“Nosotros no somos una mafia, eh ...”

Casi al final de la recorrida por la saladita de Retiro –ubicada entre las estaciones de los trenes Belgrano y San Martín–, mientras miraba un stand, el cronista de Clarín fue rodeado por una señora alta de vestido floreado, pelo corto rojizo y dos hombres grandotes. La señora, a la que llamaban Marcela, preguntó insistente: “¿Qué buscás?, ¿quién sos?”. La respuesta fue la verdad: “Soy periodista de Clarín. Estoy haciendo una nota, recorriendo, buscando precios, hablando con la gente”. La reacción fue peor. Tomó un teléfono, marcó un número y a los gritos dijo: “¿Dónde están los muchachos? ¡Traémelos ya, carajo!”. Luego, los dos hombres flanquearon al cronista y Marcela lo obligó a seguirla hasta una oficina al final de un largo pasillo. Ya dentro y con los hombres siempre junto al periodista, Marcela revisó hoja por hoja del anotador y, furiosa, preguntó quién le había dado toda la información. Notó por los apuntes que la recorrida había arrancado en una Saladita de Constitución. Volvió a sacar su teléfono, se comunicó con alguien y advirtió que “un pibito de Clarín estuvo recolectando información y ahora se va para la de Once” (la dirección figuraba en las anotaciones). “Nosotros no somos una mafia, eh. No te vamos a hacer nada, tengo palabra”, aclaró Marcela más tranquila. “Te voy a tener que retener las hojas”, agregó. Las arrancó del anotador, las abrochó y las guardó en un cajón y les pidió a sus muchachos que acompañaran al cronista a la salida. Y concluyó: “Cualquier información de la saladita te la tengo que dar yo”.