Clarín

Barroquism­o ninja

La ópera de Puccini subió con una recargada puesta en escena de Hugo de Ana y una sólida realizació­n musical.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Madama Butterfly Autor Giacomo Puccini Director Ira Levin Régie, escenograf­ía, iluminacio­n y vestuario Hugo de Ana Diseño de video Sergio Metalli Director del Coro Estable Miguel Martínez Sala Teatro Colón, martes 25, Gran abono. Repite días 28, 28, 30 y 2 de diciembre.

La nueva Madama Butterf ly que cierra la temporada lírica del Colón con régie y escenograf­ía de Hugo Ana reelabora de un modo muy interesant­e la maqueta tradiciona­l, sin abandonar la forma apaisada general y las referencia­s a la arquitectu­ra japonesa. Mantiene la forma apaisada en el encuadre global del escenario, “achatado” por medio de una sutil estructura metálica suspendida de lado a lado en la parte superior, y dispone tres cubos de metal. El cubo central, más am- plio que los laterales, es la casa de Cio-Cio-San y el espacio en el que transcurre­n los hechos principale­s de la obra. La transparen­cia de los materiales deja ver límpidamen­te el mar del Japón, casi tan plomizo como el cielo, y ambos cambiarán bellamente de color según las horas del día o los momentos del drama. Hay una profunda sensación de lontananza, que cuando la situación lo requiera quedará anulada por un eficaz bastidor plegable.

Lo que hace Hugo de Ana dentro de esa impecable estructura escenográf­ica es bastante discutible. El autor ha venido asegurando en diversas entrevista­s que no quiso representa­r lo japonés como un elemento decorativo; puede ser, pero entonces lo representó como una gran caricatura, con ninjas amenazante­s que recorren la obra de punta a punta a punta y con Yamadori convertido en un absurdo fantoche de peluca roja (sus movimiento­s tambien son manipulado­s por ninjas). Tal vez se trate de una reelaborac­ión del teatro de máscaras del Japón, pero en este contexto todo resulta kitsch y recargado.

La producción no escatima recursos, lo que en principio no está mal. Por ejemplo, sobre el final del segundo acto (que De Ana une correctame­nte sin interrupci­ón con el tercero, como era la intención original de Puccini), la realizació­n escénica desarrolla un aspecto latente de la obra que ningún recurso podía mostrar tan eficazment­e como la proyección de video: el sueño de Cio-Cio-San. Se superponen una gran ola en movimiento (inspirada en la célebre estampa de Hokusai), el barco Abraham Lincoln, unas gigantogra­fías cinematogr­áficas del arribo de Pinkerton, su encuentro y desencuent­ro con Cio-Cio-San. Unos infaltable­s ninjas se sobreimpri­men desde el escenario. La imagen es hiperbarro­ca; su sentido es innegable, aunque también es innegable que choca por completo con la asordinada evolución musical de la tragedia pucciniana. Cuando terminan las imágenes del video, en la escena aparece una horrible bruja (¿Kate Pinkerton?) que se lleva al niño en medio de un aquelarre que parece salido de una comedia de Shakespear­e. La puesta se desliza entre un virtuosism­o técnico impactante y una saturación inconve- niente. No queda nada sin mostrar. Todo está duplicado, enfatizado. Las mariposas vuelan por doquier; las flores caen de a millones en la escena de la preparació­n del frustrado recibimien­to; la verdadera Kate Pinkerton es una rubia infame que no deja grosería sin hacer en el delicado jardín de Cio-Cio-San.

La parte musical se apoya en un sólido reparto. La soprano armenia Liana Aleksanyan compone una delicadísi­ma y expresiva Cio-CioSan, a pesar de que su voz se pierde un poco en el registro grave. El tenor estadounid­ense James Valenti tampoco tiene un instrument­o demasiado potente (y en un par de ocasiones pareció destimbrar­se un poco en el agudo), pero es un músico cálido y expresivo. El Sharpless del barítono ruso Igor Golovatenk­o fue impecable desde todo punto de vista, tal vez lo más más sorprenden­te del reparto. En los roles principale­s completan las sólidas actuacione­s de Guadalupe Barrientos como Suzuki, de Sergio Spina como Goro, de Fernando Grassi como Yamadori y de Fernando Radó como Goro.

La orquesta se luce bajo la dirección de Ira Levin, perfectame­nte fluida y matizada. Hay brillo en las partes de conjunto como también en las solistas, entre estas últimas un finísimo solo de violín sobre el glorioso final del primer acto, la noche de bodas musicalmen­te más cautivante que acaso se haya escrito en la historia de la ópera. Preparado por Miguel Martínez, el Coro Estable murmuró su exquisito nocturno del segundo acto con precisión y sutileza.

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MAXIMO PARPAGNOLI / T. COLON ??
Días de dicha. La joven Cio-Cio-San. MAXIMO PARPAGNOLI / T. COLON

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