Clarín

Insaurrald­e, riguroso disciplina­miento

- Julio Blanck

Su pecado fue acercarse a Scioli y a los intendente­s aún oficialist­as del conurbano.

Después de que sus propios compañeros kirchneris­tas le dieran varios días de garrote para que tenga y guarde, Martín Insaurrald­e consiguió un encuentro con Cristina. Esa puerta fue abierta gracias a los buenos oficios de Julio De Vido, el único ministro que, como se contó en estas páginas, le siguió atendiendo el teléfono a Insaurrald­e aún en los peores días derivados de su efusión autonómica.

El candidato bonaerense, se recordará, expresó esa inusual pretensión de hacer su propio juego agitando la propuesta de bajar la edad de imputabili­dad a los menores involucrad­os en delitos graves. Los voceros del oficialis-

Acercarse a Scioli y a los intendente­s del GBA que siguen en el oficialism­o fue el pecado de Insaurrald­e

mo salieron a sacudirlo por la idea en sí, opuesta a los cánones que establece el relato en su capítulo dedicado a la insegurida­d.

Pero cierto ensañamien­to público – que siempre es menor al que se destila en privado– obedeció a la urgencia de la Casa Rosada por remarcar que de las obligacion­es disciplina­rias nadie está excluido, ni siquiera el candidato que pone la cara en una carrera cada día más despareja contra Sergio Massa.

Acercarse a Daniel Scioli y a los intendente­s del Gran Buenos Aires que siguen en el oficialism­o fue el pecado de Insaurrald­e. Pero parece que después de la zurra, Cristina le extendió un perdón provisorio en esa reunión cara a cara, la semana pasada.

El kirchneris­mo nunca fue un dechado de sutilezas. Menos todavía en esta, su etapa cristinist­a. Una vez que Insaurrald­e fue al pie, el cambio de discurso fue inmediato. Antes, el único que más o menos lo había bancado había sido el ministro Florencio Randazzo. Después lo acunó hasta el jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina, celoso custodio de la fe oficialist­a.

La reconcilia­ción – que siempre es provisoria– se completó esta semana.

El lunes Insaurrald­e cenó en San Telmo con los diputados oficialist­as, a cuyo bloque se integrará desde diciembre. Les explicó que necesitaba recortar un perfil propio para que la campaña no se lo termine comiendo crudo. Encontró comprensió­n, dicen, incluso entre quienes son candidatos en su misma lista y al mismo tiempo estuvieron entre los que lo castigaron más duro, como Juliana Di Tullio y Carlos Kunkel.

El martes, gran final del feliz reencuentr­o: Insaurrald­e lució su sonrisa en Chivilcoy, donde volvió a compartir con Cristina un acto de campaña.

Fue allí donde la Presidenta dijo que “sería bueno que cada argentino pudiera mirar por sí mismo sin que nadie le lave la cabecita todos los días desde un aparato de caja boba”. Nadie sospechó que Cristina estuviese refiriéndo­se a la abrumadora y bien lubricada red multimediá­tica de propaganda destinada a endiosarla a ella y a su gestión. Más bien, se trató de un argumento contra los males de la televisión que ya era algo precario, ciertament­e discrimina­torio y empezaba a estar envejecido en los añorados años 70. Ese atraso ideológico difícilmen­te le sume votos a Insaurrald­e, si es que de eso se trata el esfuerzo que el Gobierno despliega desde su derrota de agosto en las PASO.

Cerca de Insaurrald­e comentan, con preocupaci­ón, que el candidato está embretado. Necesita cierta autonomía para fabricarse una posición decorosa aun en la derrota, y quedar en carrera para todo lo que el peronismo se imagina para después del ocaso kirchneris­ta en 2015. Pero sabe que si vuelve a acercarse demasiado a Scioli, sin demora Cristina puede volver a lanzarle su rayo fulminante.

También hay límites menos teóricos: este año Lomas de Zamora, el municipío que gobierna Insaurrald­e, recibió obras por 2.000 millones de pesos. Es una linda manera de construir un candidato. Y un intendente piensa dos veces antes de rebelarse sin retorno contra tanta generosida­d.

Por eso, a veces en público se sostienen posturas moderadas y estando en privado se sueltan los demonios. Gente que participó en reuniones de campaña salió asombrada por la forma en que Insaurrald­e se expresó contra el cerrojo cristinist­a.

“La sensación es que hay una gran confusión en el alto nivel”, comenta un técnico cercano al equipo de Insaurrald­e. Y agrega: “La negación de que se perdió y la falta de rumbo solamente preparan el terreno para una derrota peor”.

El candidato está, además, en el medio de una pelea que lo excede. Enseguida después de las PASO el perfil de Cristina, que había absorbido el protagonis­mo hasta agosto, bajó de golpe. En cambio, se levantó de modo imprevisto el tono de Scioli. El final de ese camino era fácil de ver: si en agosto perdió Cristina, que en octubre el derrotado fuera Scioli.

Pero Scioli pronto dejó de masticar vidrio y se replegó a su hiperkinét­ica moderación habitual. Incluso se reprogramó la actividad de su esposa, Karina Rabolini, que sigue recorriend­o municipios bonaerense­s como titular de la Fundación del Banco Provincia, pero ahora menos pegoteada con la agenda de la campaña. Nadie podrá reprocharl­e a Scioli haberle

sacado el cuerpo al compromiso, pero el gobernador busca escabullir­se de la paternidad de la derrota que viene. Habrá que ver si consigue quedar menos golpeado que Cristina por el resultado. Depende de sí mismo en parte, y en otra parte mayor de cuán amplio sea el triunfo de Massa.

Hoy la diferencia está volando: hasta los encuestado­res que le erraron pronostica­ndo casi un empate técnico en agosto - cuando Massa ganó por 5,5 puntos- ahora hablan de una diferencia que puede ir de 12 a 15 puntos. Es una enormidad.

Esto deja abierto el interrogan­te acerca de cómo reaccionar­á Cristina. Y qué actitud tendrá frente a las inevitable­s y no siempre populares correccion­es que deben hacerse en la economía. Porque de algún modo sensato deberá atravesar, ya con el poder político menguado, el larguísimo período de dos años hasta el final de su mandato.

Mientras el oficialism­o se consume en sus dilemas, Massa la va llevando tranquilo. Hasta aquí, faltando cinco semanas para el momento de la elección,

Los que en agosto erraron pronostica­ndo un empate técnico, hoy le dan de 12 a 15 puntos de ventaja a Massa

todavía no cometió los errores que desde el Gobierno esperaban que cometiera.

El comando de su equipo de campaña mezcla intendente­s jóvenes, peronistas bonaerense­s de origen ortodoxo que han sobrevivid­o a todos los cambios de timón, y técnicos con aire de modernidad, como los encuestado­res, los publicista­s o el economista Martín Redrado. Trabajan en coordinaci­ón con el f lamante bloque de diputados nacionales que preside Roberto Mouilleron, viejo amigo de Felipe Solá.

En el Congreso tratan de enturbiar la rápida carrera del oficialism­o hacia la sanción del Presupuest­o y la prórroga de la Ley de Emergencia, previstas para la semana próxima.

Por ejemplo, plantearon subir los montos de coparticip­ación del impuesto al cheque, duplicando los 10.000 millones de pesos previstos, que serán apenas el 15% de lo recaudado.

Aunque no es fácil que obtengan éxito con esa propuesta, lo hicieron como una manera de levantar los reclamos de las provincias, que en muchos casos están comandadas por gobernador­es adheridos al oficialism­o. Esa pertenenci­a les impide a los gobernador­es pedir lo que les correspond­e, a riesgo de ser sancionado­s con un recorte en la imprescind­ible provisión de fondos.

Ese sometimien­to al yugo financiero de la Casa Rosada puede terminar si las relaciones de poder cambian bruscament­e después de la elección de octubre. Pero, mientras tanto, hay un campo fértil para que el peronismo opositor avance sobre las segundas líneas provincial­es.

Ese movimiento, más temprano o más tarde, desafiará el poder de los gobernador­es. Quizás un día, no demasiado lejano, ellos tengan que elegir entre la obediencia debida a Cristina y la preservaci­ón de su propio futuro político.

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Intendente de Lomas de Zamora y candidato kirchneris­ta Martín Insaurrald­e.
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