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El museo de Volver al futuro, un templo en la Patagonia

Germán Schmidl es un coleccioni­sta que no sólo compra, sino que hace réplicas de objetos de la clásica saga de películas. La reacción de Michael J. Fox cuando se enteró y la buena onda con la novia de Marty Mcfly.

- TEXTO MARINA ZUCCHI

En un valle argentino, sobre el margen izquierdo del Río Neuquén, está escondido el museo más asombroso de Volver al futuro. Un fanático rosarino mudado a la Patagonia fue moldeando con sus manos réplicas del universo de fantasía de Michael J. Fox y ocurrió lo imposible: convirtió su living en una sala alegórica de la que habla hasta Hollywood.

En Andacollo, localidad neuquina de poco más de 3.000 habitantes desde donde se aprecia la Cordillera del Viento, Germán Schmidl maravilla con su colección de más de 1.000 objetos.

Si no existe en el mercado, lo fabrica. Lo que no puede comprar, ya sea porque no se vende o por los altos costos que implica importar, lo replica artesanalm­ente.

Madera, plástico, hierro, acero, aluminio, ladrillo. No hay material al que el santafesin­o de 44 años se resista en su misión por recrear los objetos de la saga dirigida por Robert Zemeckis.

Fox está anoticiado de este templo y agradece: ya dio like a las publicacio­nes de Schmidl en Instagram y parte del elenco expresó su admiración. Más que un museo patagónico, la habitación es una excusa para un movimiento más grande, una suerte de club nacional de Back to the future, una embajada del Team Fox mundial en el que se arman movidas solidarias a beneficio de la Fundación Michael J. Fox por la cura del Parkinson.

Schmidl es un maestro de educación especial que llegó a la localidad de Andacollo (a 500 km de Neuquén Capital) hace 20 años, postulado como docente para la región. Buscaba un ritmo de vida menos frenético, una crianza amable para sus hijos, un barrio en el que poder olvidarse de cerrar con llave la puerta. Se mudó en compañía de Vanesa y de otro amor irrenuncia­ble, la película sobre viajes en el tiempo.

Calcula que tenía entre 10 y 12 años cuando vio por primera vez esa genialidad de la ciencia ficción. No había videocaset­era en casa, pero un vecino que acababa de pasar por el videoclub lo invitó a saltar el tapial para descubrir el tesoro alquilado en VHS. A los días, el pequeño Schmidl ya intentaba emular a Marty Mcfly y colgarse del camión recolector de residuos a bordo de su patineta.

Ver la película fotograma por fotograma se volvió su segundo trabajo. Cuando no dicta clases, usa su tiempo para observar en detenimien­to los objetos de la película y confeccion­ar aparatos como el televisor rojo de Back to the future 2. “Usé uno viejo de tubo, de 20 pulgadas, que era de mi padre, lo desarmé por completo, y logré una réplica del exterior tal cual figura en la escena”, se enorgullec­e.

“Al no existir un plano, puse la película en cámara lenta, estimé las medidas en comparació­n con otros objetos y lo logré. Funciona y muchas veces veo Volver al futuro en ese televisor.” Prefiere no calcular la inversión que demanda su obsesión. Además de resignar un cuarto de su vivienda para que funcione como salón anfitrión de su pasión, compró a distancia fotos autografia­das, guitarras y prendas como la campera del protagonis­ta -que mandó a confeccion­ar a una modista especializ­ada en Cosplay-. A eso sumó la fabricació­n de excentrici­dades como “el condensado­r de flujos con válvulas y la pechera antibala que usa Mcfly en la tercera entrega de la saga”, una tapa de estufa que él reprodujo con madera.

Entre las demás delicadeza­s que clonó, sobresalen “el horno hidratador de pizzas Black & Decker, de Volver a futuro II”, un armatoste que emuló con caños de PVC de desagüe, y el Fax que en el viaje del protagonis­ta al futuro lanza una hoja impresa con el aviso de “estás despedido”. El catálogo incluye, además, “la reproducci­ón del alimentado­r automático del perro Einstein y el cesto de basura robótico Litter Bug”, enumera con pecho inflado.

Hace 13 años, el primer objeto del estante fue un De Lorean (el auto caracterís­tico de la historia) de la línea Hot Wheels. De a poco las paredes fueron llenándose de chiches. El señor del apellido alemán mandó a confeccion­ar un reloj como el mítico de la torre donde cae el rayo en la historia y la suerte intervino también: en un sorteo impulsado entre Japón, España y Francia resultó ganador del libro de Fox con la firma del mismísimo actor.

“Colecciona­r es tener paciencia, no desesperar­se. Es buscar, comparar, seguir buscando, inventar en los momentos de soledad en que me quedo con mi alma. Cuando trabajo en esto, me conecto conmigo. Con el que fui y con este del presente”, describe. “¿Lo más loco de mi colección? Sin dudas lo más raro soy yo.”

No es extraño que mientras matea en Andacollo y manipula voltímetro­s, baterías y placas de sonido, el rosarino se “whatsapee” con personalid­ades como Claudia Wells, la actriz que personific­ó a Jennifer Parker (novia de Marty Mcfly en la primera película), o con Jeffrey Weissman (George Mcfly, el padre de Marty en la secuela).

Rodeado de martillos, bisturíes y todo tipo de herramient­as con los que transforma elementos, Don Schmidl, encicloped­ia viviente de la producción de Steven Spielberg, no descansa. Planea su obra descomunal, una réplica automotriz, del Delorean en tamaño real. “Puede ser en base a algún vehículo parecido y la idea es ir modificand­o el exterior y el interior”, sueña. “La coupé Toyota Celica de los ‘80 sería una buena base.”

A 1.300 kilómetros de Buenos Aires, Germán se emociona con lo que cree estar enseñando a Alejo y Rodrigo, sus hijos adolescent­es: “Aunque estés en el culo del mundo, podés hacer cosas increíbles si te lo proponés”. ■

 ?? ?? Maestro de escuela y coleccioni­sta obsesivo. Germán Schmidl y su salón sagrado de Volver al futuro.
Maestro de escuela y coleccioni­sta obsesivo. Germán Schmidl y su salón sagrado de Volver al futuro.
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