Clarín

Transición y economía, un matrimonio difícil

- Julio Blanck jblanck@ clarin.com

Cuentan que en noviembre, cuando visitó Madrid después de ganar la elección parlamenta­ria, Sergio Massa quedó pasmado al escuchar una definición de Felipe González. “Nunca ha habido tanta distancia entre la Argentina que puede ser y la que es”, dijo, en una reunión privada, el socialista que gobernó España durante trece años y medio, ahora devenido en formidable gestor de negocios.

Esas palabras pueden aproximar una dimensión de la tarea que le espera a quien vaya a suceder a Cristina; tanto como lo afirmado recienteme­nte en un artículo de The New York Times, nombrando a la Argentina como “un caso único de un país que completó la transición al subdesarro­llo”.

Pero para que se encumbre el sucesor de Cristina faltan 21 meses. Y en el mientras tanto, que es el mundo real en el que todos vivimos, la Presidenta y su gobierno lograron construirs­e un breve remanso esquivando los pronóstico­s de apocalipsi­s que intoxicaro­n buena parte del verano.

La economía no se recuperó, no se controló la inf lación, ni se recreó la confianza para atraer inversione­s. Pero al menos se controló la caída. Llevamos un mes de lo que bien se definió como “paz cambiaria”, tras la muy fuerte devaluació­n de enero. Y con el dólar allá arriba; con la trepada de las tasas de interés y el arreglo de un pago multimillo­nario a Repsol por el arrebato de YPF, se entró en cierta deriva previsible. No es poco, para estar como estábamos.

Que la receta aplicada sea de pura ortodoxia –y habrá más de lo mismo– resulta una cuestión menor en el debe y haber del Gobierno. El asunto era apagar el fuego principal. Para controlar la

El Gobierno puede estar en camino de edificarse una transición poco heroica pero menos tambaleant­e

fogata de la contradicc­ión con tanto discurso “progre” están los bomberos del relato, derramando sus chorros sobre la desmadejad­a grey ansiosa de mantener su fe.

La Presidenta había reforzado el relato con reproches y diatribas justo cuando se tomaban las medidas económicas de manual. Pero el sábado pasado, en su mensaje ante el Congreso, giró hacia un tono más componedor. Aquellas medidas y estas palabras son propias de un Gobierno que tiene fecha de vencimient­o, que perdió la mayoría electoral sobre la que había montado su pretensión de perpetuar la hegemonía y que, para colmo, no tiene un candidato a la sucesión que exprese su sistema cerrado de ideas y sea mínimament­e competitiv­o.

Así, el Gobierno puede estar en ca- mino de edificarse una transición poco heroica pero menos tambaleant­e de lo que se presumía hace pocas semanas. A menos, claro, que la inf lación no pueda ser controlada; que el clima social se deteriore porque los sindicatos se resistan a aceptar que un gobierno en ruta de salida les imponga una pérdida de poder del salario; o que la reedición de gruesos errores propios vuelva a poner a la administra­ción kirchneris­ta frente a obstáculos mayúsculos.

En este escenario cambiante e incierto, la política ensaya sus juegos. Después del Mundial de Fútbol, en apenas cinco meses, comenzará la carrera más despiadada. En 2015 saldrán a disputa la Presidenci­a, las gobernacio­nes y las intendenci­as. Es Poder Ejecutivo, de arriba a abajo. Gestión y chequera. Frente a tamaña tentación, ni el músculo duerme ni la ambición descansa.

De hecho, la calma relativa de estas semanas reposicion­ó a Daniel Scioli. El gobernador eligió adherir su suerte a la de Cristina y el Gobierno. O no pudo ele- gir otra cosa. El efecto es el mismo: si el camino de salida es transitado con cierto orden y un deterioro controlado, sus posibilida­des van a seguir creciendo.

El juego exasperant­e de Scioli haciendo kirchneris­mo al mismo tiempo que se diferencia del kirchneris­mo – eso exactament­e hizo el miércoles al hablar ante la Legislatur­a bonaerense– saca de quicio a políticos y opinadores. Pero con las encuestas en la mano, es evidente que hasta ahora a él le resulta más que productivo.

Hay dos datos reveladore­s sobre Scioli que, curiosamen­te, surgen de los constantes estudios de opinión que realiza el PRO de Mauricio Macri.

Uno: las deficienci­as de la gestión bonaerense no recaerían sobre el gobernador, porque la gente percibe que los que gobiernan la Provincia son la Presidenta y los intendente­s. De tal modo, el continuo hostigamie­nto oficial terminaría de algún modo curioso beneficián­dolo.

Dos: a Scioli se le reconocen “coherencia” y “lealtad” y eso lo pone en situación de sacar más provecho que otros de un eventual voto que busque preservar la continuida­d de lo bueno de estos años, y ése es el límite que tendrían otras candidatur­as que pretendan expresar una subordinac­ión militante a Cristina.

En cambio, la hipótesis de crisis y más desgaste como escenario de la transición favorece a Massa, que marcha al frente en casi todas las encuestas sobre intención de voto presidenci­al. Y que está mostrando habilidad para mantenerse en el centro de la escena aunque su lugar institucio­nal, como diputado, es relativame­nte débil.

El ejemplo más reciente es su reacción ante el anteproyec­to de reforma del Código Penal, al que se opuso frontalmen­te desde el principio más allá de las debilidade­s técnicas de algunos de sus planteos. Massa se puso al hombro lo que él llama “la agenda de la gente” y alertó sobre la posible disminució­n de penas para robos, narcotráfi­co y trata de personas. Cuando otros opositores sintonizar­on esa onda ya les había sacado varios cuerpos de ventaja.

Mauricio Macri, en tanto, avizora mejor desempeño electoral si las dificultad­es y abusos del Gobierno crecen tanto que terminen empujando a la sociedad hacia una fatiga de peronismo. Eso podría favorecer el cambio de signo partidario en el poder.

En las encuestas Macri todavía está atrás y su construcci­ón política tiene tiempos largos. En ese camino, apunta a mostrarse defensor del orden institucio­nal. Se presta al diálogo con el Gobierno sobre cuestiones de gestión, reclama acuerdos estructura­les sobre insegurida­d y narcotráfi­co, y rechaza la reforma al Código Penal “sin hacer demagogia ni caer en la tentación de la mano dura”, según explican sus allegados. Hay que decir que Macri tiene una ventaja sobre Massa: no necesita diferencia­rse del kirchneris­mo porque siempre fue diferente.

La coalición potencial de radicales, socialista­s y otras fuerzas, donde conviven personalid­ades como Binner, Sanz, Cobos, Carrió, Solanas y Stolbizer, todavía exhibe demasiadas diferencia­s internas de forma y de fondo. Tendrá que suturárlas de modo convincent­e para que una franja del electorado los perciba como

La caída de la economía ya empieza a pegar directamen­te sobre las economías familiares

alternativ­a de poder. Esa es la tarea inmediata que se proponen.

Todo transcurre bajo cierta precarieda­d política y social. La gestión de Cristina es desaprobad­a por el 67,5% de la población, según una encuesta nacional de Management & Fit publicada esta semana por Clarín. Y los mismos estudios del macrismo que reconocen ventajas comparativ­as de Scioli, muestran que la preocupaci­ón creciente sobre el rumbo del país se vincula a que la caída de la economía ya empieza a pegar directamen­te sobre las economías familiares.

“La gente todavía no está tan enojada como va a estar”, dice un estratega político que trabaja codo a codo con uno de los candidatos presidenci­ales.

A veces, hasta el Mundial de Fútbol parece quedar demasiado lejos.

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Gobernador bonaerense Daniel Osvaldo Scioli.

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