Clarín

El sicariato, un oficio atroz que en Colombia cumple 70 años

Los asesinatos por encargo comenzaron en 1946, y se multiplica­ron por el narcotráfi­co.

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John cuenta que cuando tenía menos de 18 años, era normal que con sus amigos subieran a un auto, con armas, y tomaran la zona de autopistas. Encontraba­n el primer cartel de publicidad y se ponían de acuerdo: elegían una letra a la que había que apuntar, y el que dejaba la marca del balazo más lejos debía pagar la prostituta para todos o el alcohol en la noche de discoteca. Juan Miguel Álvarez habla con Clarín desde Pereira. Es el autor de “Balas por encargo, vida y muerte de los sicarios en Colombia”. Y cuenta otra de las formas con que los sicarios jóvenes perfeccion­aban la puntería: apuntaban al cuadrado negro del tablero de básquet que había en todos los barrios pobres.

Pero para practicar y perfeccion­arse, antes hay que ser sicario. Y uno se convierte en sicario si mata a un amigo o a un familiar. Esa es la ley. “Los jovencitos de Medellín, cuando vivía Pablo Escobar, eran ‘desvirgado­s’ de su sensibilid­ad matando indigentes”, aclara Álvarez. “Ellos se entretenía­n, y nadie iba preso por asesinar a una persona que dormía en la calle. Eran ladroncito­s de 12 o 13 años. Los capos les daban armas, los entrenaban, los llevaban y tenían que matar a alguien que estuviera durmiendo. Pero desde cerca, a quemarropa”.

El sicariato en Colombia está por cumplir 70 años. Las primeras muertes ocurrieron en 1946, y fueron contratada­s por políticos. Tras la asunción de Mariano Ospina Pérez, los conservado­res iban en turba a los pueblos a arrasar con los liberales. A quienes cobraban por ese “trabajo” los llamaban “Pájaros”, y tenían entre 30 y 40 años. Mataban en Valle del Cauca, Tolima o Antioquía. Con revólveres y puñales cortos. Diez años después de la llegada al poder de Ospina Pérez, había 200.000 muertos.

Para la década del 60, los negocios estaban en las ciudades centrales. Los “pájaros” comenzaron a agruparse y a armar bandas que se dedicaban al robo de joyerías, bancos y autos. El contraband­o crecía. Por primera vez, en Colombia se escuchaba hablar de la “insegurida­d urbana”. Los crímenes empezaron a estar vinculados con las importacio­nes: había inversores que traían café, tela, licores, cigarrillo­s y los vendían en el centro del país. Esos “empresario­s” comenzaron a necesitar y contratar “cobradores”: por lo general, eran los viejos “pájaros”. Hacían su trabajo a cambio del 30 o 40 por ciento de la deuda. Y si no lograban cobrar, los que cobraban eran ellos, pero por matar a los deudores. Otros bandidos se emplearon como “extorsiona­dores” y “custodias” de los contraband­istas.

Hasta que llegó la época del narcotráfi­co, y todo se potenció. Los crímenes se hicieron mucho más sanguinari­os. Todos los cárteles requerían cobradores-sicarios. “Por ejemplo, los paramilita­res populariza­ron una técnica”, dice el autor de “Balas por encargo”. “Asesinaban con motosierra­s. Había capos que exigían, para pagar el trabajo, una parte del cuerpo de la víctima. También existía el ‘corte de corbata’: después de hacer una incisión profunda en la garganta del asesinado, se le sacaba la lengua por allí a manera de corbata”.

Pero los sicarios más profesiona­les eran de los cárteles de Cali y Norte del Valle. A diferencia de lo que ocurría en Medellín, donde los sicarios eran niños pobres que comenzaban a matar a los 12 años, estos cárteles prefiriero­n incorporar policías judiciales, a quienes les ofrecían una paga cinco veces mayor a la que cobraban en su trabajo. Tenían dos vidas: a la mañana de uniforme, y de tarde, de cobradores y sicarios. Sabían manejar armas, golpear, reducir y extorsiona­r.

“Los niños pobres eran los más feroces y arriesgado­s: sabían que si morían en un enfrentami­ento en el que asesinaban a una víctima por encargue, a sus familias les

En la década del 2000 comenzaron a viajar, primero a Venezuela, y luego a Buenos Aires

regalaban una casa y dinero para que vivieran diez años sin trabajar”, cuenta el autor.

Es para esta última década, la del narcotráfi­co, que los sicarios comenzaron a ser enviados a países donde estaba la otra parte del negocio de la droga. Los primeros matones “internacio­nales” aterrizaro­n en Miami y Nueva York. Para cobrar, hacer de seguridad o matar. “En los 90 comenzaron a viajar mucho a Madrid y Barcelona. En la década del 2000, primero a Venezuela, y luego a Buenos Aires. Los sicarios siempre están donde hay deudas, y si hay deudas es porque hay narcotráfi­co”, concluye Álvarez.

 ?? GENTILEZA DONJUAN. ?? Alias “Popeye”. Jairo Velásquez Vásquez fue jefe de sicarios del capo narco Pablo Escobar./
GENTILEZA DONJUAN. Alias “Popeye”. Jairo Velásquez Vásquez fue jefe de sicarios del capo narco Pablo Escobar./

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