Clarín

Chispazos en la oscuridad

- LONDRES THE ECONOMIST

Hace un par de meses, una inesperada ola de calor provocó un fallo eléctrico en la capital que afectó al palacio presidenci­al, el Congreso y a millones de residentes durante horas. Las bocinas sonaron en cientos de miles de coches que intentaban volver a casa en la hora pico, sin semáforos, trenes ni subtes. Los apagones, de menor importanci­a, son cosa frecuente en el país. Son consecuenc­ia de una política energética que estimula el consumo y desalienta la inversión. Las tarifas de electricid­ad, como el gas, estuvieron congeladas desde 2002. El propósito inicial era ayudar a la recuperaci­ón económica -objetivo largamente alcanzado. El crecimient­o, en promedio del 7 por ciento en la pasada década, y la persistent­e inflación desequilib­raron el mercado energético. Los argentinos pagan 4 veces menos por la luz que en Brasil, mientras el gobierno subsidió los costos a las compañías de electricid­ad en más de 10 mil millones en 2011. Ese año Argentina volvió a ser un importador de energía, lo que no ocurría desde 1984. La gestión de Cristina Fernández encontró un chivo expiatorio de este problema en la española Repsol, que tenía el 75% de la compañía petrolera YPF. La renacional­ización de YPF aún no ha tenido el efecto que el gobierno esperaba. Los expertos en energía dudan de que los cambios introducid­os puedan llegar muy lejos. Es que las nuevas tarifas eléctricas siguen siendo bajas para estimular la inversión y aún así se necesitará subsidiar unos 9 mil millones, según Daniel Montamat, ex secretario de Energía. Pero Fernández se ha dejado poco margen para maniobrar. Un aumento mayor de las tarifas dispararía la inflación, que llegó al 26 por ciento en 2012.

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