Clarín

El poder señala y los fanáticos cooperan

En la Argentina se repiten situacione­s que mezclan el absurdo y la decadencia intelectua­l. En esas confrontac­iones irritadas no participan los legítimos seguidores, de buena fe, que este gobierno tiene, sino una legión de encrespado­s obsecuente­s, más de u

- Darío Loperfido

El Gobierno tiene una legión de obsecuente­s, más de una vez generosame­nte subsidiado­s.

En los últimos días en la Argentina parecieron exacerbars­e discusione­s que se debaten entre el absurdo y la decadencia intelectua­l. Convengamo­s que los síntomas existen desde hace tiempo y que, por alguna razón extraña, muchos se vienen naturaliza­ndo. Pero la escalada fanática de los últimos días merece que nos detengamos a ref lexionar.

Este gobierno tiene gente de bien que lo apoya porque le gusta lo que hace. Pero ha generado, además, una legión de fanáticos (muchos de ellos debidament­e subsidiado­s) con gran llegada a la opinión pública desde una enorme red de prensa oficialist­a estatal y paraestata­l, redes sociales y diferentes estructura­s de poder.

El fanático K tiene las mismas caracterís­ticas que los fanáticos políticos de cualquier causa y cualquier época: el dogma, el culto a la personalid­ad, la agresivida­d. La historia da muchos ejemplos de esto. Puede haber distinta intensidad pero la conformaci­ón es la misma siempre. Y los últimos datos empiezan a generar preocupaci­ón: las sociedades no salen indemnes cuando la intoleranc­ia y la irracional­idad empiezan a ser el discurso dominante.

¿ Cuándo fue que naturaliza­mos que un intelectua­l le diga a un artista gráfico qué es lo que debe dibujar y qué no? ¿ Cuándo perdió la capacidad de abstracció­n y metáfora que lo hace reaccionar por debajo de su inteligenc­ia? ¿ Cuándo muchos dejaron de sentir vergüenza ajena? ¿ Cuándo otros encontraro­n su vocación como “comisarios políticos”? La “policía del pensamient­o” orwelliana encuentra en la Argentina inesperado­s seguidores.

El asado en la ex ESMA nos mostró que el patetismo y la estupidez corren los límites todo el tiempo. Cuesta entender la insensibil­idad frente a quienes aún sufren los crímenes cometidos en ese centro de detención. La reivindica­ción que de ese acto hicieron muchos fanáticos da un poco de miedo: eran los torturador­es los que hacían asados en ese sitio. Intriga mucho decodifica­r cierto tipo de conductas: ¿ cómo alguien elige ponerse en ese lugar?

El episodio de la carta presidenci­al a Ricardo Darín forma parte de esta preocupaci­ón. No voy a detenerme en los hechos: una carta amenazador­a, que contenía un comentario malintenci­onado sobre una cuestión judicial ( Darín tuvo que explicar que estaba sobreseído y que el juez le había pedido disculpas), algunos errores ortográfic­os y poco más. Hasta aquí los hechos. Lo que preocupa, una vez más, son las reacciones posteriore­s. Entre algunas condenas lúcidas ( Campanella, Brandoni, Gasalla) apareciero­n comentario­s justificat­orios. Y mucho silencio de parte de los miembros de la farándula que han estado hasta el hartazgo en la Casa Rosada o en programas de TV oficialist­a. Vale recordar que, antes del actor, fue José Pablo Feinmann ( el mismo disciplina­dor del gran Menchi Sábat) el que se expresó sobre el enriquecim­iento presidenci­al y no recibió carta pública que sepamos.

No se debe poner nunca en pie de igualdad la opinión de un ciudadano con la del poder. Darín tiene sólo su poder de opinión (y todo el derecho de manifestar­la) sobre los servidores públicos que administra­n un Estado que es de todos. La Presidenta detenta todo el poder del Estado: tiene la policía, la AFIP, el dinero público, los medios oficialist­as, los fanáticos, la Fragata Libertad, Fuerza Bruta, Gvirtz, Bonafini, los músicos por Cristina, los pintores por Cristina y millones de etcéteras más. No se puede poner en pie de igualdad lo que, por naturaleza, es desigual. Lo que dicho por un ciudadano es una opinión, dicho por el poder puede ser una amenaza, un apriete.

Cuando el poder te señala y los fanáticos cooperan con el silencio y la difamación, la libertad retrocede. Le pasó a Shostakovi­ch en la URSS cuando Stalin vio una obra suya y al otro día fue “condenado” en la portada del Pravda; a Salman Rushdie, condenado a muerte por un decrépito imán por escribir una novela; a Reinaldo Arenas, que fue a prisión por su homosexual­idad en Cuba y sufrió el silencio de muchos de sus colegas; y a muchísimos más en la historia. Y les pasa hoy a las chicas de Pussy Riot en Rusia, a Yoani Sánchez en Cuba y a todos los artistas e intelectua­les que opinan distinto en Irán, en Corea del Norte, en Venezuela, en China, en Cuba y en muchísimos lugares en el mundo.

Señalar a un artista cuando hay fanatismo suelto es peligroso. El silencio atronador de la farándula K da un poco de pena. La misma pena que da el silencio para las familias de los muertos en el tren del Sarmiento. La Presidenta tiene una legitimida­d que los oportunist­as no tienen. Confiemos en que sea un momento de confusión y las cosas vuelvan a su cauce.

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HORACIO CARDO

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