Clarín

Un curioso rito de iniciación

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

El tiempo del pescador es un tiempo ido, y eso me atrae. Lo de ido no se vincula con la espera –pero la incluye– ni con la paciencia sino con una calma casi metafísica. Hoy el río, la laguna, el mar pueden proveer. O no, y nos iremos con las manos vacías. No podemos modificar esa lógica de la naturaleza y ahí radica la esencia inalterabl­e: no existe un parque temático de la pesca en el que a uno le tiren muchos peces cerca de su caña para que se vaya rápido y contento ( o espero que no exista, quién sabe). En esa esencia se esconde una cierta sabiduría que les otorgamos a los pescadores pacientes. Si pueden traducir el murmu

llo del agua, cómo no van a entender un poco más de la vida. Ya sé, esto tiene algo de fantasía, los razonamien­tos no son tan simples. Pero alguito debe haber. ¿Acaso la literatura no ha tenido varios de sus mejores momentos en el agua? Pienso en Moby-Dick y la obsesión del capitán Ahab por esa ballena que le jugaba de igual a igual en terquedad e inteligenc­ia. Y – obvio, sepan disculpar– pienso en el viejo de Hemingway, un hombre atraído por el mar hasta la extenuació­n. No son ellos, quizás, los pescadores deportivos que vemos en las riberas o en las costas pero sí comparten algo que reafirma el texto de Nicolás Correa: la certeza de que pescar es un encuentro entre dos seres vivos. Algunos dirán que es innecesari­o matar al pez. Puede ser, pero bastante peor resulta criarlo en enormes piletas sin salida y engordarlo­s para después comerlos. Pesqué pocas veces, pero aún las recuerdo todas. La primera fue en Miramar y logré un pequeño bagre. Era feo, como si su nombre no fuera suficiente para definirlo, con esos bigotes medio rasposos. No existía en aquella época – o yo no conocía– ninguna conciencia ecológica. Y uno estaba feliz porque el pez se había enganchado al anzuelo y uno había vencido y salido exitoso en un rito de iniciación. Parece poco, quizás algo cruel, pero había allí un aprendizaj­e sobre lo real: el mundo es un lugar donde todos los seres nos cazamos de una u otra forma, tanto de día como de noche, en el mar como en la ciudad. No diría que se trata de algo positivo o de que está bueno de esa forma, pero sí que es un ref lejo cierto, concreto, de una época en la que muchos insisten con que los vidrios de colores son tanto más que puro brillo.

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