Primero, reconstruir una cultura del respeto
Las fuerzas de la oposición deben avanzar en el camino de ir construyendo consensos firmes. No sólo frente a quienes defienden o justifican una república autoritaria y con justicia subordinada, sino para estar en condiciones de gobernar y devolver segurid
Las fuerzas de la oposición deben avanzar en el camino de los consensos firmes.
Si auscultáramos el estado de la opinión ciudadana e incluyéramos en la consulta a miembros del propio oficialismo, surgiría que todos, en mayor o menor medida, están más que preocupados por el estado de cosas actual y con una importante dosis de incertidumbre acerca del futuro.
Es que enfrentamos una situación compleja. El Gobierno nos entrega una sociedad dividida en facciones: acicateando a sus militantes, hombres cercanos al Gobierno como Luis D’Elía, no hacen otra cosa que repetir, en brutales palabras, los conceptos que, con una retórica más académica, despliega otro filósofo cercano al Gobierno como Ernesto Laclau.
Así, jóvenes a quienes se les ha contado una historia de muerte y violencia, parcial y omisiva, llegan a la conclusión de que el acatamiento al orden jurídico y recurrir o no a la aplicación eventual de la violencia depende solamente del grado de subordinación que se tenga con la ideología que se sustenta.
La historia oficial que recibe parte de nuestra juventud es que debe distinguirse, entre quienes secuestraron y mataron en plena democracia, según en nombre de quién lo hicieron: para algunos será todo honor, toda gloria y toda recompensa y para otros el repudio, la condena y la cárcel.
Lo que se está destruyendo en la Argentina es una cultura, la cultura del respeto por el orden jurídico como instrumento insustituible que regula nuestra convivencia y el repudio a la violencia ejercida en democracia venga de donde venga.
La cultura que reemplaza en política la figura del adversario al que hay que convencer por la del enemigo al que hay que destruir.
La diferenciación política debe pasar, no entre peronistas y no peronistas, sino entre aquellos que entendemos que solamente vamos a construir una sociedad más igualitaria y solidaria si vivimos dentro de una república democrática, respetuosa del derecho de todos, y aquellos otros que creen que ese objetivo lo vamos a lograr con una república autoritaria, con justicia subordinada, parlamento formal, periodistas y medios de comunicación controlados, fuerzas armadas al servicio del Gobierno y un Poder Ejecutivo intolerante que se ocupa de denunciar como destituyente a toda persona, institución o empresa que se le ocurra criticar a uno de sus actos.
Todo ello, más una crisis so- cioeconómica de envergadura, hace que tengamos que colocar nuestros esfuerzos no sólo en derrotar al oficialismo en las próximas elecciones del 2015, sino también en constituir una masa crítica lo suficientemente sólida que le dé al Gobierno la fuerza y la legitimidad suficientes como para encarar las políticas que se van a implementar dentro de una sociedad en la cual la crisis cultural, social y económica la torna muy difícil de gobernar.
Actualmente, se están dando expresiones alentadoras por parte de actores políticos de envergadura que permiten sostener la esperanza de que se está avanzando en el camino de ir construyendo los consensos, que serán los fundamentos necesarios para formar esa masa crítica de apoyo para construir gobernabilidad.
Me refiero a la convocatoria que ha realizado Sergio Massa para rediscutir un presupuesto nacional que nació irreal y ha devenido absurdo, y la que ha realizado Ernesto Sanz para discutir, también dentro del ámbito parlamentario, un tema fundamental como es la lucha contra la inflación, de manera que ella no sea pagada por los que menos tienen como ha sido casi una tradición en nuestro medio.
Debemos continuar con estas iniciativas, consensuar una agenda de cuestiones sustantivas y convocar, sin prejuicios que excluyan a priori, a discutir políticas en cuestiones tales como recuperar el abastecimiento energético, mejorar el nivel de educación, devolver la seguridad al ciudadano, mejorar nuestro sistema de salud, luchar eficazmente contra la corrupción y el narcotráfico y reconstruir nuestro sistema de defensa, hoy inexistente.
El camino está iniciado. Es legítimo que todo aquel que se sienta con capacidad y disposición para gobernar se haga conocer junto con sus propuestas, pero es insoslayable que, al mismo tiempo y por este camino, se esté trabajando en la búsqueda de los consensos que le permitan a quien resulte electo poseer la gobernabilidad necesaria para llevarlos a la práctica y sacar a nuestra Patria de la profunda crisis en que se halla sumergida.