Clarín

“Queda en el aire la tristeza del pueblo cordobés”

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En sus llamas lleva envueltos sueños hechos realidad, sueños por cumplir, expectativ­as…, lleva envueltas en sus llamas miles de historias. Arrasa con todo lo que vive en el campo y con todo lo que se espera en él. Miles de animales buscan dónde protegerse. En sus llamas lleva envueltos sueños hechos realidad, sueños por cumplir, expectativ­as…, lleva envueltas en sus llamas miles de historias. Arrasa con todo lo que vive en el campo y con todo lo que se espera en él. Miles de animales buscan dónde protegerse y luego se dan cuenta de que ya es demasiado tarde, pues es muy difícil ser más rápido que el fuego, aunque siguen luchando por escapar. Miles de árboles y especies mueren de pie.

Cantidad de personas observan hacerse cenizas sus hogares o trabajos. Muchos niños guardando en las mochilas sus juguetes y teniendo sus mascotas cerca por miedo a tener que dejar la casa y que al volver, sus tesoros ya no estén. Los vientos cambian a su antojo y hacen del incendio un infierno. Para quien lo vive y para quien lo observa, la emoción es la misma ... angustia, impotencia, tristeza. En situacione­s como las vividas en las sierras cordobesas se nota el compañeris­mo entre todos, bomberos y civiles voluntario­s. Se hace claro el fin sin nombrar palabras… “tenemos que combatir el fuego, no podemos dejarlo avanzar, hagamos lo imposible”. Los rostros cansados de todos los que participan, los cuerpos destruidos por hacer lo inimaginab­le para seguir de pie, las mujeres en sus casas o refugios angustiada­s por no saber cuándo terminará y si sus hombres están bien. Los niños a su manera aguantando la tristeza, y aún así intentando colaborar. Sólo Dios sabe qué pasa por el corazón de esas personas realmente, pues todas, a pesar de las pérdidas, deben volver a empezar.

Puedo asegurar que después de lo que se vivió en este desastre provocado por el hombre, por negligenci­a o con intención, muchos ya no seremos los mismos, pues el mensaje más visible que se grabó en muchos corazones es cuidar con ahínco nuestro suelo, y el invisible es que sólo podemos hacerlo mediante el amor hacia él. Amar el planeta es ser responsabl­es por lo que hacemos con él, respetar sus leyes y entender de una vez por todas que no somos sus dueños, sino sus huéspedes. Hoy queda en el aire la tristeza de un pueblo y la fortaleza para reconstrui­r lo que se pueda, y aceptar lo que ya no se puede recuperar, pues quedó enterrado en las cenizas.

Quiera Dios perdonar algún día lo que el hombre no es capaz de cuidar. Y tome el hombre conciencia sobre la irresponsa­bilidad de sus actos. Mirar qué hace cada uno desde su lugar para cuidar nuestra Tierra, es aún una tarea pendiente de todos nosotros.

María Elena Arcieri

EL DURAZNO, VILLA YACANTO DE CALAMUCHIT­A

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