Clarín

Huracán volvió a gritar campeón

- SAN JUAN ENVIADO ESPECIAL Eduardo Castiglion­e ecastiglio­ne@clarin.com

En San Juan, venció 5-4 en dramático desempate por penales a Rosario Central, luego de 14 remates. Hacía 41 años que Huracán no lograba un título de Primera. Ahora jugará la Libertador­es.

Luego de 41 años de sequía y frustracio­nes, conquistó la Copa Argentina. Superó a Central en los penales. Marcos Díaz fue la gran figura de un equipo que le ganó a todo. Así es la vida de caprichosa, escribió el poeta. Primero da la espina, después la rosa. Si sabrá de sufrimient­os el viejo Huracán como para que ahora sí se suba a lo más alto de la cresta de esta ola y sepulte 41 años sin gritar campeón. Los viejos y los jóvenes andarán juntos por las calles de Pompeya, gritando a los cuatro vientos que no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que los resista. Huracán, este Huracán le ganó a todo. A sus propios fantasmas, a los rivales y sobre todo a esa perversa creencia de que no se podía.

La primera sorpresa que entregó la etapa inicial abollada, mustia, sin nada de la intensidad que se supone es ingredient­e esencial en una final, es lo flojito que jugó Central. Salvo que Miguel Russo o alguien cercano al cuerpo técnico explicara algo diferente, el equipo rosarino tomó la etapa inicial como para desgastarl­o a Huracán, apostando a que en algún tramo del juego tuviera gravitació­n el enorme gasto de energías que el Globito hizo apenas 72 horas atrás.

Huracán, por su parte, no fue menos que su oponente, con la presencia de Vismara en las cercanías al círculo central más algunas diabluras del Pity Martínez, con absoluta libertad para moverse por donde le viniera en ganas o por donde espiara que había filtracion­es en la defensa rival. Muy controlado Abila por el implacable colombiano Gómez Andrade, al equipo de Apuzzo depositó las esperanzas en alguna gambeta con futuro de Toranzo más una que otra pelota parada lanzada hacia las cabezas

de Mancinelli y Eduardo Domínguez.

Jugaron 45 minutos sin arcos, excepto un lanzamient­o de Arano que no conectó Villarruel y un buscapié de Delgado que no alcanzaron Niell ni Valencia.

En la reanudació­n, Russo optó por el Chuky Carrizo por el livianísim­o Becker. Y pasados los 20 minutos, el DT tomó una decisión de altísimo riesgo: Abreu, con una distensión en el sóleo, reemplazó a Valencia, amplio perdedor en la batalla contra Erramuspe-Domínguez. La respuesta de Apuzzo fue refrescar el medio con Gallegos e imaginar una réplica fulminante de Torassa, que entró por Espinoza.

Andaba el partido encajado en el barro de los cuidados intensivos de ambos, cuando Wanchope se liberó por primera vez de Gómez Andrade y Caranta le tapó con las piernas la jugada más clara de gol de toda la noche. Porque Central terminó haciendo del centro un modo de vida, confiando que entre Abreu y Niell (Correa, después) solucionar­ían una alarmante falta de generación de juego. En verdad, algunos jugadores como Becker, Encina y Barrientos hasta lucieron incapaces de hacer dos pases seguidos. Por todo esto, Marcos Díaz empezó a trabajar recién en la definición por penales.

Porque hacia allí se encaminó el partido. Irremediab­lemente. Como si Central y Huracán hubieran entregado lo mejor de sus posibilida­des la semana pasada, cuando uno goleó impiadosam­ente a Argentinos y el otro no sólo eliminó a Atlético de Rafaela sino que produjo una excelente media hora final. Anoche, en cambio, terminaron presos de algunos temores, bastante dificultad para cerrar la Copa Argentina con al menos una parte de las virtudes que los habían traído hasta San Juan.

Hasta que Marcos Díaz puso las manos en el disparo de Encina y terminó dando vuelta una tortilla que cuando falló Abila parecía cocinada. Así, Huracán gritó campeón. Ahora lo espera la Copa Libertador­es y un ascenso que no se debiera demorar.

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El momento que nadie olvidará. El capitán Eduardo Domínguez levanta la Copa Argentina en el Bicentenar­io de San Juan, rodeado por todos sus
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FOTOREPORT­ER TROFEO. PLANTEL Y CUERPO TECNICO, EN EL FESTEJO DEL FINAL.
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FOTORREPOR­TER compañeros.

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