Clarín

El suicidio de los famosos: imán y también dilema para los medios

El caso de Lily Sullos y su hermano repone el necesario debate sobre la cobertura mediática de la muerte violenta.

- Miguel Wiñazki mwinazky@clarin.com

Cuando los personajes son públicos, su muerte no es privada. Siempre es noticia. El final de la pitonisa Lily Sullos y de su hér-mano científico replanteó los dilemas. ¿ Qué hacen los medios con la muerte? ¿ Cómo accionar frente al homicidio y el suicidio?

La disyuntiva no es nueva y está alimentada de casos diversos.

Daniel Mendoza se suicidó en 1992. Era un periodista famoso. Se mató tras la ruptura sentimenta­l con la hermosa Andrea Frigerio. Fue una fiesta - oscura, pero cautivante- para millones de televident­es, radioescuc­has y lectores. En 2004, cuando el locutor Juan Castro se arrojó al vacío los medios y las audiencias ingresaron en una fase de ebullición hirviente. Se deslizaron mil teorías, hubo filtracion­es de correos privados y una danza permanente en derredor de la tragedia.

Ante cámaras, en 2008 El Malevo Ferreyra se disparó en la cabeza y se quitó la vida. Las imágenes del suicidio las vió el país. Por televisión y también a través de You Tu- be. Mario “Malevo” Ferreyra era un ex policía represor. Convirtió su muerte en un espectácul­o. ¿Había que censurar las transmisio­nes de las imágenes.?

Es un caso diferente, pero parecido en un punto: en 2011, la BBC transmitió el suicidio, en rigor fue un caso de muerte decidida y asistida, de un empresario que eligió la muerte digna. Mientras lo filmaban, tomó una pócima que lo sacó en segundos de éste mundo.

Impresiona. Las imágenes son lúgubres y serenas. Pero en un momento, cuando la muerte llega, una fibra íntima conmueve a cualquier espectador normal. La muerte no es nunca banal. Hay decenas de casos de suicidios emitidos masivament­e. Hace muy poco, en las Cataratas del Iguazú una mujer se desvío de la senda tursí-tica, se sentó al borde de las aguas turbulenta­s y se fue y para siempre. Una cámara casual tomó la escena desesperan­te. Fue un suicidio en vivo, si cabe la extraña paradoja. Se puede ver en You Tube.

Cuando se suicidó Alfredo Yabrán, el instigador del crimen del fotógrafo José Luis Cabezas, los medios dieron la noticia y luego algunos fueron más lejos exhibiendo hipótesis alocadas que lo hacían a Yabran vivo y feliz y no suicidado y repudidado.

El suicidio y la imaginació­n son pares inescindib­les. El imaginario pudo más que la evidencia y la evidencia se borroneó tras la superstici­ón popular.

Antes de los medios, el suicidio se encubría. La religión católica lo ha considerad­o pecado mortal, y los suicidas se escondían. Los responsos, si los había, eran secretos, piadosos y furtivos.

Hoy ,con el suicidio de los personajes públicos ocurre lo inverso.

El teatro periodísti­co no puede soslayarlo­s.

Ver la muerte es tal vez el más profundo de los deseos, ver la muerte en vivo. Y a la vez eso es un tabú. Pero todos lo transgrede­n. Lily Sullos y su hermano Luis lograron su último suceso mediático. Tal vez el más grande de la pitonisa y el científico exótico.

El éxito estaba asegurado: se mataron.

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Final. Lily Sullos y su hermano Luis. La astróloga famosa y él, un científico sombrío, sellaron un pacto para morir.
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