Clarín

Estados Unidos: el deshielo que va más lejos que Cuba

Cuba sigue padeciendo un muro: el bloqueo, mientras sus apremios económicos se agigantan. Y Obama, en la senda de Monroe, persigue una mayor gravitació­n en el continente.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com tatacantel­mi

Estados Unidos y Cuba acaban de enterrar el último vestigio de la Guerra Fría en esta parte del mundo. Y lo hicieron sin una victoria de un país sobre el otro. Ese es un mérito mutuo, pero más relevante en el caso de la isla comunista que logró este paso histórico preservand­o en gran medida su lugar político. Es lo que con una exageració­n y levedad escolar se ha descripto en algunos rincones de la región como la constataci­ón de que La Habana le dobló el brazo a Washington. Más prudentes, los cubanos omitieron repetir ese relato.

La verdad es más compleja. Cuba marchó al reencuentr­o diplomátic­o con su antiguo enemigo menos convencida que apremiada por una realidad doméstica que desborda su capacidad de manejo. La economía de la isla sufre una amenaza de origen lejano, pero que se ha agravado por el derrumbe del precio del petróleo del cual la isla depende por la cuota que le transfiere Venezuela para sobrevivir. Y por la indefectib­le finalizaci­ón de la década con el más generoso viento de cola que haya visto la región. Este año la economía cubana crecerá apenas por encima de 1%, menos de la mitad de lo proyectado. Esa debacle puede ser aligerada por medio de inversione­s que llegarán si se modifican parámetros que eran válidos para una época que ya no es.

Para el régimen castrista la novedad de este descongela­miento es mucho pero puede parecer poco. Logra la reanudació­n de la relación diplomátic­a con EE.UU. después de un lustro de impulsar una vacilante apertura económica que ahora se amplificar­á con todo lo que ello traerá de impacto social. Pero el relacionam­iento es clave para habilitar las inversione­s que enjuguen la profecía que el propio Fidel Castro formuló a mediados de la década pasada al periodista Ignacio Ramonet cuando postuló que no serán los enemigos de afuera quienes destruirán a la Revolución sino los propios cubanos. Esa es la pista de los cambios que su hermano Raúl comenzó a hacer viables cuando llegó al poder pleno en 2008.

Pero Cuba se aviene a este acuerdo con muchas de sus demandas pendientes de la voluntad norteameri­cana. Entre ellas la reapertura de las embajadas. Y principalm­ente el levantamie­nto del bloqueo económico que asfixia desde hace medio siglo a la isla.

En el entresijo de lo deseado y lo posible, el deshielo permitirá un alivio importante para los cubanos por el incremento substancia­l de 500 a 2000 dólares en las remesas trimestral­es permitidas a la diáspora. También se moderará la restricció­n de viajes, aumentará exponencia­lmente el turismo y se ampliará la operatoria bancaria con el uso por primera vez en la isla de tarjetas de crédito emitidas en EE.UU. Ese portón dejará pasar tecnología y maquinaria para agricultur­a y de construcci­ón. El paraguas será, además, el retiro de Cuba de la lista de países que alientan el terrorismo. La isla es un régimen autoritari­o, sin prensa libre y que persigue a la disidencia, es cierto. Pero la propia inteligenc­ia norteameri­cana ya desde los atentados del 11S señaló al país de la Antillas como uno de los sitios más seguros de la región.

Es claro que la dimensión económica de este suceso es prevalente. Y el principal muro es el bloqueo. Es poco conocido que las sanciones que rigen contra Cuba son aún más severas que las impuestas a Irán por la controvers­ia nuclear o a la propia Rusia por el caso de Ucrania. Ese poder fue reforzado por la ley Helms Burton de 1996 que impone antes de cualquier diálogo la condición inapelable de la democratiz­ación de Cuba. Esa demanda suena surrealist­a si observa que Washington jamás la antepuso a sus vínculos con la corona autoritari­a de Arabia Saudita, la de Qatar, de Kuwait o con la China y el Vietnam comunistas.

El Congreso norteameri­cano estará desde enero en sus dos cámaras en ma-

nos de la oposición republican­a que ha anticipado su oposición a estos cambios. Puede ser retórica. Obama, entretanto, tiene chances de aprovechar las múltiples zonas grises que hay en el bloqueo

para dinamitarl­o autorizand­o al Departamen­to del Tesoro a librar licencias a importador­es y exportador­es. El anticastri­smo en EE.UU. por lo demás, no es el mismo del pasado. Han habido diálogos de enviados cubanos con la diáspora en Miami a lo largo de estos 18 meses de negociacio­nes secretas. En ese lapso también sucedieron algunos hechos que pasaron desapercib­idos y ahora toman sentido. El más interesant­e fue el desembarco en La Habana en mayo pasado para una reunión reservada con Raul Castro del presidente de la Cámara de Comercio de EE.UU. Thomas Donohue al frente de una delegación que incluyó al segundo hombre de la corporació­n Cargill. Esa cámara es el mayor grupo de lobby del establishm­ent norteameri­cano y entre sus socios hay bancos y empresas petroleras. Es con ellos con quienes discutirán los republican­as si el bloqueo sigue o no sigue.

Según la versión modosa del diario oficial Granma esa visita estuvo “vinculada al proceso de actualizac­ión de nuestro modelo económico”. Era la alegoría a las mutaciones en el modelo que fulminaron cientos de miles de puestos en el sector estatal, ablandaron la ley de inversione­s extranjera­s y agregaron la noción de competitiv­idad y de eficiencia junto con el entierro de las ideas de igualitari­smo o el impulso moral. La cereza fue la puesta en marcha en el puerto del Mariel de la primera zona de libre comercio del país, un gigantesco emprendimi­ento que será administra­do no por el Estado sino por una compañía privada de Singapur.

El propósito de Obama pareció ir más allá del fruto de los intercambi­os. En su discurso en Washington dijo en español:

“todos somos americanos”. Un remedo de la “América para los americanos” de la doctrina Monroe de 1823, con la cual aquel presidente intentó con más de un fallido poner un límite a los apetitos europeos sobre el hemisferio. Hoy esas fuerzas en la región son Rusia y en mayor medida China cuya influencia creciente incluso en el plano militar ya es visible en todo el continente y en los dos océanos. Con el gesto hacia Cuba, Obama recuperó imagen regional que capitaliza­rá el año próximo en la Cumbre Iberoameri­cana de abril en Panamá. El daño colateral de este juego es Venezuela, cuyo aislamient­o se ha profundiza­do. El presidente Nicolás Maduro, un aliado medular de La Habana, se enteró como todo el mundo de este cambio, reunido en el magro encuentro del Mercosur en Paraná. Su desconcier­to es comprensib­le. Venezuela ha sido pupila de la isla comunista, pero ahora La Habana se abre a una negociació­n con Washington y deja a Caracas encerrada en su retórica antiimperi­alista. Algo novedoso tam

bién debe estar por producirse allí.

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“América para los americanos” James Monroe, uno de los Padres Fundadores y Presidente de los Estados Unidos, entre 1817 y 1825.
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