Clarín

Las Fiestas nos abruman, entre balances y desilusion­es

- Sergio Zabalza Psicoanali­sta. Hospital Alvarez

Suele suceder que, conforme se acerca el fin de año, sobrevenga una sensación de abrumamien­to, stress o nerviosism­o, a la que a veces se agrega el franco rechazo a compartir celebracio­nes o encuentros con familiares o amistades. Se suele escuchar: “No hay cosa que odie más que las Fiestas”. Lo llamativo es que también solemos decir: “Nos tenemos que ver antes fin de año”. Y quizás en esta contradicc­ión -entre rechazo y compromiso-, encontremo­s la raíz del malestar que acompaña la despedida del año que pasa. Para decirlo todo: se trata de la posición que cada sujeto adopta frente a la finitud.

En efecto: ¿Qué alberga el término de un período para que los compromiso­s adquieran un tono imperativo, cuando no urgente y decisivo? Pareciera asomar la pretensión de saldar deudas antes que el balance del 31 a la noche emita su inquietant­e dictamen. Un año es una medida de tiempo y como tal no es

Decimos: “No hay cosa que odie más que las Fiestas”. Y también: “Nos tenemos que ver antes fin de año”.

poca cosa. El tiempo es un bien escaso para todo aquel incluido en el rebaño de los mortales, mucho más en esta época en que, por rara paradoja, el vértigo del ciberespac­io exacerba la sensación de nunca alcanzar el momento y lugar donde habría que llegar o estar. Tal posición no puede aportar más que zozobra e insatisfac­ción. Oponerse al inexorable paso del tiempo no parece una orientació­n adecuada y, sin embargo, nos dejamos tentar por la ilusión de cumplir con imposicion­es que no siempre hemos elegido. No hay bienestar que perdure en el tiempo sin el compromiso que conlleva toda decisión. Es aquí entonces, en el acto de elegir, donde la finitud puede ponerse de nuestro lado.

En efecto, el límite que aporta el término de un año puede facilitar la acción de jugarnos por aquello que nos interesa: sea la confirmaci­ón de un rumbo apenas insinuado hasta ahora o, por el contrario, bajarnos del tren que probó no ser el esperado. Pero elegir siempre supone perder algo. Por eso, todo festejo esconde una sombra y el enmascarad­o en la fiesta es el duelo. Los excesos que conforman el oscuro costado de toda celebració­n no esconden otra cosa.

Puede ocurrir, sin embargo, que la ilusión se pierda porque apareció el objeto soñado. En ese caso –si, tal como decía Platón: “el tiempo es la imagen móvil de la eternidad”- que no te sorprenda el instante.

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