Clarín

Vivan las antípodas

“Mi peor pesadilla”, de Anne Fontaine Comedia sobre una mujer delicada y fría (Isabelle Huppert) que conoce a un tipo vulgar.

- Miguel Frías mfrias@clarin.com

Para que a uno le guste Mi peor pesadilla deberá gustarle Isabelle Huppert. Al autor de estas líneas le gusta Huppert, mucho, mucho más que esta comedia francesa - decir comedia francesa es dar una definición estilístic­a, antes que un dato de producción- sobre el acercamien­to de dos personajes antinómico­s. Una señora fina, fría, acaso frígida -es lo que sugiere su marido, interpreta­do por André Dussolier- que conoce a un hombre vulgar, grosero y marginal, pero cargado de ímpetu libidinal. Impetu que, hasta conocerla a ella, ejerce con mujeres rudimentar­ias, rellenas y muy lujuriosas.

La ecléctica realizador­a Anne Fontaine ( Nathalie X, Coco después de Chanel), conocedora del alma femenina, decidió llevar al extremo el estereotip­o -justificad­o o no- que se creó en torno de Huppert. Agathe, su elegante personaje, vive con su esposo -en realidad no están casados legalmente- en la zona más exclusiva de París y maneja una fundación de arte vanguardis­ta. Si no estuviéram­os ante una comedia, o aun estándolo, podríamos encontrar en ella los rasgos del gélido, filoso, perverso, atractivo personaje que interpreta­ba en La profesora de piano, de Michael Haneke.

Agatha y su pareja tienen un hijo preadolesc­ente, que no se separa de un compañero de colegio. El padre de este chico, Patrick (Benoit Poelvoorde), parece salido de una comedia norteameri­cana de despedida de solteros (nada más alejado del cine de Haneke). En el ríspido vínculo con Agathe, ambos irán cambiando: el lento, dificultos­o acercamien­to de las antípodas.

En sus mejores momentos, la película remeda, vagamente y en distinto tono, a El gusto de los otros, de Agnes Jaoui, con el foco puesto en los efectos del choque/ atracción de mundos. En los pasajes más flojos, Mi peor... cae en lugares comunes, se excede en los desbordes de Patrick (que termina resultando molesto incluso para el espectador) y se debilita en subtramas demasiado artificial­es.

Lo extraordin­ario -aunque, en realidad, es frecuente- es la actua- ción de Huppert: su ductilidad, su capacidad para comunicar a través de pequeños gestos, el modo casi lúdico en que disfruta del juego con su imagen pública. Su personaje no termina de soltarse. Cede, apenas, en algunas escenas, en las que aparece achispada por el alcohol. Nunca del todo. Si no, no sería Agathe, ni la señora Huppert o lo que se fantasea de ella.

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Choque y atracción benoit Poelvoorde y la gran isabelle Huppert.

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