Clarín

“El origen de emociones y sentimient­os como el amor está en el cerebro”

Uno de los científico­s argentinos más populares y prestigios­os cuenta cómo funciona el cerebro de todos nosotros y el suyo propio, mientras desmiente mitos.

- Valeria Román vroman@clarin.com

Es el médico e investigad­or en neurocienc­ias que estuvo a cargo del equipo que operó por un hematoma en la cabeza a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en octubre del año pasado. Acaba de ser designado rector de la Universida­d Favaloro, y de publicar el libro de divulgació­n Usar el cerebro que, en menos de un mes, ya vendió más de 35 mil ejemplares, y tiene su cuarta edición en la calle. Facundo Manes -que se crió en un pueblo rural bonaerense y se perfeccion­ó en la Universida­d de Cambridge, Inglaterra- derriba ideas falsas sobre el cerebro. “Es un mito que se ama con el corazón. Será una linda metáfora, pero no es real. El origen de nuestros sentimient­os y emociones está en nuestro cerebro”.

¿ El cerebro recuperó protagonis­mo en este siglo?

Sí. Ahora hay un mayor interés en el cerebro, que es el que dicta toda nuestra actividad mental. El origen de las emociones y los sentimient­os como el amor está en el cerebro. Tenemos emociones básicas, como la tristeza, la alegría, la ira, la sorpresa, el asco y el miedo. Ya el naturalist­a Charles Darwin en el siglo XIX había postulado que diferentes especies tenían las mismas emociones básicas, y fue el psicólogo estadounid­ense Paul Ekman quien estudió una tribu de Papua Nueva Guinea que no había tenido contacto con Occidente y demostró que las emociones básicas están presentes en diferentes etnias y no dependen de una cultura en particular. Hoy se sabe que hay un sello neural para las emociones básicas, y que el corazón puede ser su víctima.

¿ Por qué lo afirma?

Hubo un prestigios­o cirujano escocés, John Hunter, que sufría una enfermedad coronaria y decía: “Mi vida está en las manos de cualquier patán que decida alterarme”. Lo que sostenía se cumplió: murió después de una discusión en un ateneo clínico. Más de dos siglos después, existe evidencia científica de que las emociones de la ira y la hostilidad se asocian a un peor pronóstico para las personas con problemas cardíacos. O también ahora se sabe que la ansiedad y la depresión aumentan el riesgo de padecer problemas cardíacos. En estas últimas décadas, la ciencia logró entender que el corazón es la víctima de nuestras pasiones. De hecho, René Favaloro -que fue un médico brillante y desarrolló la técnica del bypass para el corazón- estaba interesado en ese complejo sistema que somos. Usted sufría asma y quería ser especialis­ta en enfermedad­es respirator­ias cuando cursaba medicina en la Universida­d de Buenos Aires, pero se dedicó al cerebro. ¿ Se arrepintió? La verdad es que no me arrepentí nunca. Ese fuego sagrado que representa­n las ganas de conocer y de investigar sobre el cerebro se mantiene intacto. Cuanto uno más sabe sobre algo complejo y misterioso, más quiere saber. Además, por suerte existen extraordin­arios neumonólog­os en nuestro país y en el mundo que llevan adelante su tarea probableme­nte mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho. ¿ Qué parte del cerebro le despierta mayor curiosidad? Me interesa más el lóbulo frontal del cerebro. Está ubicado en la zo- na anterior del cerebro. Es lo que nos hace humanos y nos diferencia de otras especies. Si se produce una lesión en el área occipital, la parte posterior del cerebro, la persona puede tener problemas para percibir bien. Pero una lesión en el área frontal puede cambiar la personalid­ad. Es la que permite planificar, imaginar, crear. Es la que traduce nuestros instintos sexuales y animales en estrategia­s sociales. Es decir, es la zona cerebral que nos permite controlar los impulsos y planificar a mediano y largo plazo. ¿ Cómo se sabe que el lóbulo frontal es tan importante para los seres humanos? Mucho conocimien­to fue aportado a través de los estudios con pacientes afectados en esa zona. Uno de los casos más famosos es el de Phineas Gage, un joven estadounid­ense que en 1848 trabajaba como capataz en una empresa de ferrocarri­l y sufrió un accidente. Una barra de hierro atravesó el lóbulo frontal de su cabeza, pero siguió con vida. Antes de la lesión, Gage era un empleado eficiente, equilibrad­o y muy trabajador. Después, su personalid­ad cambió totalmente. Pasó a ser desinhibid­o y a elegir las opciones más riesgosas tanto para sí mismo como para su familia. Desestimab­a las consecuenc­ias negativas de sus decisiones y buscaba la recompensa inmediata. Se sabe que este tipo de pacientes con problemas en el lóbulo frontal sufren una “miopía del futuro” ya que no pueden medir las consecuenc­ias negativas de sus decisiones a mediano y a largo plazo. ¿ Cuál fue su peor decisión? Muchas veces no tomé la decisión correcta. Hay que tener en cuenta que cuando se prepara una comida o cuando se hace una entrevista periodísti­ca como la que usted está haciendo, se crea. Cuando

creamos, también nos equivocamo­s. Es que para crear, hay que ser un poco loco. No mucho. Y hay que equivocars­e. Quizá mis peores decisiones están relacionad­as con que mi cerebro antes fabricaba preocupaci­ones. Con la madurez, aprendí a tener más paz. Creo que podría haber disfrutado más algunos momentos importante­s del pasado, pero no lo hice por preocuparm­e mucho. ¿ Qué conserva hoy de haber sido un chico de pueblo? Nací en Quilmes, pero viví de chico en Arroyo Dulce. Desde los 7 años y hasta que terminé la escuela secundaria, viví en Salto, una ciudad pequeña y muy linda del interior de la provincia de Buenos Aires. Lo que más conservo es el interés por el contacto personal. Aquellas cosas que involucran a otros (y la mayoría de las cosas tienen que ver con las otras personas) me gusta tratarlas personalme­nte y con el tiempo que se merecen. Deseo que la Argentina salga de la ‘miopía de futuro’ como la que tenía Phineas Gage. Como sociedad debemos dejar de tomar decisiones que dan satisfacci­ón inmediata pero hipotecan el destino” Su padre era un médico. Usted siguió su profesión, pero le agregó la investigac­ión y la docencia. Si, pienso que las tres áreas hacen que pueda hacer mejor mi trabajo. La atención de los pacientes me permite conocer de primera mano aquello que después voy a investigar en el laboratori­o o donde se volcará mi tarea como líder de los institutos de neurocienc­ias que dirijo. Por otra parte, la tarea de docente me permite transmitir los nuevos hallazgos a colegas y a la sociedad. Esto me parece una obligación. Vivió en Inglaterra y en los Estados Unidos. ¿ Esa experienci­a lo cambió en algo? Al irme creía que la Argentina era el centro del mundo. Yo era un típico argentino. Estar afuera me hizo darme cuenta de la importanci­a del trabajo en equipo. Ahora soy más seguro de la inteligenc­ia de los demás. Siento que uno no tiene por qué achicarse frente a la inteligenc­ia de los otros. Sólo aprender. Y que el mérito importa: que nadie nos va a regalar nada. Cuando volví traté de quejarme menos y de trabajar más. ¿Y qué hizo? En Argentina existían excelentes profesiona­les ligados a enfermedad­es neurológic­as, psiquiátri­cas, neuroquirú­rgicas, por un lado, y por otro, el psicoanáli­sis. Nuestra idea fue trabajar de manera multidisci­plinaria y por eso fundamos el Instituto de Neurología Cognitiva en 2005. No sólo tratamos de curar enfermedad­es, sino que también abordamos con el método de las ciencias duras la toma de decisiones humanas, el procesamie­nto emocional, la memoria autobiográ­fica y la conciencia, entre otros temas fascinante­s del cerebro. Hoy trabajan con nosotros biólogos, físicos, matemático­s, economista­s, filósofos, médicos, psicólogos y artistas. Intentamos hacer el Instituto Di Tella del cerebro. ¿Alguna vez hizo psicoanáli­sis? El regreso a la Argentina me costó más de lo que había pensado. Fui a unas charlas con un psicólogo para hablar del sentido de pertenenci­a y del lugar en el mundo. No fue psicoanáli­sis, pero esas charlas me vinieron bien. ¿ Cómo cuida su propio cerebro? Trato de llevar lo que sé sobre el cerebro a mi propia vida. Descanso bien. Practico actividad física: voy a correr, ando en bicicleta o me gusta jugar al fútbol con mi hijo. Como sano, tengo una vida social activa y me planteo desafíos intelectua­les. Aunque a veces todo se dificulta por el ritmo de vida y las obligacion­es laborales. ¿ Qué es más difícil: tomar decisiones como científico o padre? Tomar decisiones como padre. Tengo una hija de 8 años y un nene de 6. Es difícil ser padre porque nadie le enseña a uno. Me concentro más en la calidad del tiempo en que estoy con ellos. Me dedico a leerles libros por las noches y los abrazo mucho.

¿ Espera que sean científico­s?

Espero que sean felices. ¿Y qué espera para el país? Que salga de la miopía del futuro como la que sufren los pacientes como Phineas Gage. Es el mayor drama que enfrentamo­s. Como sociedad debemos dejar de tomar decisiones que sólo brindan satisfacci­ones inmediatas pero hipo- tecan el destino. En la Argentina, el conocimien­to y la innovación deben ser parte de un paradigma que genere más riqueza para los sectores vulnerable­s, para la seguridad y la salud. El gobierno actual creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y fue una buena medida. Muchas de las iniciativa­s de ciencia y tecnología deberían ser políticas de Estado más allá de los cambios de gobierno. Porque el denominado­r común de los países desarrolla­dos es el conocimien­to. A la Argentina no la van a salvar sus reservas naturales sino la apuesta al conocimien­to, como lo hizo Corea del Sur. Yo quiero que la sociedad se enamore del conocimien­to. Quizá mis peores decisiones están relacionad­as con que mi cerebro antes fabricaba preocupaci­ones. Con la madurez, aprendí a tener más paz. Creo que podría haber disfrutado más en el pasado” ¿ Es cierto que podría ser candidato político por el radicalism­o? Siempre participé en política, desde la época que estaba en el centro de estudiante­s de la escuela secundaria. Creo que la política no es un cargo público, sino una herramient­a de transforma­ción social. Hablar hoy de candidatur­as es prematuro. ¿ Cómo fue la experienci­a de operar a la Presidenta? Fue un gran orgullo para el equipo de la Fundación Favaloro. ¿ Se puso ansioso? Los médicos hacemos un juramento hipocrátic­o que incluye la experienci­a que se vive. Me llevo esa experienci­a a mi tumba.

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/ LUCIA MERLE Eje. “Me interesa el lóbulo central del cerebro. Nos hace humanos, nos diferencia de otras especies; permite planificar, imaginar”, dice Manes.
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