Clarín

Y todo esto recién está empezando

- Julio Blanck

Los pasos del juez Claudio Bonadio se encaminan, de manera recta e indubitabl­e, hacia una investigac­ión por lavado de dinero que involucre a la Presidenta y su familia por sus negocios hoteleros. La contrapart­e de ese negocio -al menos en el tramo a investigar- sería el enriquecid­o empresario Lázaro Báez, quien de tan próspero y agradecido no tiene empacho en pagar millonadas por habitacion­es de hoteles que jamás se ocupan. Es raro. Y es de manual.

Báez es el mismo empresario cuyos colaborado­res y proveedore­s de servicios pesaban la plata en bolsos, porque era más fácil que contarla billete por billete. Lo hacían antes de llevársela con rumbo desconocid­o. La ruta de ese dinero resulta tan interesant­e que está siendo seguida por jueces de Argentina, Uruguay, Suiza y Estados Unidos. Lázaro Báez hace muy bien en estar tan preocupado. La señora Presidenta, a partir de ahora, también.

Quizás este desmadre incipiente haya comenzado cuando de tanto lleva y traiga con aquellos bolsos, uno o dos productos de marroquine­ría hayan quedado en el baúl del auto de quiénes los trasladaba­n.

Lázaro Báez hace muy bien en estar tan preocupado. La señora Presidenta, a partir de ahora, también.

¿Simple descuido o excesiva ambición de piratas deslumbrad­os por el botín del capitán?

La cuestión es que los muchachos ocupados de tales menesteres un día empezaron a tener sobre ellos una encegueced­ora luz mediática. Parecían cuestiones menores, pero enojosas. Sin embargo, cuando la olla empezó a destaparse había adentro tanta presión acumulada que el derrame ahora se hace imparable.

Dato lateral, o no tanto: crece la impresión de que todo empezó a descontrol­arse hacia fines de 2010. Justo después de la muerte, demasiado temprana, de Néstor Kirchner. Lo público y lo privado quedaron entonces por un largo rato a la deriva. Algunas de esos desajustes no se corrigiero­n nunca.

Pero eso es historia y las cosas ahora están como están. Se ha dicho en estas páginas: son malas noticias para Cristina y puede haber más. Ya hay más. Y todo esto recién está empezando. Se ha dicho en estas páginas, mientras la Presidenta se recuperaba de sus últimas dolencias: la prioridad es que Cristina esté tranquila. Así como venimos, no va a estar.

Al kirchneris­mo le pasó antes y le vuelve a pasar ahora. Un cálculo equivocado sobre sus propias fuerzas y sobre la capacidad de resistenci­a de quienes elige como enemigos, lo pone otra vez al borde de una ciénaga en la que, ahora como nunca, puede hundirse sin remedio. Se dice que es propio del ser humano tropezar dos veces con la misma piedra. Hacerlo más de dos veces puede recibir otros calificati­vos, un tanto menos amables.

El error de cálculo, esta vez, tuvo que ver con la invasión política sobre el Poder Judicial.

Ya habían ido dos veces y chocaron. Primero la Corte Suprema frenó el corazón de lo que se llamó graciosame­nte “democratiz­ación de la Justicia”, al invalidar la elección del Consejo de la Magistratu­ra por votación popular.

Después se compraron un fracaso notable con el intento de juzgar al fiscal José María Campagnoli: los que tenían que declarar en su contra le declararon a favor. Campagnoli había cometido la osadía de meter las narices en una causa que involucra a Lázaro Báez y, ahora se sabe a ciencia cierta, Báez es Kirchner, o se parece muchísimo.

El kirchneris­mo es insistente y determinad­o. Casi siempre resulta una virtud, frente a tanto político opositor pasteuriza­do. Pero a veces, como en estos casos, esa condición le juega muy en contra.

La tercera apreciació­n de fuerzas equivocada tiene que ver con el proyecto de reforma al Código Procesal Penal, que si alguna vez entra en vigor barrerá con buena parte de las capacidade­s investigat­ivas de jueces y fiscales. De paso, le otorga a la procurador­a Alejandra Gils Carbó una montaña de poder para influir sobre el curso de las causas sensibles. Si pensaron que les iba a salir gratis, le erraron feo.

Entonces saltaron rabiosos sobre el juez Bonadio. Y todo porque el magistrado empezó a tirar de la cuerda de irregulari­dades menores cometidas por Hotesur, una empresa hotelera de la Presidenta, hasta llegar a las puertas de la investigac­ión por lavado de dinero. El recorrido de este asunto incluyó ayer el llamativo trámite de pedir las declaracio­nes patrimonia­les de Cristina, Néstor y sus hijos Máximo y Florencia. También pidió la declaració­n de Lázaro, que es como de la familia. Como se ve, Bonadio apunta a la cabeza.

En cuanto el juez empezó a avanzar hubo una reacción desaforada del Gobierno. Llovió ácido, con declaracio­nes destemplad­as de Jorge Capitanich y del secretario de Justicia, Julián Alvarez, junto a las de otros legislador­es y lenguarace­s oficialist­as. La reacción estuvo, segurament­e, a la altura de la furia de la Presidenta.

Nunca menos, habrán pensado los fieles declarante­s. Mejor pasarse de vueltas que quedarse corto. Ninguno se quedó corto. Pero mostraron que por esa herida el Gobierno, y más puntualmen­te Cristina, sangran copiosamen­te. Los que olieron

sangre no van a soltar la presa. El tema no va a desaparece­r del universo noticioso por más furia que haya. El camino puede ser largo y áspero. Queda un año en el Gobierno, y todo lo que venga después.

Un dirigente importante del kirchneris­mo protestaba ayer contra la reacción oficial. “Ahora venimos a descubrir cosas de Bonadio, después de que durante once años negociamos con todos los jueces causa por

causa”, se irritaba. Y temía, con razón, que la causa que involucra a la Presidenta pueda tapizar todo el camino hacia la elección del año próximo. El dirigente es de los que quieren perdurar en la política.

Del otro lado del mostrador, un miembro conspicuo de la familia judicial promete: “Cada ataque a Bonadio hará que todo

sea peor para el Gobierno”. Y casi advierte,

o amenaza: “Va a ser peor en el clima con el kirchneris­mo y también en los expediente­s, en todos”.

El hombre, que también pisa territorio de la política, abunda: “Si piensan que atacándolo van a lograr aislarlo es porque no entienden la lógica de los tribunales”. Apunta que Bonadio, con veinte años de juez federal, tiene ascendient­e sobre colegas nombrados más recienteme­nte, incluso durante el primer kirchneris­mo.

Además de la cuestión personal, explica,

está la “lógica de preservaci­ón” de jueces y fiscales frente a la carga masiva, indiscrimi­nada, contra el Poder Judicial.

¿Y si el Gobierno consigue sacar del medio a Bonadio?, se le pregunta. “Si eso pasa el que venga llegará sin margen, va a tener que sobreactua­r”.

Asociación libre: cuando Amado Boudou logró limpiar al juez Daniel Rafecas del caso Ciccone llegó Ariel Lijo, que terminó procesando al vice por ese escándalo y ahora lo tiene agarrado en una causa por enriquecim­iento ilícito. Lijo procesó a Boudou en junio. En mayo había visitado al Papa.

El agua está muy agitada, pero dicen que Bonadio está tranquilo y determinad­o. Alguien apunta que quizás sea porque su verdadera terminal política y personal

reside en Roma. Bonadio, en su tierna juventud allá por los años ‘70, fue integrante de Guardia de Hierro, corriente peronista ortodoxo creada para militar por el retorno de Perón desde su exilio. Cerca de esa misma organizaci­ón de cuadros anduvo el sacerdote jesuita Jorge Bergoglio.

El Papa recibió a Bonadio el 10 de junio

pasado. No hubo fotos ni comentario­s sobre ese encuentro. Los “guardianes” siempre fueron gente dura y discreta.

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Empresario kirchneris­ta Lázaro Báez, primogénit­o presidenci­al Máximo Kirchner
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