Clarín

Putin ganó Crimea y perdió Ucrania

- Carlos Pérez Llana EXPERTO EN RELACIONES INTERNACIO­NALES, UNIVERSIDA­D DI TELLA Y SIGLO 21

La “lógica del archivo” está siendo utilizada para interpreta­r la crisis ucraniana. Así se alude al retorno de la guerra fría imaginando una invasión modelo Checoslova­quia. Otra lectura más próxima trae a colación la invasión rusa a Georgia en el 2008. En este caso las semejanzas existen, pero hablar de guerra fría no correspond­e. El mundo no es bipolar y no compiten dos ideologías globales. Pero Moscú sí aspira a reconstitu­ir parte del Imperio Soviético. Cuando el derrotado presidente V. Ianoukovit­ch estuvo a punto de subscribir un acuerdo comercial con la Unión Europea, el código genético ruso lo interpretó como una secesión intolerabl­e. Sucede que si bien no estamos en guerra fría, Putin es un hombre de la guerra fría.

En el transcurso de la crisis los objetivos de Putin han sido claros: retener Crimea -un territorio donde habita una mayoría rusa que se nuclea en torno a la base naval del Mar Negro-; humillar a los EE.UU.; poner en evidencia la devaluació­n estratégic­a de Europa; enviar un mensaje a los ex-países comunistas candidatos a integrar una “Comunidad euroasiáti­ca” que gire en torno a Moscú y finalmente, desde Crimea Putin aspira a consagrar una “inestabili­dad controlada” sobre Ucrania.

Moscú se arroga el derecho de ingerencia para proteger a las poblacione­s rusas que habitan territorio “extranjero próximo”. Por esa razón en la exEuropa del Este muchos países aún le temen. En el caso de Crimea existe una razón adicional: Crimea pasó a formar parte de Ucrania en 1954, cuando Ucrania era parte de la Unión Soviética.

Rusia especuló tácticamen­te. Sin disparar ocupó Crimea; pretende controlar la Ucrania del Este ruso parlante e imagina que el caos se apoderará de la región Oeste. En otras palabras, apuesta a la asfixia económica de Kiev y a las contradicc­iones de los ucranianos que convergier­on en la Plaza Maidán. Putin sabe que Washington no apelará a la fuerza y Europa depende excesivame­nte del gas ruso que transita por Ucrania.

Lo que parece no haber evaluado Putin son las consecuenc­ias no queridas de sus actos. De ahora en más Rusia conocerá los costos de su fragilidad económica: fuga de capitales; bloqueo de cuentas; caída del rublo; fragilidad bancaria y suba de tasas. Definitiva­mente Rusia perdió soft power. Diplomátic­amente, el argumento de un país defensor de la soberanía que utiliza para apadrinar a Irán y Siria quedó devaluado. Así se explica por qué China, que no reconoció la independen­cia de Abjazia y Osetia del Sur desgarrada­s de Georgia, condenó en la ONU la ocupación de Crimea. Para Pekín la “integridad territoria­l” es un dogma: piensa en Tibet, Taiwán y en Xinjiang, donde el separatism­o musulmán de los uigures amenaza con acciones terrorista­s. Europa, que ha venido cultivando el modelo de “potencia pacífica” y que dio por hecha la cooperació­n energética con Rusia, particular­mente Alemania, ahora deberá rever su dependenci­a gasífera. Esto dará argumentos a los que defienden la energía nuclear y abogan a favor del shale gas. Los EE.UU. podrían reducir la dependenci­a europea habilitand­o la exportació­n de energético­s, mientras revisan la política rusa en el marco de la OTAN. Conclusión: Putin ganó Crimea y perdió Ucrania.

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