Clarín

Tras su manto de neblinas

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

El destructor Santísima Trinidad era un símbolo, no de la trágica aventura de la dictadura militar que no debe repetirse, sino de la causa nacional que es Malvinas.

El 9 de enero, en Mar del Plata, la Presidenta había organizado la fiesta de su reaparició­n pública luego de muy merecidas vacaciones. Fue en ocasión del regreso al país de la Fragata Libertad, levantado el embargo que por diez semanas la había retenido en un puerto de Ghana.

Armada y financiada desde Buenos Aires por intendente­s y funcionari­os, una frondosa movilizaci­ón de militantes y gente a sueldo del Estado -o personas que son las dos cosas a la vez- desembocó ese día en el puerto marplatens­e.

Nada fue espontáneo. Hasta la fecha de arribo se eligió aún antes de que el buque insignia de nuestra Armada partiese de regreso el 19 de diciembre. Tan preparado estuvo todo que la Fragata debió hacer tiempo durante todo un día, aguas adentro cerca de Mar del Plata, para entrar en escena tal como había previsto el meticuloso guión oficial.

Recuperar la nave del embargo planteado por los fondos buitre bien valía el festejo. Por el bochorno habían caído el jefe de la Armada y un par de integrante­s de su Estado Mayor, y también algún funcionari­o de Defensa; aunque a los ministros no se les movió un pelo. En aquellas semanas agitadas Cristina llegó a decir que “podrán quedarse con la Fragata, pero con la libertad, la soberanía y la dignidad de este país no se va a quedar nadie”. Por suerte no se quedaron con la Fragata.

La fiesta de Mar del Plata fue bella, pero también sectaria. Cristina fustigó a los fondos buitre, aunque obvió mencionar que ahora ofrecemos reabrir el canje de deuda para pagarles lo que les debemos. Y sobre todo se elogió mucho a sí misma, lo que no sorprendió demasiado.

En su discurso hizo un justo homenaje a Guillermo Brown, padre de nuestra Marina de guerra, y recordó una frase suya en ocasión de entrar en combate durante la guerra con el Brasil en 1826. Dijo Brown - según memoró la Presidenta- que era preferible que la nave se fuera a pique antes que rendir el pabellón nacional.

Ironía cruel del destino: lo que se acaba de ir a pique, dos semanas después de esas palabras de Cristina, es una nave emblemátic­a de Malvinas.

No la hundió un enemigo externo. El destructor Santísima Trinidad tocó fondo ayer en las aguas de Puerto Belgrano como resultado de la desidia y la indiferenc­ia internas (ver página 12). Había encabezado la operación del 2 de abril de 1982 y transportó a los hombres que tomaron Puerto Argentino. Era un símbolo, no de la trágica aventura de la dictadura

militar que no debe repetirse, sino de la causa nacional que es Malvinas.

Desde hace tiempo fuera de servicio, el Santísima Trinidad sufrió una lenta agonía. Sus piezas se usaban como repuesto para su gemelo, el Hércules. La falta de presupuest­o agudizó el abandono. Una rotura de tuberías en el sector de máquinas dañó su casco y apresuró el final.

Fue sin gloria, sin fiesta, sin discursos, sin relato.

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