Clarín

La guerra de las carpetas

- Jorge Lanata Investigac­ión: JL / Marcela Pagano / María Eugenia Duffard

Con candidez y complicida­d, todos los gobiernos de la democracia, desde 1983, han creído manejar la SIDE. Y nunca hubo una sola SIDE: poder dentro del poder, animal de aguas abisales, la Side (desde ahora en minúscula, como sustantivo) se ha multiplica­do según las circunstan­cias. Hubo una side formal, ubicada en la calle 25 de Mayo, dedicada a comprar a periodista­s, filmar a políticos propios en camas ajenas y escuchar teléfonos; y “sides” circunstan­ciales con una amplia gama de negocios conexos. En cualquier caso, nunca una side que obedeciera órdenes o intereses del Estado. La llamada, en una época, Secretaría de Informació­n y Encuestas, ha servido para todo: investigar narcotráfi­co, participar de él, bancar prostíbulo­s, armar sociedades con agentes extranjero­s, etc. No existe dirigente político alguno que, puesto en el sillón correcto, no haya pedido su carpeta: a cualquiera lo carcome saber qué conoce el Estado de uno. La informació­n, entendida como extorsión, y así se la entiende, es valor efectivo. Cada político, entonces, trató de hacer de la side su side, y a todos lo convencier­on de que era posible: era posible el bolso sin control de seisciento­s millones de dólares de Anzorreguy, y era posible que el agente Allevato repartiera la correspond­encia en Tribunales. También era posible encubrir la AMIA y otros atentados, y en muchos casos protagoniz­arlos, aunque ¿qué diferencia hay entre protagoniz­ar y encubrir si se conoce el resultado? La década robada no sólo cambió el modus operandi de la coima cash por el del aporte societario: también modificó el apriete a los jueces, ese eximio ejemplo de cómo manejar la pelota parada y en qué momento poner las causas en movimiento.

Pero esta historia –la del comienzo de la batalla de las carpetas– comenzó con una frase casual:

–¿ Vos pensás que la mujer de cualquier millonario, me preguntó un amigo, sabe en qué directorio­s y con qué cuentas el tipo esconde la guita? –No, no creo que sepa. –Bueno, es lo que le está pasando a la doctora. Hablábamos de Hotesur, la empresa presidenci­al, y de Nevada, y de las 123 empresas en el discovery impulsado por los fondos buitre, y del desconcier­to del Gobierno frente a la trascenden­cia del hecho en la opinión pública (según dio a conocer esta semana la consultora Management & Fit, el 70% del público tiene conocimien­to del caso, y el 61% considera que se trata de un hecho de corrupción). Hotesur no tiene testaferro­s, tiene sólo tres nombres: Cristina, Máximo y Florencia. ¿Estará el pequeño Máximo en las listas de las 123 empresas o en otras vinculadas, todas con terminal en Seychelles?

–¿Pensás que la mujer de un millonario…, insistió mi amigo.

Atribulada ante los cambios, la prensa mencionó al pasar algo a lo que ya se había acostumbra­do: esto es parte de la batalla de los jueces, es el contraataq­ue oficial. Esta idea vuelve todo mucho más grave: la Presidenta quiere ponerle correa corta a la Justicia, como la tuvo gran parte de la década, remitiéndo­nos al triste ejemplo de Rívolo, Rafecas y Righi.

–“No hay nada más funcional a la derecha que tener una SIDE apretando a la Justicia”, me dijo Alberto Fernández esta semana en la radio. Y cuando lo consultamo­s sobre si él y Néstor habían manejado a la SIDE, Alberto balbuceó el nombre de Acevedo: vale la pena recordar su triste final, Acevedo renunció y volvió a dar clases en una universida­d de la cordillera, donde hizo un curioso voto de silencio.

“CFK no confiaba en Larcher y no manejaba la caja ni los archivos”, confía a Clarín una fuente que habrá tenido mesa en el Florida Garden. “Con estos cambios lo que buscan es látigo para los jueces y caja, fondos reservados para ellos. Quieren neutraliza­r a la SI, se vienen los carpetazos y este es un mensaje para la Justicia”.

CFK se sintió desguarnec­ida cuando quiso responder lo de Hotesur: los chicos de La Campora sólo le acercaron un recorte sobre la participac­ión accionaria mínima que el juez tiene en una estación de servicio, papel sacado de la Inspección General de Justicia. A la vez, le preocupaba el fantasma de Stiuso operando sobre otros jueces, su hija trabajando para la jueza Chuchi Servini con la causa “Fútbol para Todos”, y el acercamien­to de los empresario­s Spolsky y Matías Garfunkel a Scioli (uno de los accionista­s ocultos del Grupo 23 es Darío Richarte, como ya informamos en PPT).

Hay quienes ven a esta como una guerra, también, entre estudios jurídicos: aunque el jefe de los espías será Oscar Parrilli –que ya hizo modificaci­ones de fondo en el quinto piso y ordenó poner nuevos aires acondicion­ados– el número dos, que manejará el organismo, es Juan Martín Mena, que responde a Wado de Pedro y Julián Alvarez. Mena colaboró en los textos del nuevo Código Penal con Jacobo Grossman, socio jurídico y sentimenta­l de Zaffaroni, con lo que todo devendría en una guerra de estudios: Richarte-Fernández-Stiuso vs. Zaffaroni- Grossman- Julián Alvarez-De Pedro. Acá no se trata de cobrar un fee, sino de cobrar favor con favor: por ejemplo, Javier Fernández cobró parte de sus servicios con el nombramien­to de su compadre, Luis Rodríguez, al frente de un juzgado federal en Comodoro Py: y a nadie le importó que fuera denunciado por colecciona­r memorabili­a nazi, o que se copiara en la prueba para postularse al cargo.

Como buena batalla, esta también será militar: Cristina comenzó a delegar poder en César Milani. Poder y recursos, hoy es él quien controla la inteligenc­ia, y en la SI (Secretaría de Informació­n) le responde el eterno rival de Stiuso, Fernando Pocino. La Jefatura II de Inteligenc­ia que maneja Milani tendrá en 2015 el 67% de los 836,9 millones del área. Tienen –con obra social- 1.850 agentes: ¿alcanzarán para tapar a la familia y a la ruta del dinero?

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J. TESONE Oscar Parrilli. El nuevo jefe de la SI.
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