Putin ganó Crimea y perdió Ucrania
La “lógica del archivo” está siendo utilizada para interpretar la crisis ucraniana. Así se alude al retorno de la guerra fría imaginando una invasión modelo Checoslovaquia. Otra lectura más próxima trae a colación la invasión rusa a Georgia en el 2008. En este caso las semejanzas existen, pero hablar de guerra fría no corresponde. El mundo no es bipolar y no compiten dos ideologías globales. Pero Moscú sí aspira a reconstituir parte del Imperio Soviético. Cuando el derrotado presidente V. Ianoukovitch estuvo a punto de subscribir un acuerdo comercial con la Unión Europea, el código genético ruso lo interpretó como una secesión intolerable. Sucede que si bien no estamos en guerra fría, Putin es un hombre de la guerra fría.
En el transcurso de la crisis los objetivos de Putin han sido claros: retener Crimea -un territorio donde habita una mayoría rusa que se nuclea en torno a la base naval del Mar Negro-; humillar a los EE.UU.; poner en evidencia la devaluación estratégica de Europa; enviar un mensaje a los ex-países comunistas candidatos a integrar una “Comunidad euroasiática” que gire en torno a Moscú y finalmente, desde Crimea Putin aspira a consagrar una “inestabilidad controlada” sobre Ucrania.
Moscú se arroga el derecho de ingerencia para proteger a las poblaciones rusas que habitan territorio “extranjero próximo”. Por esa razón en la exEuropa del Este muchos países aún le temen. En el caso de Crimea existe una razón adicional: Crimea pasó a formar parte de Ucrania en 1954, cuando Ucrania era parte de la Unión Soviética.
Rusia especuló tácticamente. Sin disparar ocupó Crimea; pretende controlar la Ucrania del Este ruso parlante e imagina que el caos se apoderará de la región Oeste. En otras palabras, apuesta a la asfixia económica de Kiev y a las contradicciones de los ucranianos que convergieron en la Plaza Maidán. Putin sabe que Washington no apelará a la fuerza y Europa depende excesivamente del gas ruso que transita por Ucrania.
Lo que parece no haber evaluado Putin son las consecuencias no queridas de sus actos. De ahora en más Rusia conocerá los costos de su fragilidad económica: fuga de capitales; bloqueo de cuentas; caída del rublo; fragilidad bancaria y suba de tasas. Definitivamente Rusia perdió soft power. Diplomáticamente, el argumento de un país defensor de la soberanía que utiliza para apadrinar a Irán y Siria quedó devaluado. Así se explica por qué China, que no reconoció la independencia de Abjazia y Osetia del Sur desgarradas de Georgia, condenó en la ONU la ocupación de Crimea. Para Pekín la “integridad territorial” es un dogma: piensa en Tibet, Taiwán y en Xinjiang, donde el separatismo musulmán de los uigures amenaza con acciones terroristas. Europa, que ha venido cultivando el modelo de “potencia pacífica” y que dio por hecha la cooperación energética con Rusia, particularmente Alemania, ahora deberá rever su dependencia gasífera. Esto dará argumentos a los que defienden la energía nuclear y abogan a favor del shale gas. Los EE.UU. podrían reducir la dependencia europea habilitando la exportación de energéticos, mientras revisan la política rusa en el marco de la OTAN. Conclusión: Putin ganó Crimea y perdió Ucrania.