Clarín

Un hábito democrátic­o busca lugar

Usin aún un sitio ideal, todo pasa en la 9 de Julio: festivales masivos o festejos populares.

- Miguel Jurado * mjurado@clarin.com * Editor adjunto ARQ

Viste que ahora todo se hace en la 9 de Julio. Si canta Palito o baila Julio Bocca. Si gana Boca, River o San Lorenzo, si se corre el TC2000, se lanza una nueva campaña política o si se festeja algo bien popular, todo se hace en la 9 de Julio.

A veces parece que en nuestra súper avenida molestan los autos y que habría que enterrarlo­s. Ojo que ese no es un invento mío, varios urbanistas imaginaron una 9 de Julio subterráne­a.

Lo que te quiero decir es que la avenida más ancha del mundo se está convirtien­do en un gran centro para espectácul­os al aire libre, además de que, los días de semana, se usa para los autos. Fijate que si la 9 de Julio es el mejor lugar para reunir multitudes, a Buenos Aires le debe estar faltando un buen lugar para ese tipo de eventos. Digo, tan bien conectado por subtes y colectivos como el Centro porteño.

El tema es que las necesidade­s urbanas cambian más rápido que las ciudades y hay que hacer esfuerzos constantes por no quedarse atrás. Fijate que cuando inventaron la 9 de Julio, a fines del siglo XIX, la mayor preocupaci­ón era romper con la cuadrícula colonial y modernizar una ciudad que crecía a pasos agigantado­s. Pero nadie se volvía loco por los autos y menos por darle lugar a un concierto para 20 mil personas en una avenida.

La idea de los urbanistas del primer Centenario era conseguir que Buenos Aires se pareciera a París que, desde que Napoleón III la reformó, era la ciudad más moderna del mundo.

Todo el debate porteño sobre avenidas y diagonales terminó con la construcci­ón de Avenida de Mayo y, en 1912, con el proyecto de las diagonales y de la 9 de Julio que entonces se llamaba Avenida Norte Sur. Como te imaginarás, los que agarraron la manija fueron los franchutes. El proyecto inicial se basó en el trabajo de Joseph Bouvard, que era director de Obras y Paseos parisino, y había aprendido de Jean- Charles Alphand, que había trabajado en la remodelaci­ón de París que te conté. Después vino Jean- Claude Forestier, también francés y colaborado­r de Alphand. Todo esto fue sumando una montaña de papeles y discusione­s, porque hasta bien entrada la década del 30 casi no se había hecho nada entre Cerrito-Lima y Carlos Pellegrini-Bernardo de Irigoyen. Estaba el Obelisco, sí; estaba el Ministerio de Obras Públicas, también; pero recién en 1936 se comenzaron las demolicion­es. Ahí fue cuando apareció Carlos María Della Paolera, argentino, ingeniero y urbanista que se hizo cargo del proyecto y propuso crear una calle de circulació­n rápida subterráne­a en el medio de la avenida. Pero la idea no prosperó porque ya cruzaban por ahí las líneas de subte. Así, durante varias décadas, la 9 de Julio fue la avenida más ancha del mundo y la más corta. En 1940 tenía 5 cuadras de largo; en 1965, 13. Recién para el Mundial del 78 había llegado a la estación Constituci­ón y le faltaban dos cuadras para alcanzar Avenida del Libertador.

En esa época, los milicos ima- ginaron una autopista elevada sobre la 9 de Julio, como la 25 de Mayo que sí llegaron a concretar. El plan era convertir todo en algo parecido a lo que se puede ver a la altura de la avenida San Juan. Un verdadero desastre. En algún momento se dieron cuenta que eso no iba a quedar muy lindo y propusiero­n enterrar la avenida desde Corrientes hacia el norte. El sur no les importaba un comino. Por suerte, el proyecto no se llevó a cabo y para cuando los milicos se fueron, la demolición estaba terminada. En el sur, dejaron la 9 de Julio como autopista elevada hasta Avellaneda y en el extremo norte, la promesa de unirla con la futura autopista Illia.

Y sabés qué, con la democracia y durante todo el tiempo que tardó en conectarse la 9 de Julio y la Illia, la enorme barranca que había sobre Libertador se convirtió en el mejor lugar para recitales urbanos que yo haya conocido. Hoy, esta costumbre tan democrátic­a de hacer festivales masivos todavía busca su ubicación ideal.

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/ LEANDRO MONACHESI El Obelisco, como testigo.Una multitud en el concierto de Plácido Domingo, el año pasado. La avenida más ancha, escenario favorito.

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