La democracia, según el Cuervo Larroque
En su defensa de Boudou, el diputado no duda en arrasar las instituciones.
Al diputado le falta explicar cómo llevar adelante una revolución social con gente sólo interesada en hacer negocios con el Estado
En la Argentina, las instituciones no están en peligro porque sus funcionarios son corruptos, sino porque la Justicia los investiga por corrupción. Y los mecanismos de defensa de la democracia, como el juicio político a cargo del Congreso Nacional, no deben funcionar precisamente para salvar a la democracia.
Semejante vileza política es el pensamiento fidelísimo de un diputado nacional que es, además, cabeza visible de una agrupación, La Cámpora, que dice encarnar los principios fundamentales de una revolución social. Al diputado Andrés Larroque, que de él se trata y que dijo haber impedido el juicio político al vicepresidente de la Nación “para defender las instituciones”, le falta explicar cómo llevar adelante una revolución social con gente interesada solamente en hacer negocios con el Estado, que es lo que se desprende del auto de procesamiento al vicepresidente dictado por el juez que lo investiga, y cómo se puede defender a las instituciones de la democracia paralizándolas.
El legislador, que también dijo que no correspondía tratar el juicio político al vicepresidente de la Nación porque “está actuando la Justicia y nosotros no podemos invadir otros poderes”, dejó en claro que ignora las atribuciones del poder que represen- ta y que, confundiendo facultades y figuras jurídicas, equiparó una investigación judicial con el juicio político, facultad exclusiva del Congreso.
Tal vez las intenciones del diputado no sean las de defender a las instituciones, sino las de defender a funcionarios de altísima jerarquía del Ejecutivo, sin que en ese caso le importe ejercer algún tipo de “invasión” sobre otros poderes.
Este otro acto de hipocresía política debió ser condenado por sus pares y por la sociedad que asisten, o bien pasmados o bien indiferentes, al resquebrajamiento de las instituciones que Larroque se ha cargado al hombro.
La gran autocrítica que el peronismo debe a la sociedad argentina deberá dedicar un capítulo a desmenuzar cómo es que, cada vez que accede al poder, se le adosa cierta cultura ramplona, zafia y cerril, violenta por lo cínica, que empaña sus mejores intenciones y que pretende justificar por el absurdo lo que es injustificable. Lo mismo padecimos hace ya cuatro décadas.
Hace poco se conocieron nuevos documentos y testimonios del último Perón. En uno de ellos, uno de los testigos de privilegio de aquellos años revela que el viejo general intuía que no habría herederos de su doctrina. “Yo tengo un movimiento – dijo Perón– Y un movimiento no tiene herederos. Se atomiza”.
O los exabruptos de los legisladores del oficialismo se atenúan, o la atomización que Perón presagiaba será estridente y de una impredecible onda expansiva.