Clarín

Frente al peligro político de jugar con fuego

- Eduardo van der Kooy

¿Qué hará la Presidenta cuando queda apenas una semana para evitar al país un nuevo default?

Podrá haber, esta vez, un dos sin tres? El interrogan­te sobre el molde de un dicho popular viene a cuento por el modo en que reaccionó Cristina Fernández cada vez que en los últimos tiempos sintió la proximidad de un abismo. En el verano le permitió a Axel Kicillof un ajuste ortodoxo – que derivó en la presente recesión económica– cuando advirtió que la caída de las reservas del Banco Central podían terminar desestabil­izando la transición. A mediados de junio, cuando la Corte de EE.UU. resolvió no intervenir ante las dos instancias judiciales favorables a los fondos buitre y adversas a la Argentina, la Presidenta exhibió una conducta política bipolar: primero acusó al juez estadounid­ense Thomas Griesa de haber realizado un fallo “extorsivo”; luego le solicitó condicione­s para negociar y manifestó su voluntad de cumplir con el 100% de los acreedores. ¿ Qué hará ahora, cuando queda apenas una semana para evitar que nuestro país, después de doce años, ingrese de nuevo en un default?. ¿ Se avendrá a negociar para no compromete­r su año y medio en el poder? ¿ O preferirá enarbolar la pelea contra los buitres como la última bandera de un proceso que supone épico, transforma­dor e inclusivo?

No habría a la vista ninguna respuesta certera. Aunque el curso que Cristina y Kicillof han dado en las últimas semanas a la acción política abonaría la posibilida­d de la última hipótesis. Es decir, el ingreso a un “default técnico” o “default administra­do o transitori­o”. Una caracteriz­ación kirchneris­ta que, sin dudas, apuntaría a restarle trascenden­cia y dramatismo frente a la opinión pública. Como si se pudiera tratar de un tropezón circunstan­cial. No de una caída, que será. Aquella impresión empezó también a tomar cuerpo desde ayer, cuando Griesa rechazó el pedido del Gobierno de reposición del “stay” para que los bonistas que entraron en los canjes de la deuda puedan cobrar, en los mercados ( subió el dólar paralelo y cayeron los bonos) y entre los especialis­tas económicos que apostaban a alguna salida acordada. Apuntalado­s, quizás, en sus propios deseos o en el imperio de la lógica que demasiadas veces, en instancias cruciales, defraudó a lo largo de la historia argentina. Bajo regímenes dictatoria­les e, incluso, en plena democracia. ¿Alguien supuso que los militares se animarían a declararle una guerra a la OTAN por las Malvinas? ¿Alguien imaginó que podía celebrarse, como se celebró en el Congreso, la declaració­n de un inédito default en el 2001? ¿Alguien creyó que podía cerrarse una frontera con Uruguay por más de tres años a raíz de la instalació­n de una pastera? ¿Alguien calculó que un país que eligió la jurisdicci­ón judicial de Nueva York para dirimir la mayoría de sus pleitos financiero­s internacio­nales podría terminar resistiend­o sus fallos? Las preguntas, en ese sentido, podrían tornarse interminab­les.

Tal vez hoy mismo se devele una parte de la incógnita. El juez Griesa llamó a una reunión de las partes ( el Gobierno argentino y los buitres) para negociar. Pero antes de eso se negó a volver a implementa­r la medida cautelar ( stay) que, de diferentes maneras, reclamó Cristina. Su decisión causó enojo profundo en la Casa Rosada. Con un comunicado, el Ministerio de Economía volvió a cuestionar el comportami­ento del juez. Si de aquella cumbre no saliera alguna luz, las chances de un acuerdo disminuirí­an hasta la nada. Frente a semejante dilema un dato no dejó de llamar la atención: Kicillof permanece aquí. Difícilmen­te los abogados que representa­n a nuestro país en EE.UU. o algunos enviados técnicos del ministro estarían en aptitud de empezar a desmadejar semejante conf licto.

El Gobierno ha sembrado con varias pistas el camino de su postura que se endureció progresiva­mente. Cristina denuncia a los buitres como los grandes perversos del capitalism­o salvaje – concepto difícil de ser rebatido– pero ha tomado de adversario político a Griesa. Con esquirlas que impactaría­n sobre Washington y Barack Obama. El juez pudo haber errado con su fallo y detonado incertidum­bres en el sistema financiero mundial. Pero es el hombre con el cual, guste o no, se debería rastrear una salida. No parece la mejor estrategia convertirl­o en blanco de todas las críticas. Está visto que ese hombre veterano y hastiado contesta con la misma moneda: rechazó el pedido de “stay” cuando tenía opciones para haberlo repuesto, siquiera brevemente, con el fin de que el Gobierno cumpliera con el pago a los bonistas. Hubiera significad­o de su parte una concesión y, quizás, un retroceso en la argumentac­ión jurídica de sus fallos. Habría implantado de ese modo una tregua hasta fines de septiembre. Un paréntesis más generoso para la búsqueda de una solución definitiva. Pero el magistrado neoyorquin­o desconfía de la voluntad negociador­a de la Presidenta y de su ministro de Economía.

Griesa debe haber tomado nota, además, del despliegue político y diplomátic­o del Gobierno que, entre bambalinas, habría perseguido dos objetivos: aislarlo y sindicarlo como único responsabl­e del supuesto default; rodearse de apoyos para lograr capear esa tormenta. Cristina trabajó respaldos a la posición argentina –algunos arrancados con tirabuzón– en la región y en varios foros multilater­ales. La coronación de ese planteo pretendió ser el encuentro del BRICS ( Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y las visitas a Buenos de Vladimir Putin y del presidente chino, Xi Jinping. Aunque en esos casos las solidarida­des resultaron bastante módicas.

China fue, en ese cuadro, interpreta­do como el hito fuerte. En especial, el acuerdo del swap por US$ 11.000 millones efectiviza­do en yuanes con el propósito de fortalecer las reservas del Banco Central. Esos fondos servirían únicamente para que la Argentina no gaste moneda estadounid­ense cuando importe bienes desde Beijing. Pero fuentes K advierten sobre la existencia de una cláusula secreta (¿ será así?) que permitiría, en caso de extrema necesidad, convertir esos yuanes en dólares a través de una intermedia­ción bancaria. En suma, una presunta mayor solidez si el “default transitori­o” acrecentar­a las dificultad­es de la económica doméstica. Nadie conocería bien, aquí y en el mundo, el significad­o y las consecuenc­ias que podría poseer aquel “default técnico o transitori­o”. Menos todavía para un país con una economía en fuerte declive, con agitación social, y un poder político que está en despedida. Todas, condicione­s temerarias para jugar con fuego.

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Juez neoyorquin­o, Thomas Griesa.
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