De Galicia, con sabores y recetas
Dejó todo para venir. Su hijo continúa con el legado familiar de la pasión por la cocina.
Soy Margarita Cuadrado López. Nací en el pueblo de Valle de Oro, en la hermosa Galicia, el 20 de julio de 1931. Me fui a vivir a la Coruña con 7 años; mi abuelo materno tenía una de las confiterías más importantes de Valle de Oro, y quién sabe cómo, empecé a ayudarlo cuando lo iba a visitar: rellenaba los diferentes canutillos, ponía azúcar aquí y allá. Con el tiempo, me enamoré y me casé con José, de La Coruña.
Nos fuimos a vivir a Madrid; en ese momento mis padres, Benigno y Clementina, junto con mis hermanos, José Ricardo y Rafael, se vinieron para Buenos Aires. Creo que ahí empezó mi historia con la Argentina y mi gran conexión con Buenos Aires: yo los venía a visitar todos los años, en barco, un viaje largo y emocionante que tomaba 15 días: una gran aventura para una mujer sola. Lo hice durante diez años, cada vez más prendada de Buenos Aires y con gran dificultad para irme, llevándome en el recuerdo los sabores, las palabras, la forma tan simpática de hablar de los porteños.
Se me despertó una nueva morriña (añoranza, en gallego) por la ciudad lejana donde reinaba el Río de la Plata. Esta pena pudo más que mi matrimonio: dejé todo y me vine con mi familia, a vivir con mis padres y mis hermanos.
Al poco tiempo conocí a un hombre fascinante, el doctor Jack Azulay, hijo de marroquíes. Nos enamoramos como adolescentes y en 1968 nació mi hijo Patricio. Yo quería educar su paladar, por eso desde niño le daba de comer muchos platos de mi tierra natal, para enseñarle a conocer sus orígenes a través de la cocina. Le hacía pucheros, tortillas, paellas y una infinidad de platos más. Luego le hacía torrejas y le contaba historias de su bisabuelo, el confitero. A Pa- tricio todo le parecía emocionante: cerraba los ojitos como si pudiera estar ahí, en esa confitería llena de exquisiteces, ayudando él también al bisabuelo. Yo creo que así se le despertó la vocación y el amor por la cocina ibérica. Si el bisabuelo pudiera verlo ahora, estaría más que orgulloso de este hombre que fundó su propia empresa alrededor de la buena comida: Patricio Azulay es un nombre reconocido y respetado dentro de la gastronomía argentina. A su trabajo le pone el mismo amor que le enseñamos.
Patricio viajó a España cuando cumplió sus dieciocho años para conocer la tierra familiar y la confitería; trabajó diez años en restaurantes y con grandes cocineros de allá y adoptó la cocina como medio de vida. De regreso en Buenos Aires, le sigue transmitiendo a sus hijos, mis nietos, el valor de trabajar en lo que le apasiona: es uno de los mejores regalos que se pueden encontrar en esta vida. Pienso que ahora, que ya soy mayor, se invirtieron los roles y es él quien me da de comer y me cuenta sus historias.
Así, con pasión, me enamoré de Buenos Aires, en un arranque irrefrenable por el que dejé un matrimonio y vine a caminar por el empedrado, por mi barrio de la Recoleta, que tanto adoro, a tararear la música rioplatense, a conocer al amor de mi vida y fundar acá mi propia vida, fascinada por la magia de la comida, un don familiar que llevamos todos en el alma.