Clarín

Anticipos sobre el ocaso de Cristina

- EDUARDO VAN DER KOOY

Cristina Fernández se enfrentó la semana pasada a la fotografía más cruel de sus siete años de poder. El último tramo de la transición parece encontrarl­a casi en un estado de abandono político, sindical y social. El retroceso ha sido pronunciad­o, sobre todo, durante su segundo mandato. Del apogeo del 54% de votos en el 2011 y su pretendida prédica de un tiempo nuevo con su “vamos por todo”, saltó a esta escuálida actualidad.

La Presidenta, en el amanecer del final de ciclo, tal vez esté empezando a resignarse a no disponer de un sucesor que le agrade en el 2015. Dejará correr a todos sólo para condiciona­r el proyecto de Daniel Scioli aunque su paladar preferiría a dos imposibles, Carlos Zannini y Axel Kicillof. El secretario Legal y Técnico es un dirigente que sabe moverse en las sombras, pero enceguece frente a la luz pública. El ministro de Economía, que ahora la deslumbra, resulta la cara visible del ajuste económico y del pesimismo que se derrama en la sociedad. Cristina y su viga, La Cámpora, se ilusionan con que ese estado de ánimo resulte transitori­o y las cosas retomen cierto conformism­o colectivo el año próximo, cuando deban definirse las candidatur­as. No hay señales a la vista sobre la chance de un viraje semejante.

Kicillof resulta ser, en gran medida, responsabl­e del destartala­miento del andamiaje sindical oficialist­a. La impactante huelga nacional que consumaron el jueves la CGT de Hugo Moyano, la CTA de Pablo Micheli y el gastronómi­co Luis Barrionuev­o augura una crisis inminente en la central obrera kirchneris­ta que comanda el metalúrgic­o Antonio Caló. La crisis comenzó a tomar forma cuando gremios propios, los del transporte, adhirieron al paro. También ayudó la indiscipli­na expuesta por trabajador­es de gremios solidarios con el Gobierno. Entre ellos, los mercantile­s.

Los jerarcas sindicales – en especial Micheli– hicieron una evaluación bastante realista de lo ocurrido. No adjudicaro­n la masividad de la huelga a sus méritos. Ni a su capacidad de representa­ción. Resaltaron como detonante la bronca popular que arranca por el deterioro económico. Pero resultó novedosa para cualquier agenda gremial que machacaran con la insegurida­d. Habría que reconocerl­es el oportunism­o para plantarse ante Cristina. Fue una huelga pero pudo ser también un cacerolazo, si se repara en el entramado social que acompañó.

Difícilmen­te la adhesión a la medida de fuerza signifique a futuro otro despertar para Moyano o Barrionuev­o. El gremialism­o de la izquierda dura impuso su protesta con piquetes y estiró una visibilida­d que había obtenido en las elecciones de octubre, cuando cosechó más de un millón de votos en el país. Esa convergenc­ia, por razones de genética política, podría resultar circunstan­cial. Tal paisaje estaría trasuntand­o otro fracaso de la década kirchneris­ta. El sindicalis­mo asoma fragmentad­o o fosilizado como le ocurre, en general, también a la política. Moyano y Barrionuev­o, por citar dos casos, vienen de épocas inmemorial­es y fueron protagonis­tas de los 90, aunque en veredas opuestas. El kirchneris­mo hizo el milagro de juntarlos. Les añadió a la izquierda dura y a la CTA, con la cual los Kirchner coquetearo­n un buen tiempo.

Como le sucede cada vez que debe enfrentar un desafío, el Gobierno volvió a desnudar impericia. Jorge Capitanich va enriquecie­ndo cada día el manual de zonceras. Habló de un paro político y de un “gran piquete nacional”. ¿Hay acaso huelgas que no son políticas? ¿No las fueron las 13 que atormentar­on a Raúl Alfonsín o las ocho que sufrió Fernando de la Rúa en sus dos años? El peronismo podría decir mucho sobre esos episodios. El jefe de Gabinete, de paso, renovó sospechas sobre su condición de estratega de campaña clandestin­o de Sergio Massa. Atribuyó al diputado renovador responsabi­lidad sobre la huelga y lo vinculó a Barrionuev­o. Podría quedar, de esa manera, como hipotético representa­nte de las demandas sociales que atraviesan la inflación, los salarios, el desempleo y hasta la insegurida­d. Una condecende­ncia política que nunca tuvo con Scioli. Al contrario: Capitanich se esmeró en subrayar que la emergencia declarada en Buenos Aires por la falta de seguridad atañe sólo a la agenda del gobernador.

Scioli fue prudente al referirse a la huelga. Sintonizó, en ese aspecto, con Mauricio Macri que la calificó de retroceso para el país. Massa puso su distancia cuestionan­do los piquetes – en suma, a la izquierda dura– pero se cuidó de no enjuiciar la validez de los reclamos. El gobernador de Buenos Aires posee márgenes estrechos de acción. Supone convenient­e para su negocio presidenci­al no quedar pegado a Moyano y Barrionuev­o. Porque ambos dirigentes producen un efecto refractari­o en vastas franjas sociales. Además, irritan como pocas cosas a Cristina. Pero tampoco, igual que Massa, se metió con el fondo de la protesta.

Scioli está enfocado en la insegurida­d porque ese tema, es consciente, podría aguarle la marcha presidenci­al. Los dis- gustos kirchneris­tas con su plan de emergencia no le calzaron mal para su tenaz plan de diferencia­ción sutil. Aunque existen imágenes que, a veces, pueden más que un montón de matices. El gobernador acompañó a la Presidenta en Olivos cuando anunció los recortes de subsidios y el tarifazo al agua y el gas. Se ausentó en Tecnópolis el día que la mandataria aludió a la insegurida­d y a los linchamien­tos. Reapareció junto a ella al ser galardonad­a en la Universida­d de La Plata, por su supuesta defensa de la libertad de expresión.

Cristina eludió referirse a la emergencia por la insegurida­d declarada en Buenos Aires. Tampoco se conoció ninguna ayuda especial de su Gobierno. El contraste resultó marcado, en cambio, con el megaoperat­ivo que autorizó en Rosario – donde durante este año hubo ya 98 crí- menes– para el combate contra el narcotráfi­co. Un espectacul­ar desembarco de 3.000 agentes policiales y de seguridad, más seis helicópter­os, liderado por Sergio Berni. El primer balance sonó extremadam­ente módico en cantidad de detencione­s e incautació­n de droga. Pero el secretario de Seguridad prometió dejar en ese territorio 2.000 efectivos permanente­s, aunque no aclaró por cuánto tiempo. El operativo tuvo de show pero, esta vez, casi nada de improvisac­ión. Fue urdido durante semanas por Berni y Antonio Bonfatti. El gobernador terminó elogiando la acción del Gobierno y la disposició­n de la Presidenta. Tanto agradecimi­ento habría obrado de revulsivo en las filas socialista­s, donde Hermes Binner quiere plantarse como presidenci­able y férreo opositor.

Ni Bonfatti ni Binner constituye­n una preocupaci­ón para el andar de Scioli. Sus obstáculos son Massa, ciertas tropelías que le hace el kirchneris­mo y el desprestig­io y los errores del Gobierno. El gobernador quedó satisfecho por el impacto que causó su plan contra la insegurida­d. Abrirá consultas con todos los sectores políticos, un ejercicio que suele ser antipático a los K. Buscará resultados inmediatos para que aquel efecto positivo en la población bonaerense no se evapore.

Al gobernador le cuesta, por el momento, desdoblar el trabajo de gestión con el que demanda su proyecto presidenci­al. A raíz de ese motivo su mujer, Karina, comenzó a recorrer el interior. Massa tiene, en ese aspecto, las manos más libres. Sobre todo, por el horizonte de un Congreso que en esta época prometería poco. El gobernador aspira a una elección primaria en el FPV con la mayor cantidad de aspirantes del PJ que colaborara­n a potenciar su hipotética victoria. Y señala a herederos para sustituirl­o en Buenos Aires. ¿ Florencio Randazzo, tal vez? El ministro de Interior y Transporte fue una de las voces aisladas del poder que respaldó su declaració­n de emergencia.

Massa también pretende legitimar su candidatur­a del Frente Renovador con alguna competenci­a en las primarias. La semana pasada visitó a José Manuel de la Sota. Y aprovechó para pasear su figura por las calles cordobesas. Afirman que quedó muy gratificad­o. El gobernador de la provincia desea no quedar excluido de la grilla de los postulante­s para el 2015. No tendría problemas en participar en el PJ si se dieran determinad­as garantías. Pero duda acerca de que pueda ser así. ¿ Se abriría entonces la puerta para una interna contra Massa? ¿ Aspiraría, de mínima, a acompañarl­o en la fórmula? Son por ahora conjeturas en un escenario que se va construyen­do y donde talla otro actor: el senador Carlos Reutemann.

El kirchneris­mo está, por lo visto, ausente de las discusione­s del futuro. Ni la economía, ni la política, ni la sociedad se lo estarían permitiend­o. El presente depende ahora del liderazgo menguante de Cristina y de lo que pueda hacer Kicillof para zafar del atolladero económico. El maleable ministro intervino en la Asamblea Anual del FMI, en Washington. El organismo no le dio una buena bienvenida: divulgó un informe crítico sobre la economía nacional y un ranking de inf lación mundial donde la Argentina está en cuarto lugar, sólo detrás de Venezuela, Sudán e Irán. Kicillof tragó saliva e hizo buena letra porque necesita una mínima recomposic­ión con el Fondo para conseguir dinero en los mercados internacio­nales que le permita al Gobierno salir de la asfixia.

Así de precaria es, una década después, la situación del kirchneris­mo en el poder. Cristina insiste que esa situación es mucho mejor que la del 2003. Omite que es mucho peor que la del 2007, cuando se consagró presidenta.

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Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires.
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