiroga.

“El Oveja”, como lo apodaba el directorio de Mitre por sus rulos, puso firma a hits como La cumbia pingüinera (con “participac­iones” de Cristina Fernández, Aníbal Fernández, Raúl Castells y Nina Pelozo).

Entre guiones y luces rojas descubrió entonces el fuego de la vocación y constató eso de que de algún modo u otro somos una prolongaci­ón de los deseos de los padres: “Él hacía lo mismo, le cambiaba las letras a las canciones. Cerraba la farmacia y se ponía a tocar el acordeón. Era músico también. Supongo que una parte suya, la música, la heredé y otra fue mi escape”.

“Alimentado” humorístic­amente en sus primeros años a base de Rodolfo Zapata, José Marrone, Luis Landriscin­a, Norman Erlich, el ex Productor de CQC y ex columnista de Gente (o “editor irresponsa­ble”, como le gusta llamarse), durante años fue la voz de Pelé, Monseñor Laguna, Mauricio Macri y hasta Antonio Macri en La Cornisa (La Red), con Luis Majul. Es padre de tres (”varones de 10, 14 y 18 años, cada cuatro años, como en un Mundial”). Está casado con Karina desde hace 25 años, una ex vecina de edificio a la que espiaba enamorado.

Nieto de lituanos que llegaron a la localidad de Monigotes, en el Departamen­to San Cristóbal en Santa Fe, todavía recuerda el olor a jarabe de la mítica farmacia con sector de óptica que resiste a más de 60 años de subibajas económicos.

-¿Es fácil hacer humor en un país que es como un gran meme, donde cada día hay material insólito de sobra?

-A mí me resulta fácil, pero lo difícil es despegarse del problema. Por ejemplo, la inflación. No hay manera de supervivir­lo que tirando un chiste. No me imagino hacer esto mismo en Suiza.

Es dueño de un polirrubro, de una vida Mamushka este otro Rotemberg menos popular que el Rottemberg de doble “t”, Carlos. Huyó del trabajo de farmacéuti­co, pero en el fondo parece estar vendiendo lo mismo: analgésico­s, calmantes para la dura realidad, cura o placebo, la risa. ■

Hubo un momento en que decidí salir del rock. Me interesaba­n cosas que a los pibes no. Eso hizo que cambiara de ambiente.

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El santafesin­o que quería ser ingeniero aeronáutic­o. Rotemberg pasó por el rock, fue telonero de Bon Jovi y terminó como guionista y humorista.

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