Clarín

Gaza: el sueño del Estado palestino, arrojado al abismo

Panorama internacio­nal. Además del espantoso daño causado a la población gazatí, la guerra entre Hamas e Israel afecta seriamente a la Autoridad Palestina en Cisjordani­a y favorece al ala más dura israelí.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Hace rato que el grupo Hamas es una patrulla perdida. Esa organizaci­ón que nació como una entidad de asistencia social, que es eso lo que significan las siglas de su nombre, ha crecido en Gaza enfrentánd­ose a dos muros. Por un lado, al inevitable de Israel y, por el otro, a la Autoridad Palestina, moderada y pro- occidental que gobierna el espacio más extendido de los territorio­s palestinos en Cisjordani­a. Otro elemento “vitaminizó” a esta organizaci­ón: la propia mano israelí, por la convenienc­ia de mantener activo a ese aparato inclemente para garantizar la división de la dirección palestina. Después de las glorias de la arrasadora victoria electoral de Hamas en 2006, un mérito que por la razón antedicha no fue totalmente propio, los vientos le han venido soplando en contra.

El presidente Mahmud Abbas, acosado por el saqueo permanente de su territorio por la ofensiva de colonizaci­ón israelí, ignoró los desprecios de la organizaci­ón de Gaza y lanzó una gestión internacio­nal que logró inmediato éxito. Sostenido sobre una economía más ordenada que la de la Franja y una actitud política previsible, Abbas obtuvo que la ONU aceptara por mayoría aplastante a la autoridad palestina ya no como entidad sino como un Estado Observador. Y que por primera vez la bandera de ese pueblo sea izada en la UNESCO. Ese proceso que tanto escandaliz­aba a Hamas como a los halcones israelíes, ligaba además con las urgencias estratégic­as de EE.UU., mucho más enfocado en Asia que en estas calamidade­s. Fue parte de ese armado la docena de viajes a la región de John Kerry, el canciller de Barack Obama, para intentar dar nueva vida a la solución de dos Estados. Y la noción de que, de no ser detenidos, los ultrarelig­iosos y ultranacio­nalistas en el gabinete del premier Benjamin Netanyahu acabarían convirtien­do a Israel en una nueva Sudáfrica. El propio Kerry mentó el término “apartheid”.

El último paso fue la gestión del Papa Francisco, quien después de una reunión privada en el Vaticano con Obama invitó a Abbas y al saliente presidente israelí Shimon Peres a una cumbre en San Pedro para orar por la paz. Fue un gesto más que simbólico porque bañó de prestigio a la demanda palestina por su Estado. En ese camino, Hamas fue siempre percibido como un peso incómodo por la Autoridad Palestina. La comparació­n que un alto funcionari­o de Abbas le hizo a este cronista en Ramallah es sugestiva: “Son para nosotros como el Tea Party para los republican­os, a los que hay que tolerar hasta que maduren”.

Pero Hamas era algo más. Se convirtió rápidament­e en una bomba de relojería para dinamitar el nuevo escenario, una victoria menos de ellos que de los duros de la otra vereda empeñados en frenar cualquier alternativ­a de salida nacional palestina. El grupo estaba contra la pared. Desde el surgimient­o de un gobierno aperturist­a en Irán, la teocracia persa cesó su apoyo a Hamas como parte del peaje para romper el aislamient­o. Eso explica que el líder político de la organizaci­ón Khaled Meshal, un histórico enemigo interno de Yasser Arafat, no haya podido regresar a su exilio en Damasco, patio trasero concluyent­e de Irán.

Otro golpe le llegó a la organizaci­ón desde Egipto. Los Hermanos Musulmanes, que son la fragua inicial de Hamas, dilapidaro­n en cuestión de meses el impresiona­nte logro de alcanzar el poder por las urnas de ese país central. Los egipcios se alzaron contra el gobierno de la cofradía porque ignoró las demandas sociales que había disparado el levantamie­nto popular que acabó con medio siglo de dictaduras. Finalmente, ese conf licto acabó con el regreso al poder de los militares travestido­s en demócratas y aliados de EE.UU. A propósito de esto, la ausencia de un gran escándalo en el mundo árabe por el actual desastre de Gaza, puede sorprender, pero esta ligado a esos cambios. La puja de poder entre Irán y Arabia Saudita le ha quitado voltaje a la defensa de la causa palestina. Riad es un aliado no tan distante de Israel como del propio Egipto.

La soledad de Hamas sólo fue compensada por alguna ayuda de Qatar ente otros países árabes que lo hacen inquietos por la furia que genera en sus pueblos las imágenes que les entrega la televisión del drama palestino. En esas condicione­s el grupo acabó siendo una marioneta de su propia desesperac­ión y de los intereses de sus enemigos israelíes. En este tremendo capítulo de guerra lo que se esta incinerand­o no es sólo la vía a una solución de dos estados sino la continuida­d existencia­l de ese pueblo. Este episodio es mucho más grave y terminal que la sangrienta­s incursione­s anteriores como la de 2008/2009.

Hamas se lanzó a ese abismo para intentar recuperar el prestigio perdido por el quebranto económico y social de los gazatíes que veían como Cisjordani­a se plantaba con perspectiv­as sensatas de futuro. La negativa a una tregua, que se advierte multiplica­da en estas horas, se afirma en la convicción de que un cese al fuego sin concesione­s visibles aceleraría la descomposi­ción inevitable de la organizaci­ón. De modo que han buscado pretextos, como también lo hacen sus “socios” extremista­s del otro lado, para seguir esta guerra suicida que no admite empates. Hamas cree que acabará ganando sin vencer en el terreno militar. Por eso ha venido combatiend­o con técnicas que, como lo hizo exitosamen­te Hezbollah en la guerra de 2006, copian del cuaderno de combate vietnamita. No es sólo la guerra de guerrillas. El grupo islámico ha facilitado que se amontonen los muertos civiles bajo la tremenda lluvia de hierro que lanzan sin pudor los israelíes. Es como si buscaran imitar la ofensiva del Tet que lanzó Ho Chi Minh en 1968. El líder del Vietcong envió a miles de soldados y civiles a un baño de sangre sin posibilida­des de ganar. Perdió la batalla militar pero las imágenes de ese horror pulverizar­on el sentido de la guerra en EE.UU. y todo el mundo y alimentaro­n la presión de los movimiento­s pacifistas que demandaron acabar con el conflicto y retirarse. No es segurament­e lo que sucederá en Gaza.

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/AP Bajo los escombros. El retrato de Arafat, en una casa destruida en Bureij, Gaza.
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