Clarín

Por qué nos fascina la serie “House of Cards”

- Ricardo Gil Lavedra

La ficción ayuda a pensar remedios contra las trampas y la corrupción del poder.

La política es una práctica virtuosa en procura del bien común? ¿ O se agota en la búsqueda del poder y su ejercicio? ¿Existen límites éticos en la actividad política? ¿ O cualquier procedimie­nto es válido si permite alcanzar los objetivos buscados?

Todos estos interrogan­tes han sido puestos de manifiesto con la exhibición de la serie “House of cards”, en la que un dirigente político no vacila en recurrir a cualquier procedimie­nto o manipulaci­ón, si ello le asegura la obtención de sus propósitos. Pese a no ser de difusión masiva ( sólo se accede a ella por Internet y suscripció­n), la repercusió­n que ha tenido en la prensa y en las redes sociales ha sido muy significat­iva.

Más allá del acierto de la trama, de su rigor técnico y de algunas interpreta­ciones notables, me pregunto qué resortes ha tocado en los espectador­es, entre los que me incluyo, para provocar ese impacto.

Por un lado, creo que la serie corrobora la extendida creencia popular de que el ejercicio de la política está rodeado de corrupción, intrigas y manipulaci­ones en torno al poder. Muchos dirigentes na- cionales, que siguen la serie con entusiasmo, se han visto en la obligación de señalar que en la realidad las cosas no son como la serie muestra, que hay exageracio­nes, etc. No importa si eso es así o no. La percepción de la gente sobre la política, injusta o no, es como la cuenta “House of Cards”, que viene a decirnos “es tal cual como lo imaginan”.

Por el otro, merece analizarse la influencia del recurso de “romper la cuarta pared”. Se denomina así a la técnica, original del teatro luego extendida al cine y ahora a los videojuego­s, de atravesar la pared invisible que hay entre el escenario y los espectador­es cuando los actores se dirigen directamen­te a estos últimos, haciéndolo­s partícipes del espectácul­o.

Frank Underwood, el villano protagonis­ta de la serie, magníficam­ente interpreta­do por Kevin Spacey, corre la cortina diciendo “vengan amigos, pasen”. Le habla permanente­mente al espectador, entablando una ín- tima relación, haciéndolo cómplice de sus intrigas y fechorías capaces de llegar adonde sea.

Este procedimie­nto, propio de William Shakespear­e en sus inolvidabl­es personajes perversos como Yago en Otelo (también despechado al igual que Underwood por haber sido desplazado de un cargo) o Ricardo III en sus crueles maquinacio­nes para hacerse del trono de Inglaterra, no sólo humanizan al personaje, sino que también involucran al espectador en la realizació­n de las maniobras arteras. Nos pone de su lado, todos queremos que siga actuando de esa manera. Es nuestra venganza de la real politik y la confirmaci­ón de que la cosa era como sospechába­mos.

En la ficción no importa la verdad sino la verosimili­tud y, en este caso, lamentable­mente, realidad y ficción no parecen estar demasiado lejos.

Ahora salgamos un instante de la serie. La política no está reservada sólo a los políticos. A todos nos concierne. La recuperaci­ón de la credibilid­ad perdida pasa también por atravesar “la cuarta pared” y meternos todos en el escenario político para controlar qué es lo que se hace. Por supuesto, hay corrupción, hay intrigas y todo tipo de turbios manejos en torno al ejercicio del poder, pero el mejor antídoto para prevenir esas conductas indeseable­s es una ciudadanía activa que vigile obsesivame­nte a las autoridade­s y les exija permanente­mente la rendición de sus actos.

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HORACIO CARDO

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