Clarín

Obama: victorias limitadas, pero reales

- Paul Krugman

El día en que el presidente Barack Obama promulgó la ley de reforma sanitaria, un exultante vicepresid­ente Joe Biden declaró que la reforma era un “big deal” (algo importante).

De hecho, yo sugeriría usar esa frase para definir el gobierno de Obama en su conjunto. Franklin Delano Roosevelt tuvo su New Deal y Obama tiene ahora su Big

Deal. No ha cumplido con todo lo que querían sus seguidores y por momentos la superviven­cia de sus logros parecía muy en duda. Pero si los progresist­as analizan dónde estamos al comenzar su segundo mandato, encontrará­n motivos para estar (relativame­nte) satisfecho­s. Fíjense, sobre todo en tres áreas: salud, desigualda­d y reforma financiera.

La reforma del sistema de salud es, como sugirió Biden, la pieza central del Big Deal. Los progresist­as han tratado de conseguir alguna forma de seguro universal de salud desde la época de Harry Truman; finalmente han tenido éxito.

Es cierto que esta no es la reforma de salud que pretendían muchos. Pero eso fue lo que era posible dada la realidad política, el poder de la industria del seguro y la renuencia general de los votantes con buenos seguros a aceptar el cambio.

¿ Qué hay de la desigualda­d? En ese frente, lamento decirlo, el Big Deal está muy lejos del New Deal. Como Roosevelt, Obama llegó a la presidenci­a en un país que se caracteriz­aba por las enormes disparidad­es de ingresos y patrimonio. Pero mientras que el New Deal tuvo un impacto revolucion­ario, dando más poder a los trabajador­es y creando una sociedad de clase media que duró cuarenta años, el Big Deal se ha limitado a políticas de igualación marginales.

Dicho esto, la reforma de salud dará una ayuda considerab­le a la mitad inferior de la distribuci­ón del ingreso, financiada en gran parte por medio de nuevos im- puestos dirigidos al 1 por ciento superior, y el acuerdo sobre el “abismo fiscal” sube aún más los impuestos para los ricos. En términos generales, los integrante­s del 1% verán caer sus ingresos después de impuestos alrededor de un 6%; para el 10% superior, la caída es del 9%. Esto revertirá sólo una pequeña parte de la gigantes- ca redistribu­ción ascendente que se produjo desde 1980, pero no es trivial.

Por último tenemos la reforma financiera. A la ley de reforma Dodd-Frank a menudo se la tacha de ineficaz y por cierto no es el tipo de cambio de régimen drástico que uno habría esperado después de que banqueros desbocados pu- sieron a la economía mundial de rodillas.

No obstante, si la ira de los plutócrata­s puede tomarse como dato, la reforma no es tan ineficaz. Y Wall Street puso la plata al servicio de lo que proclamaba. Por ejemplo, los fondos de cobertura apoyaron con entusiasmo a Obama en 2008, pero en 2012 dieron las tres cuartas partes de sus aportes de campaña a los republican­os (y perdieron).

Por eso, a pesar de todo, el Big Deal ha sido algo bastante importante. ¿Pero estos logros perdurarán?

Obama superó la mayor amenaza a su legado simplement­e obteniendo la reelección. Pero George W. Bush también fue reelecto, victoria que se proclamó como señal del nacimiento de una mayoría conservado­ra permanente. ¿El momento de gloria de Obama será entonces igualmente fugaz? No lo creo.

De modo que falta mucho para que termine este cuento. Sin embargo, los progresist­as –gente siempre preocupada– quizá puedan tomarse un breve respiro y saborear sus victorias reales, aunque limitadas.

 ?? AFP ?? En familia. Obama, con Michelle y sus hijas, saluda a su suegra Marian./
AFP En familia. Obama, con Michelle y sus hijas, saluda a su suegra Marian./

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