Tamara Tenenbaum De su nueva novela a la intensa actualidad
Dos potentes voces femeninas y sus búsquedas, en la vida académica y en el teatro, impulsan la trama del libro.
Es muy grave que el Estado se retire de la cultura. Hay muchísimas manifestaciones de la cultura que son cada vez menos rentables y no por eso dejan de ser valiosas.
Además de escribir narrativa, poesía, columnas, ensayos y guiones, a Tamara Tenenbaum siempre le interesó el teatro. Primero, como espectadora. Luego, estudiando actuación y asistiendo a talleres de dramaturgia con Romina Paula y Mariano Tenconi Blanco.
Finalmente llegó el turno de que escribiera sus propias obras: Una casa llena de agua (2021), un unipersonal protagonizado por Violeta Urtizberea, y Las Moiras (2023), dirigida por Mariana Chaud, es la primera parte de un díptico que dialoga con el Dibuk, obra clásica del teatro yiddish, pero en el siglo XX. En su segunda novela, La última actriz, esto se cuela en su literatura.
La historia se cuenta a partir de dos voces femeninas potentes: Sabrina es una joven investigadora que busca abrirse camino en el Conicet y propone desentrañar qué fue del teatro yiddish en Buenos Aires. Bucea entre archivos y papeles recuperados del atentado a la AMIA hasta que da con el diario de Jana, la otra voz en esta historia, a quien leemos contando sus vicisitudes intentando convertirse en actriz a fines de los sesenta mientras trabajaba en la parte de cementerios de dicha mutual.
-Aparece el judaísmo, el teatro, Puan. ¿Hay un componente autobiográfico en esta ficción?
-Me parece que siempre, en algún momento, incluso si escribís ciencia ficción lo hay. Uso siempre los materiales que tengo a mano. No me pregunto de dónde vienen. Si vienen de mis experiencias, mis amigos, cosas que he leído, pero en la literatura uso todos los materiales que tengo a mano.
-Hay algo interesante en cuanto a lo formal. La novela se narra con diversos elementos: la segunda parte es el diario encontrado por Sabrina de una actriz, Jana. También se van intercalando mails. ¿Cómo decidiste esto?
-Pensé que iba a haber dos voces en la novela. Probé distintas estructuras. Lo de los mails se me ocurrió porque me pareció algo injusto que Jana tenía el registro del diario que tiene una textura muy específica y Sabrina solamente tenía su narración. Me pareció que había algo que estaba bueno del mail. Un amigo me dijo: “Está bueno, puede parecer viejo, pero en contextos académicos aún los utilizamos”. Le da a la novela una cosa como epistolar. A la vez, también permite cierto misterio. La información es más elíptica, es como reconstruir un rompecabezas. Y para mí esta es una novela de misterio acerca de la búsqueda de Sabrina.
Al final, sobre la búsqueda de Sabrina acerca de Jana y el teatro yiddish hay una gran revelación. Explica: “Me parece que una novela de misterio al final lo tiene que develar. Me gustan las novelas y cuentos que terminan desdibujándose, como en fade out. El final dice mucho sobre la búsqueda de ambos personajes. Me importaba que fuera emotivo y que quedaran las cosas abiertas. No queda claro cómo termina Sabrina. Me gustaba eso. Por otro lado, el desenlace dice algo sobre la realidad y la ficción, sobre qué significa narrarse a una misma”.
-¿La novela puede pensarse también como un relato sobre la búsqueda de la identidad?
-Sí, en muchos sentidos. Creo que son dos mujeres que nunca dejan de sentirse actrices. Sabrina, que se dedicó a estudiar historia del teatro porque no se le armó ser actriz, escribe sobre lo que le duele ir al teatro. Se dedica a estudiar historia del teatro pero odia ir al teatro. Nunca la pasa bien en el teatro. Jana está en la oficina repasando el texto que va a ensayar. Son dos mujeres que sin ser actrices no pueden dejar de pensarse como actrices. Aparece la identidad en ese sentido, de qué es lo que uno es, qué es lo que uno se imagina que uno es y si uno deja de ser actriz porque no es una actriz exitosa. Los escritores, los músicos, medio que pueden hacer su arte en secreto, pero un actor no puede, depende del público. Me parecía muy fuerte y doloroso eso. Necesito que el mundo valide mi identidad, esto que soy. ¿Quién decide lo que una es? Esa es la pregunta que se hacen ellas.
-En otra entrevista comentaste que, por el contexto actual, tu novela terminó reivindicando el ámbito académico.
-Sí, es loco. En este contexto, de desarme del Conicet, uno lee la reivindicación de una chica que quiere dedicarle su vida a producir conocimiento. En otro contexto quizás la novela se podía leer como muy crítica de la academia, porque Sabrina es muy crítica. En la novela vemos cómo se obsesiona con el diario de Jana al punto tal que no se copa con escribir papers ni precisiones que necesita para su tesis y mil cosas que debe hacer para sostenerse en el sistema académico. Ella siente que hay algo ahí. Allí hay algo que se discute hace muchos años: lo difícil que es hacer entrar la investigación en humanidades en el sistema científico, en el sentido de que la mayoría no quiere escribir papers: quiere escribir El ser y la nada. A uno le gustaría dedicarle diez años a escribir eso y no a escribir la cantidad de papers necesarios para pasar de categoría. Eso es algo que no se resuelve no sólo en Argentina sino en el mundo. Hay cierta discordancia entre formas del conocimiento que no están necesariamente hechas para la burocracia académica.
-Hablábamos del Conicet. Hace poco fue el acto inaugural de la Feria del Libro y se reivindicó a Cristina Mucci y Osvaldo Quiroga cuyos programas fueron levantados de la Televisión Pública. ¿Cómo analizás el contexto cultural hoy?
-Creo que obviamente es muy grave que el Estado se retire de la cultura porque hay muchísimas manifestaciones de la cultura que son cada vez menos rentables y no por eso dejan de ser valiosas. Es muy problemático que el Estado se retire de actividades en las que el mercado no va a suplantarlo. Igual para mí eso también es un problema. Que un programa buenísimo como el de Cristina Mucci no tenga alguien que lo compre, que no haya mercado para eso, es un problema en sí mismo. O sea, que casi no haya contenido cultural en televisión porque no es rentable. Es un problema y tiene que ver con que el público no quiere consumir eso. Es grave, porque no veo que lo haya reemplazado ninguna cosa particularmente lúcida e interesante. Tiene que ver con un montón de cosas, con un nivel educativo, que sabemos que viene en picada hace muchos años y también con problemas que tienen que ver con la atención y los teléfonos.
-El público también juega...
-¿Cuánta gente se puede concentrar en una entrevista de una hora? A la vez, en streaming hay entrevistas de una hora a ciertos personajes y la gente las ve. Quizás no les interesan los mismos personajes que a mí. No lo digo como esnobismo sino que me preocupa que ya ni siquiera ese nicho del mercado exista. Cuando el gobierno dice: “Si el mercado no lo quiere es porque nadie lo quería”, pienso que quizás tiene razón, pero eso es algo grave. Eso es algo que hay que solucionar. Esto pasa en todo el mundo: si las óperas tuvieran que manejarse sin subvenciones, ya hubieran desaparecido. Por suerte muchos gobiernos y benefactores privados piensan que sigue siendo importante subvencionarlo y lo hacen. El mercado no es otra cosa que las personas. En eso estoy de acuerdo con Javier Milei. Lo que no creo es que porque algo en algún momento deja de ser consumido, deja de ser valioso. La circulación de bienes culturales tiene muchos beneficios en la sociedad. Habría que estar pensando en cómo hacer para que más gente consuma cultura, no cómo hacer para matarla. ■