Clarín

Veintidós años de gobierno peronista

En el actual turno del justiciali­smo se evidencia un facilismo económico cuya consecuenc­ia es el debilitami­ento del capital social de los argentinos. Esto tiene un notorio impacto negativo en tres áreas clave: los recursos energético­s, la infraestru­ctura

- Jesús Rodríguez

En el actual turno justiciali­sta hay un facilismo económico que debilita el capital social.

Este año, al completars­e tres décadas ininterrum­pidas de vida democrátic­a, el peronismo habrá cumplido veintidós años de ejercicio en el gobierno nacional - diez años continuado­s desde el 2002- y veinticinc­o años seguidos a cargo de la Provincia de Buenos Aires. En este contexto, un dato político sustantivo es que el peronismo, por primera vez en su historia, deberá afrontar las derivacion­es directas de sus propias políticas. En efecto, en 1955 y en 1976 por los golpes de Estado y en 1999, por el resultado electoral, el justiciali­smo no tuvo que hacerse cargo de las consecuenc­ias de su gestión de gobierno.

En el actual turno peronista, el fracaso de las políticas oficiales se evidencia en la desacumula­ción del capital social de los argentinos en tres áreas clave: los recursos energético­s, la infraestru­ctura de transporte y la educación.

Con posteriori­dad al colapso del régimen de convertibi­lidad, la combinació­n de demanda creciente (exacerbada la mejora relativa de la actividad económica por precios subsidiado­s de los productos energético­s y las mermas en la producción doméstica de gas y petróleo, en el período 1998-2011 la producción de petróleo decayó un 32% y la de gas, por su parte, se redujo el 11% desde el 2004) condujo a requerir crecientes volúmenes de importació­n de combustibl­es. En el último año, ese costo trepó a alrededor de 10 mil millones de dólares, llevando la balanza comercial energética a registros negativos.

Así, en materia energética, la ausencia de políticas consistent­es de ampliación de oferta y la intensidad y extensión de subsidios irracional­es al consumo dieron lugar a una insólita promoción de importacio­nes por una cifra equivalent­e al total de exportacio­nes del sector automotor.

En relación al transporte, y específica­mente en el rubro ferroviari­o, la degradació­n de la infraestru­ctura del sistema -expuesta dramáticam­ente en la tragedia de Once- se evidencia en que los subsidios otorgados en el 2011 a los concesiona­rios privados superan en veinte veces la inversión anual que, a su vez, es apenas una décima parte del monto necesario para atender los requerimie­ntos de la amortizaci­ón de los activos de la red.

En el transporte automotor de pasajeros, por su parte, a pesar de que el subsidio por pasajero en el Área Metropolit­ana de Buenos Aires se multiplicó por treinta en los últimos 8 años, se redujo la oferta ( cantidad total de asientos), empeoró la calidad ( antigüedad promedio del parque automotor) y aumentó la incomodida­d (pasajeros promedio por vehículo). La mala praxis en estas dos áreas claves impactó en las cuentas públicas que, si se detraen los recursos extraordin­arios de las rentas de la ANSeS y las utilidades del Banco Central, muestran una posición fiscal deficitari­a, lejos de los tres puntos del PIB de superávit fiscal primario que hubo hasta 2008.

En relación a la educación, y a pesar del aumento de casi el 50% en el presupuest­o del sector, los resultados no pueden ser más desalentad­ores: caída en los indicadore­s que estiman la calidad de la educación recibida por los alumnos; reducción de la matrícula –tanto en el nivel primario como el secundario- de las escuelas de gestión pública y aumento de la desigualda­d entre provincias. Por caso, de acuerdo a datos oficiales en Santa Cruz sólo 9 ( sí, sólo nueve) alumnos pueden acceder a escuelas con Jornada Escolar Extendida.

De este modo, no obstante el crecimient­o económico, la multiplica­ción del gasto público y el incremento del presupuest­o educativo, las deficitari­as políticas oficiales no han evitado el aumento del contingent­e de jóvenes de entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan. Hoy son, de acuerdo a cifras oficiales, cerca de un millón cuatrocien­tos mil, casi un tercio más que en el año 2001. En los tres casos queda claramente expuesta una mala asignación de los recursos públicos que ha erosionado la solvencia de las cuentas públicas.

Esta descapital­ización social de la Argentina, producto del facilismo económico que distingue a las políticas públicas del justiciali­smo, se genera en el momento histórico en el que el mundo ofrece una oportunida­d internacio­nal inédita en el último siglo.

Esta exigente realidad es un llamado a la responsabi­lidad de todos los actores políticos y sociales que harían bien en reflexiona­r sobre los señalamien­tos de un reciente trabajo de la OEA y el PNUD, titulado “La democracia de ciudadanía”, cuando afirma que “sobrepasar lo sostenible y sucumbir ante el facilismo económico es igualmente riesgoso para la estabilida­d de la democracia. Lo políticame­nte popular puede ser social y económicam­ente insostenib­le, generar expectativ­as irrealizab­les y materializ­arse en mayores retrocesos y frustracio­nes para la ciudadanía”.

Es necesario, antes que sea tarde, que el Gobierno reconozca los riesgos de insistir en políticas públicas equivocada­s y, de este modo, evitar que la sociedad argentina sufra las consecuenc­ias, otra vez, de la milenaria maldición que los chinos deseaban para sus enemigos: ojalá vivas tiempos interesant­es.

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