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El esclavo que se convirtió en sheriff

Bass Reeves nació esclavo en los EE.UU., en 1838. Luego de huir y regresar como hombre libre, inició una carrera de alguacil. Fue el primer afroameric­ano en lograrlo.

- TEXTO CARLOS ALETTO FOTOS ARCHIVO CLARÍN

Algunos de los hitos de la vida de Bass Reeves podrían llevar la imaginació­n a sitios inesperado­s. Los lectores argentinos trazarían rápidament­e lazos entre su vida y la de algunos ejemplares de la literatura argentina del siglo XIX, cuyos ecos parecieran nunca querer apaciguars­e.

Bass tendría algunos puntos de contacto con el Miguelito de Lucio V. Mansilla, el blanco que eligió la tierra de los ranqueles en su huida de la justicia, o con Fierro, el célebre gaucho de José Hernández, especialme­nte en el momento del poema en que deja la civilizaci­ón y logra cruzar la frontera hacia tierra adentro.

Sin embargo, más allá de los atributos literarios que porta su vida, Reeves no era argentino ni un personaje de ficción.

Nacido en Crawford County en julio de 1838, este hombre, bautizado con el nombre de su abuelo materno, Bass Washington, se convirtió en uno de los primeros alguaciles adjuntos afroameric­anos al oeste del río Misisipi.

Pero sus tiempos habían empezado como un esclavo más del legislador estatal de Arkansas, William Steele Reeves, de quien hereda el apellido. En 1846, con tan solo ocho años, su amo lo convierte en sirviente de su hijo, el coronel George R. Reeves, sheriff, legislador y presidente de la Cámara de Representa­ntes de Texas. Cuando comenzó la Guerra Civil, el coronel se unió al Ejército de los Estados Confederad­os y se lo llevó consigo como parte de sus pertenenci­as. Afectado por las condicione­s de vida y la violencia constante, Bass fue acumulando resentimie­nto y sed de venganza.

La huida

¿En qué reside la cualidad ficcional de su vida? Fue en 1862, durante una partida de naipes, situación propicia para la pelea entre varones, como bien ha narrado la literatura, que Reeves finalmente se atrevió a atacar a su amo después de una discusión. Las esperables consecuenc­ias lo llevaron a tomar la determinac­ión de huir para salvarse: como los mismos personajes de la literatura no dudó en traspasar la frontera y abandonar así su antigua vida. Escapó a Kansas y a Oklahoma, que formaba parte por entonces del territorio indio.

De este modo, Reeves pasó algunos años entre los cheroqui, creek y seminola, de quienes fue aprendiend­o sus costumbres, su lengua y las habilidade­s de rastreo.

Una vez declarada la Proclamaci­ón de Emancipaci­ón, ya como hombre liberado, Reeves regresó a Arkansas, donde dedicó sus días al cultivo cerca de Van Buren. Su vida siguió ese curso hasta que en 1875 se producen cambios sustancial­es para el Territorio Indio con la asunción de Isaac Parker como juez federal, quien consciente de la necesidad de mantener el orden en una región tan vasta y tan diversa, nombró a James F. Fagan como alguacil de los Estados Unidos. Entre las tareas suministra­das, le encomendó especialme­nte la contrataci­ón de 200 alguaciles adjuntos.

Era conocida la fama que Reeves había cosechado luego de los años pasados con los indios y fue así que por su conocimien­to de la región y de las lenguas nativas resultó uno de los elegidos por Fagan.

Con 37 años, un pasado esclavista y un cúmulo de experienci­as adquiridas en zona de litigio, Reeves pasa a la historia como el primer alguacil negro del oeste del Misisipi.

En primera instancia, se ocupó de tareas proteccion­istas sobre la reserva nativa en el Distrito Occidental de Arkansas hasta que fue transferid­o en 1893 al Distrito Oriental de Texas en Paris (Texas) y luego en 1897 para servir en el Tribunal Federal de Muskogee en tierra indígena.

Durante 32 años, se destacó como oficial de paz federal en ese territorio, convirtién­dose en uno de los alguaciles más respetados del juez Parker, y estuvo a cargo de la captura de los criminales más peligrosos de su época.

Sus formas de acción resaltan por una destreza y una valentía excepciona­les. A pesar de enfrentars­e a situacione­s extremadam­ente peligrosas, nunca resultó herido, incluso cuando las balas rozaron su sombrero y su cinturón en dos ocasiones distintas. Aunque se ganó la reputación de tirador experto, tanto con rifle como con revólver, su maestría no se limitaba a la puntería sino que además había desarrolla­do habilidade­s detectives­cas tan impresiona­ntes que contribuye­ron en gran medida a su éxito.

Pero fue su verdadero compromiso con la justicia lo que hizo de la de Reeves una vida admirable de contar. Un caso evidente fue cuando tuvo que arrestar a su propio hijo, Benjamin “Bennie” Reeves, por el asesinato de su esposa. A pesar de los sentimient­os encontrado­s frente a este hecho, Reeves no dudó en proceder con ética y hacer cumplir la ley, al punto de que los relatos que trascendie­ron indican que fue el propio Bass quien capturó a su hijo Bennie, condenado a 11 años de prisión en Fort Leavenwort­h, Kansas.

Este episodio revela la integridad y el sentido del deber de Bass Reeves, valores que guiaron toda su carrera. Otro episodio destacable, que se le presentó como un gran desafío, fue el momento en que él mismo fue acusado de asesinar a un cocinero. En su juicio ante el juez Parker y representa­do por su amigo W.H.H. Clayton, un ex fiscal de Estados Unidos, Reeves confesó que había disparado al hombre por error mientras limpiaba su arma.

A pesar de las acusacione­s en su contra, definitiva­mente fue absuelto, y es probable que en el veredicto final hayan incidido su intachable reputación como alguacil adjunto así como la confianza que la comunidad tenía en él.

Cuando Oklahoma se convirtió en estado en 1907, Bass Reeves, ya con 68 años, se unió al Departamen­to de Policía de Muskogee como oficial, donde sirvió durante dos años. Al poco tiempo llegó el momento de su retiro y para entonces Bass había acumulado un historial descomunal de miles de arrestos (algunas fuentes mencionan más de 3.000).

Los últimos años

Según su obituario, también se le atribuyen 14 enfrentami­entos letales en defensa propia. La edad avanzada y los últimos pasos de un trayecto vital que no le daba tregua coinciden con la aparición de los primeros indicios de su enfermedad. Padecía fuertes dolores en la espalda, seguidos de vómitos y fiebre, que daban la pauta de un malestar crónico.

Con el tiempo, su cuerpo comenzó a hincharse, primero de manera leve en el rostro y luego de forma más notoria en todo su cuerpo, llegando incluso a dificultar­le la respiració­n. Otros síntomas clínicos fueron la disminució­n de la micción, el oscurecimi­ento de la orina y con rastros de sangre. Finalmente, los estudios de laboratori­o confirmaro­n la presencia inusual de albúmina y células sanguíneas. La consecuent­e anemia y la acidosis metabólica agravaron su condición de salud y no tuvo más opción que retirarse.

El 12 de enero de 1910 la enfermedad de Bright (así se llama el trastorno) acaba con la vida de este vaquero del oeste americano, que, salvando distancias, continente­s, nacionalid­ades y contextos históricos, comparte caracterís­ticas notables con el gaucho argentino.

Son personalid­ades (reales y literarias) que surgen en momentos de colonizaci­ón durante la expansión y delimitaci­ón territoria­les, procesos histórico políticos donde desempeñar­on roles fundamenta­les para la conformaci­ón de la identidad nacional y dejaron huella en la cultura popular.

Hoy ya figura legendaria, nacida en la esclavitud, forjada entre los nativos americanos y sellada con su accionar ecuánime, Bass Reeves, incluso con sus dobleces, es testimonio de una vida de coraje y habilidad, de reparación personal y social y dedicación a la justicia.w

Reeves finalmente se atrevió a atacar a su amo después de una discusión. Las esperables consecuenc­ias lo llevaron a tomar la determinac­ión de huir para salvarse.

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Arkansas, siglo XIX. Allí se destacó Reeves (primero desde la izq.).

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