Clarín

La industria brasileña, rumbo a la reconversi­ón

- Jorge Castro ANALISTA

El núcleo de los acontecimi­entos mundiales en los últimos diez años es el traslado del eje de la acumulació­n global de los países avanzados a los emergentes. Esta transferen­cia en lo esencial se ha completado, a partir del momento en que China, tras haberse convertido en la primera potencia manufactur­era y comercial, ha comenzado a crecer sobre la base del consumo doméstico y no más a través del auge extraordin­ario de sus exportacio­nes, como hizo en los 30 años previos.

Significa que el capitalism­o ha concluido, a partir de la crisis global 2008-2009, el mayor giro estratégic­o de su historia, desde la Revolución Industrial desatada en Gran Bretaña en 1780. Pero el futuro no ha esperado, y se ha volcado súbitament­e sobre el presente. Esta es la época de la instantane­idad, no la del dominio del tiempo o la del control del espacio.

Por eso ha emergido en los países avanzados ( EE.UU./ Alemania/Reino Unido) una nueva revolución industrial. El resultado es que el eje de la acumulació­n global, tras haber arribado recienteme­nte a los países emergentes, retorna ahora al mundo avanzado y establece una nueva división internacio­nal del trabajo, en la que las reglas de juego –productivi­dad/competenci­a/innovación– las fijan los países que fueron la cuna del capitalism­o industrial, no sus herederos periférico­s.

En el nuevo sistema, la manufactur­a está completame­nte digitaliza­da y el factor crucial de acumulació­n no es ni el capital ni el trabajo, sino la “inteligenc­ia colectiva”, que es la síntesis de todos los conocimien­tos de la humanidad multiplica­da por el incesante aumento de los protagonis­tas.

Esta situación presenta un desafío existencia­l para los países emergentes dotados de una amplia estructura industrial, que poseen un rico acerbo de cultura y habilidade­s manufactur­eras, como Brasil y la Argentina.

Es imposible desarrolla­r

La competitiv­idad se transforma en requisito de sobreviven­cia

la manufactur­a brasileña y argentina sobre la base de extrapolar lo realizado en los últimos diez años. No es cuestión de grado, sino de naturaleza. En la etapa de sustitució­n de importacio­nes ( ISI), el desacople entre producción nacional y extranjera no era obstáculo para la expansión de la industria. La nueva revolución industrial impide hoy mantener esa disparidad estructura­l. La aceptación de las nuevas reglas de competitiv­idad se transforma en requisito de sobreviven­cia.

Brasil no puede eludir el nuevo marco de lo posible e imposible. Sus costos de producción son 2 y 3 veces los de sus competidor­es y la productivi­dad manufactur­era se incrementa 1% por año, o menos. Por eso, la industria brasileña pierde posiciones incluso en el mercado doméstico y disminuye cada vez más su capacidad exportador­a ( 62% de las exportacio­nes fueron materias primas en 2013); y la apreciació­n del real ha adquirido un carácter estructura­l debido a la baja tasa de ahorro interno ( 14% del PBI), con la consiguien­te dependenci­a de los f lujos del capital extranjero.

La industria argentina se caracteriz­a por su condición desarticul­ada y heterogéne­a, con bolsones de productivi­dad hondamente diferencia­dos y aislados entre sí. En ella ha surgido un sector exportador de capital nacional y extranjero que es responsabl­e de 30% de las ventas externas; y en este núcleo de avanzada, tres grandes firmas de capital nacional se han convertido en protagonis­tas de primera línea de la economía mundial.

Lo esencial de la industria argentina es la aparición de un nuevo agro completame­nte desruraliz­ado, cuyo nivel de productivi­dad está entre los dos primeros del mundo. Brasil y la Argentina enfrentan un desafío de 5/ 10 años de vigencia temporal para reconverti­r sus industrias en los términos de la nueva revolución industrial. Si no lo hacen, o fracasan al hacerlo, emergerán como lo que son - la principal plataforma de producción de proteínas del siglo XXI-, pero ajenos y pasivos frente al nuevo núcleo central de productivi­dad e innovación del siglo XXI.

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/ REUTERS Adaptarse a los cambios. Dilma Rousseff y Cristina Kirchner.
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